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JUAN BAÑUELOS. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, seis de octubre de 1932–Ciudad de México, 29 de Marzo de 2017. Realizó estudios en las facultades de Derecho, Filosofía y Letras y Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Fue un gran difusor de la poesía a través de la coordinación de talleres en las universidades de Chiapas, Guerrero, Querétaro, Sinaloa y dentro de la UNAM. Obtuvo numerosos reconocimientos por su labor poética entre los que sobresale el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer, por El traje que vestí mañana; y el Premio Xavier Villaurrutia, que le otorgaron en 2001 y 2003, respectivamente. Su obra ha sido traducida al checo, polaco, húngaro, búlgaro, noruego, sueco, rumano y alemán, y grabada en la colección Voz Viva. Junto a Jaime Labastida, Óscar Oliva, Jaime Augusto Shelley y Eraclio Zepeda formó parte del grupo conocido como La Espiga Amotinada, en referencia al libro colectivo que los dio a conocer en 1960, volumen en el que apareció su primera colección de poemas, Puertas al mundo, al que seguiría Escribo en las paredes , en el también colectivo Ocupación de la palabra (1965). Otros títulos destacados de su obra poética son Espejo Humeante (1968), No consta en actas (1978) y Destino arbitrario (1982). En 2000 reunió su obra poética en el volumen El traje que vestí mañana.
VIENTO DE DIAMANTES
La Eternidad está enamorada
de las obras del tiempo.
W. Blake
Lo mismo que Adán sumergido hasta la alondra del
silencio,
sucio de humana noche en que he caído, rompo
todos los pronombres
para tenderme en el día óseo de la plenitud.
Acudo ebrio de musgo y tulipanes hasta las criptas
de las piedras
o de los ríos secos, donde muerden al silencio
cárabos crepusculares
y en donde un hombre solitario se hinca.
Pisando soledad entro en el día, porque es dable a
las criaturas
ver su hora crecer para hallar luego algo de los
mortales
en un grano de arena. Mas también bajo las gradas
seculares y
diviso el humo de las chozas de los hombres,
veo los caminos cotidianos, las nubes que anuncian
el otoño
y a la mujer grávida de su fruto sentada en su
hamaca
viendo pasar las horas.
Y me muevo con las hierbas, y
con el menor movimiento del caballo, y
siento que dentro de mí corro
como ese río que estoy viendo que avanza.
¡Y miro alejarse la carreta del último cosechador!
E igual que una palabra lanzada a la mitad del mar
caigo en el seno del prodigio. Y como el minero
que se cubre
con las manos la faz cuando de pronto, ciego,
reencuentra la luz,
así la dulzura levanta su toga y me envuelve temerosa.
¡Ay, el hombre soy y no lo había advertido!
el amparado por dioses tutelares de la iniquidad,
el que frecuenta
y ronda tanto rencor taimado del polvo con su cauda de crines blancas.
¡El hombre soy, mas no me basta!
porque el sol tiene su trigo en llamas y el mar
tiene los ojos tocados por la gracia.
El hombre soy
pero toda cosa nacida con la aurora, con ella muere,
y toda criatura que engendra la noche
con ella se aleja porque oscuro es su linaje.
Todo pasa.
Y como el agua y el sol, también todo queda. Un
silencio
que se sienta a esperar el primer ruido. Nuestra
imagen
que se pierde y se encuentra como el humo que
no es más que el eco del fuego.
No otra cosa que la espuma negra
que va haciendo el arado sobre la tierra.
Y lejos de la memoria del viento que dejaron las
épocas,
un olor de centeno y anís hace volver los pájaros.
Y porque el horizonte no es más que una hoja larga
de perfil,
dejo que mudas tribus de peces muerdan los
guijarros,
dejo que brille el hocico del jabalí en la noche
y que bajo el zumbido de las abejas
los bueyes trillen la mies.
¡Ay, reivindicación bañada en el ojo inocente!
¡Oh, exultación del mar sostenida en el resplandor
¿De qué remoto sueño hemos caído? ¿Por qué somos
una rueda que grita enloquecida? ¡Ah! triste es
nuestro paso, en verdad.
¡No más que olas somos! Nos levantamos brevemente...
para seguir siendo mar.
ANTE EL DERRUMBE DE MI CASA
Brilla la telaraña en los escombros.
Inicuamente el aire se balancea en el terror
y ella se nutre aligerando el paso,
y ya ni amor escuda el golpe
de esa ceniza cuya boca
es desdentada salud desde la cuna.
Los hilos se alargan e insisten
como relámpagos que imitan
la lívida cara de la noche,
y no es posible oscilar entre
el crujir de la madera
de aquellos muebles que recuerdan
la savia y el cubil quemado
de la lluvia.
Un arco iris en el cuadrante
de la araña
perdura al paso
de donde jamás estuve,
y el ruido de un motor que tiene prisa asusta este destino
que baja al fondo
y me despierta
pululando
entre desechos de palabras.
Mis manos
no tocan más que límites.
EL RESENTIDO
Aquél es el tonto que se aflige por la gente,
el pequeño terrón desmoronado al paso
del tiempo y de un zapato,
la bestia herida que solloza
su ternura de espejo
y danza al compás de una hora idiota
en lo profundo de su pozo.
Siempre siente la cal sobre los ojos,
que lleva la inocencia a cuestas
y va escupido por los otros,
que descubre el engaño que acecha en un saludo,
en las miradas de ternura, y en la mano del día
para cegar la noche.
En fin, uno no sabe –dice–
lo que sabe la tierra que también acecha
y ciega y duerme al mar.
¡Aleluya, títere de la sangre!
Hombre hecho y desecho por mujer.
ESTO ES LA OTRA PARTE
Quiero escribir voces. Que estamos,
que hundimos la mano en un muro
áspero e idéntico a su sombra.
Vamos a alcanzar al primer
terror incendiado que calla
en el corazón de aquellos
que en los duros años han amado,
y que, ferozmente, beben
el tósigo torpe y el tedio.
He visto partir al combate
diario, inapreciables momentos
que guarda la vida
detrás de una puerta fatigada.
Y después, han sido los puentes
de sombra que unen (perseguidos),
lo que han separado los días.
Volvemos, sumisos, a entregarnos,
a meter la mano en el bolsillo,
a encoger los hombros,
a empezar a amar como si fuera
la primera vez, a darnos confianza,
a pesar los días como madera muerta.
Y entre puente y puente
avanza el olvido.
Escrito por Redacción