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El pasado domingo 13 de agosto, entre una gigantesca oleada de memes, risotadas y burlas (totalmente merecidas) a las campañas y a los protagonistas de las elecciones Primarias en Argentina, la ultraderecha dio un fuerte golpe en Latinoamérica al proclamarse el triunfo de Javier Milei con un 30% de los votos obtenidos. El regreso de la ultraderecha, al menos la posibilidad cada vez más real del mismo, en un país que apenas hace cuatro décadas sufriera en carne propia una de las dictaduras más brutales de todas las que vivera el subcontinente, era no sólo histórica, sino socialmente “inimaginable”. Al menos lo era para quienes hoy se tiran de los pelos y se rasgan las vestiduras al verse “sorprendidos y anonadados” por lo que representa, para un pueblo como el argentino, el regreso de la ultraderecha al poder; y esta vez no mediante un golpe de estado, sino gracias al apoyo popular.
Pareciera que el pueblo no tiene memoria histórica, que las grandes mayorías de dicha nación, como las de gran parte de América Latina, están política e ideológicamente desorientas y que, como sucede siempre que la “izquierda” se enfrenta con resultados de esta naturaleza, las causas de su derrota radican en que: “el pueblo se ha equivocado”, “no aprendió de sus errores” y “merece a los gobernantes que tiene”. Sin embargo, el “pueblo” o la abstracción a la que en política se refieren con ello no es, ni puede ser, culpable. “En política no hay casualidades”, dice la manoseada frase de Franklin Roosevelt. Dicho en un sentido más abarcador: en política, como en todo fenómeno social, lo que parece casualidad y producto del azar es sólo la expresión de una necesidad. ¿A qué responde el despertar del fascismo y la ultraderecha en Argentina? ¿Quiénes son los responsables de este retroceso histórico?
La primera pregunta no es difícil de responder. La respuesta es tan evidente que cerrar los ojos ante ella implicaría una pérdida total de sentido común. Aunque tal vez, visto lo visto, sea ésa una de las causas de la miseria política de la izquierda latinoamericana. La inflación en Argentina supera ampliamente el 100% anual; los niveles de pobreza a finales de 2022 alcanzaron el 40%; el último año, según datos de El País, la cantidad de pobres ascendió a 18 millones, un millón más que el anterior; 8,1% de la población vive en la indigencia y, a pesar de que el desempleo, según cifras oficiales, es apenas del 6.3%, la población en situación de pobreza es casi siete veces mayor. Este último indicador es una muestra palmaria de los niveles de desigualdad existentes en el país. Las pretendidas reformas del ministro de economía tuvieron los mismos resultados en Argentina que en Chile o en Uruguay bajo los gobiernos de “izquierda”: hicieron más ricos a los ricos y más pobres a los pobres.
¿Cómo explicarse el ascenso del fascismo? ¿Cómo justificar que el presidente actual, representante del “peronismo” y la “izquierda” sea un chiste para sus gobernados? ¿A qué causas responde el ascenso de un personaje que apenas hace dos años era un panelista de televisión y que es conocido por sus declaraciones impertinentes y grotescas en las que declara estar a favor del uso de armas de fuego, la venta de órganos, la privatización de la educación y la dolarización del país? La respuesta está dada: la causa está en los «hechos». No es un problema subjetivo el del pueblo argentino; no son los distractores “ideológicos” ni la “vileza inconsciente” del capitalismo lo que provocó este grito de inconformidad. Mucho menos puede responderse con el cliché machacón del “atraso de las masas”. Las masas no son ciegas ni sordas, tampoco son ignorantes por decreto de la “izquierda”. Si tienen hambre es porque no han comido, si tienen sed es porque no han bebido, si no pueden educarse ni educar a sus hijos es porque sus salarios apenas les alcanzan para sobrevivir y, si votan a la “ultraderecha”, es porque la “pseudoizquierda” ha resultado un verdadero fracaso y no ha cumplido con las mínimas expectativas.
¿Quiénes son entonces los culpables de la crisis política en Argentina? No es ni Javier Miley con sus extravagancias fascistas, ni Patricia Bullrich con sus amenazas no menos escandalosas y, mucho menos, la “ignorancia de las masas”. Los culpables de la crisis y el ascenso de la ultraderecha son Alberto Fernández y su izquierda hueca y vacía; Cristina Fernández de Kirchner como artífice de este partido en el que no existen ya principios y que desde hace años ha degenerado en una forma de oportunismo intragable. Es, en general, como sucede con todos los partidos de “izquierda” en Latinoamérica, con sus honrosas excepciones, la falta de una política radical de izquierda; la ausencia de una teoría marxista que se presente como antagónica frente a la política neoliberal y que realmente se enfrente a los problemas económicos del imperialismo y no busque sólo diluirlos con apoyos y limosnas. Si hoy en Argentina la salida es la ultraderecha, tal como lo fue en Brasil y en Estados Unidos, es porque, por paradójico que parezca, parece que esos partidos son los que le plantan cara al neoliberalismo. No con intenciones de mejorar la situación de la clase trabajadora, ni mucho menos pensando en el bienestar de los más pobres, sino porque representan a una casta que está viendo afectados sus intereses económicos al advertir cómo el capital financiero (principalmente internacional), en manos de unos cuantos magnates, arrebata a estos “viejos ricos” el pedazo de pastel que antes les correspondía.
Una última consideración. La academia en Argentina es una de las mejor valoradas en América Latina. Los teóricos y críticos, sobre todo en ciencias sociales, destacan por su agudeza y profundidad. Grandes obras, incluso dentro del marxismo, han salido de las plumas de la intelectualidad de este país. Sin embargo, resulta embarazoso observar, en estos momentos, sus quejas y lamentos. La mayoría de estos intelectuales, insisto, algunos de ellos de muy alto calibre, lamenta el regreso de la ultraderecha y vaticina una nueva pesadilla sin entender que, en gran medida, son ellos también causantes de la tragedia. La falta de congruencia de los teóricos marxistas y de izquierda radica en su alejamiento casi total de las “masas”. Aquellos que se jactan de pertenecer a un partido lo hacen casi sólo de forma simbólica, en organizaciones que, debido a su inexistente contacto con las masas, no son siquiera considerados entre las posibilidades de la gente. Olvidan lo evidente: “de lo que se trata es de transformar”. Lo que necesita Argentina, como Perú, Chile e incluso Brasil, es una organización real que provenga de las entrañas del pueblo; la creación de un partido que aglutine conscientemente a los inconformes a los que hoy el instinto orienta hacia el fascismo. La gran diferencia entre la simpatía por la ultraderecha y la organización de un partido radical de izquierda está en que a la primera se va como el muerto de frío se dirige a un incendio para calentarse, inconsciente de que intercambia el frío por la muerte. Mientras que la segunda sólo es posible a través de la educación y el convencimiento, calentando parte a parte el cuerpo del hipotérmico, evitando así la muerte segura que el incendio de la ultraderecha provocará. Esta tarea no es fácil ni da resultados inmediatos. Sin embargo, es la única salida posible. Sólo un partido orientado teóricamente por el marxismo y en directa relación con las masas trabajadoras puede frenar el peligro del fascismo en cualquiera de sus manifestaciones.
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Escrito por Abentofail Pérez Orona
Licenciado en Historia y maestro en Filosofía por la UNAM. Doctorando en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de Barcelona (España).