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La mitad de la población de Estados Unidos asegura que su presidente es racista, el 81 por ciento de la comunidad negra denuncia que el racismo es uno de los principales problemas en su país y el 92 por ciento considera que los blancos disfrutan de mayores beneficios. A esta percepción se suma otra referencia estadística obligada: ocho millones de pobres son negros y la probabilidad de que un negro sea pobre en correlación con un blanco es de dos a una. Es decir, el racismo tiene también un referente eminentemente económico.
Esta nación de Norteamérica se construyó con la esclavitud. Dice el filósofo y lingüista estadounidense Noam Chomsky: “no hay que olvidar que los campos de trabajo de esclavos del llamado nuevo ‘imperio de la libertad’ fueron una fuente principal de la riqueza y los privilegios de la sociedad estadounidense, así como de Inglaterra y el continente. La Revolución Industrial se basó en algodón, producido principalmente en los campos de trabajo (esclavo) de Estados Unidos”. Aunque la esclavitud fue abolida oficialmente entre 1863 y 1865, los negros nunca han sido asimilados por la mayoría de los estadounidenses.
La segregación racial imperó casi 100 años, de 1876 a 1965, bajo el auspicio de los legisladores blancos como Jim Crow, quienes con el lema “iguales pero separados” la aplicaron contra los afroestadounidenses y otros grupos étnicos no blancos. Recordemos, como ejemplo, la muerte de la cantante Bessie Smith, la emperatriz del blues, quien falleció en una ambulancia porque ningún hospital la admitió dado que todos los nosocomios eran para blancos.
Esta situación desembocó en constantes revueltas, como la organizada por el Partido Pantera Negra. Este nació en 1966 con el objetivo de impedir, mediante el uso de las armas, los abusos de los blancos (principalmente de los policías) contra los afroamericanos de Oakland. En 1969 su principal objetivo cambió y consistió en la instauración de programas sociales para la comunidad negra más pobre. Aun así, años más tarde sus miembros fueron exterminados por la Oficina de Investigaciones Federales del gobierno de Estados Unidos (FBI).
Ésta es, precisamente, la historia del filme Black Panther, cuya temática incluyente y su relación escalofriante ganó varios óscares en 2019. Los detalles de la producción son típicos de cualquier blockbuster de superhéroes; los tres premios técnicos y su nominación a mejor película confirman que la Academia está preocupada en lavar su imagen después de que en 2015 surgió un eslogan con esta denuncia: “los óscares son demasiado blancos”.
Black Panther cuenta la historia de un país del primer mundo, Wakanda, en el centro de África, ha desarrollado en secreto una tecnología elaborada con el mineral obtenido de un misterioso meteorito, detalle de tosca ironía con el que se nos recuerda que solo el nueve por ciento de los multimillonarios son negros y que en ese país hipotético hay una excepción a la rapiña que practicó el colonialismo europeo.
El guion ubica a dos hermanos que se disputan el poder del reino; uno es pacifista y apuesta a la integración paulatina de los negros al mundo blanco y el otro, belicoso, desea una guerra a escala mundial. Es en esta dicotomía donde se halla lo más relevante, desde mi punto de vista. Como se espera, el duelo lo gana el flanco “pacifista” y aunque no se soslaya la posibilidad de que la cinta habría resultado más crítica o subversiva con el triunfo del belicoso, lo más espinoso de la historia es el manejo que se da a la constante violencia de los policías blancos contra la comunidad negra, cuyo punto más álgido se alcanzó en 2016.
Pero la impunidad del abuso policial no es más que una muestra del espíritu racista que aún priva en gran parte de la población estadounidense. Y ante esta adversidad, surgen algunas preguntas: ¿El ciudadano afroamericano tiene un rencor contenido? ¿Ha logrado asimilarse plenamente a la cultura americana para mitigar esa ira? Esta última pregunta ilustra más si se formula al revés: ¿Quiere la cultura americana asimilar a los negros? O, mejor aún: ¿El llamado mainstream del mercado quiere ganar la simpatía de ellos?
Muchos actores negros han visto en este tipo de filmes un paso importante hacia la integración. Pero, antes de pensar en los fines éticos de las casas fílmicas de cómics, recordemos el jugoso negocio que representan: Black Panther logró recaudar más de mil millones de dólares, una de las más taquilleras en la historia, solo por debajo de Avengers: Infinity war que acumuló dos mil millones de dólares.
Ahora bien, si aceptamos que el propósito es monetario, evidentemente, los mensajes no deben ir más allá de lo permitido; y aquí aparece el efecto indeseable: la sensación de que las cosas están mal para la comunidad negra en el mundo real, pero que en una realidad alternativa, los negros constituyen una superpotencia. Un consuelo lamentable si consideramos lo que falta por hacer para que en Estados Unidos exista una auténtica sociedad democrática.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista