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El gasto militar más grande del mundo es el de Estados Unidos (EE. UU.). Naturalmente, la guerra es, ante todo, una actividad económica; por eso, la ocupación militar, en la era del capitalismo contemporáneo, representa el aseguramiento de grandes mercados y recursos naturales. De ahí que EE. UU. haya impulsado muchos conflictos bélicos para asegurar su hegemonía económica. El presupuesto militar para 2022 fue de 778 mil millones de dólares (mdd), y para 2023 se solicitaron 813 mil mdd. Con casi 40 por ciento del presupuesto militar mundial, EE. UU. supera lo gastado en ese rubro por once países.
El 51 por ciento de las ganancias por ventas de armas en el mundo se quedaron en aquella nación. Esta magnitud económica tiene, lógicamente, su correspondencia política. El llamado “lobby de las armas” es la presión sobre políticos que ejercen estas empresas en la creación de leyes de su país que les garanticen el florecimiento de este negocio multimillonario. Necesitan laxitud legal para que sea una inversión redonda. El centro de investigación Gilfords indica que, en promedio, cada ciudadano de aquel país alberga la alarmante cifra de 1.2 armas por individuo, y que éstas son la mayor causa de muerte de menores de 18 años en su territorio. Múltiples estudios muestran que el fácil acceso a las armas de fuego contribuye a mayores tasas de homicidios relacionados con éstas. En 2019, el número de muertes en EE. UU. por violencia con armas de fuego fue de aproximadamente cuatro por cada 100 mil habitantes. Eso es 18 veces la tasa promedio de otros países desarrollados.
La abundancia de armas es razón necesaria para que los tiroteos y crímenes de odio en este país sucedan, pero no es la razón suficiente. Si partimos de la tesis de que la ideología –en el sentido amplio– de una sociedad está moldeada, a grandes rasgos, por los intereses de la clase dominante, el panorama parece esclarecedor. Primero, porque las guerras y su consecuente impulso de la industria armamentística se producen como principal interés de los ricos; la muerte que eso acarrea es peccata minuta si se compara con el dinero que acapara la burguesía por el negocio de las armas y de la guerra; dicho en pocas palabras: para esta clase social, siempre importarán más las ganancias que tener una sociedad en paz. En segundo lugar, la propaganda que justifica la fortuna de los multimillonarios apunta al mérito individual: “Se es rico por el esfuerzo individual”. Este sofisma ha levantado, como efecto secundario, la idea de que el propósito de la vida es competir y mirar al otro como un enemigo que puede arrebatarle “el triunfo”. Triunfar es vencer a otros. Idea que asegura el desconocimiento de proletarios y la sumisión. Esta ideología, inoculada por décadas en la sociedad estadounidense, ha traído, como consecuencia, el aislamiento de los individuos; esto abona el terreno para las ideas políticas fascistas y racistas; es decir, una actitud hacia el colectivo por demás negativa; no se ve en ésta un nexo necesario y natural, sino una amenaza, la razón de que el hombre sufra y no el remanso donde un individuo puede hallar su plena realización. En suma, la burguesía enseña que el egoísmo es una virtud.
Visionarias resultan por eso, las aseveraciones de Albert Einstein en un artículo sobre la cuestión: ¿Por qué el socialismo? (1949); en él sostiene que los hombres criados en el capitalismo sienten una total indiferencia por lo que pase en el mundo, les da enteramente igual la guerra o la paz. Estamos ante “(...) un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad”. El origen de este problema, según Einstein, es claro: el sistema capitalista de producción. Escribió este científico: “La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a esta amputación de la conciencia social de los individuos”. Y más adelante asevera: “Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura”.
Para este premio Nobel, el cambio educativo solamente puede ocurrir con un cambio hacia el modelo socialista: “Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales”. Entre tanto, los dolorosos tiroteos en EE. UU. suceden sin un atisbo de que esto desaparezca en corto tiempo. Ninguna legislación, por más estricta que sea sobre el uso de armas, será exitosa si no se ataca el problema de fondo: el capitalismo atroz que, además de destrozar los recursos naturales, puede acabar, como puede verse, con el equilibrio mental de la humanidad, antesala de la autodestrucción masiva.
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista