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Comenzaré de nuevo por la afirmación: la verdadera apreciación artística comienza ahí donde terminan los juicios espontáneos del gusto.
Llamo juicio espontáneo del gusto a una preferencia inconsciente, una inclinación cuyos orígenes y cuyas causas jamás llegan a sistematizarse en la cabeza del individuo. Nos gusta una fruta más que otra, nos gusta un tipo de clima más que otro, nos gusta una persona más que otra. Es normal. La apreciación artística, en cambio, no debiera regirse por estas inclinaciones espontáneas.
Me refiero estrictamente a la apreciación artística. En el campo del entretenimiento comercial, es también normal que reine el gusto espontáneo: canciones, películas, música para bailar, etc. Tales productos culturales, mercancías en el sentido más estricto de la palabra, son producidos precisamente para responder a los parámetros del gusto no reflexivo. De lo contrario no podrían venderse.
Los productos de la creación artística operan de un modo distinto. Y de paso es necesario insistir en que la disociación entre arte popular y arte académico –con todas las delimitaciones y propuestas conceptuales que suelen acompañar a tal debate– existe objetivamente, y que las discusiones teóricas sobre el tema no son más que la representación conceptual, el reflejo en las ideas, de un fenómeno que existe de hecho en nuestra realidad social inmediata. En la cultura, lo popular y lo académico sí operan como dos campos sociales distintos, aunque no estrictamente antagónicos.
Las creaciones artísticas no están hechas para gustar (al menos no para despertar el gusto espontáneo). Y no me refiero solo a las obras maestras de la historia del arte, sino a todas las creaciones, las legendarias y las más modestas. Toda obra de arte es, ante todo, un punto de reflexión.
Pero este punto de reflexión tiene, en realidad, la más relevante significación desde el punto de vista social. En comentarios sobre un artículo anterior, caí en la cuenta de mi error: la abstracción ha de volver siempre a lo concreto, enriqueciéndolo. Pero este principio general, aplicable matemáticamente a la investigación en las ciencias naturales o incluso en las sociales, ¿cómo se cumple en el arte?
Cierto: el punto de llegada no es la abstracción suprema, sino el paso final a lo concreto. Este paso final, que en la ciencia se cumple mediante la aplicación práctica de los resultados, en el arte se materializa a través de la apreciación artística. En un juego peligroso: la materialidad de la obra (imagen, sonido, masa, movimiento) es esencialmente abstracción, y la apreciación reflexiva, que sucede estrictamente en el plano de las ideas, representa la concreción en el terreno de lo social. Lo concreto se hace abstracto y lo abstracto concreto.
De aquí la importancia de educar la apreciación artística, de fortalecer una apreciación activa, educada, y de abandonar la contemplación pasiva y no reflexiva. Pienso que las valoraciones de “me gusta” y “no me gusta” deberían llevar, eventualmente, a desvelar si en una obra hay algo de propositivo e interesante, o se trata simplemente de una trivialidad pedestre.
Y no es cierto que sea subjetivo. En la apreciación artística el elemento subjetivo aparece como el último peldaño; los escalones previos son el conocimiento técnico. Apelar a la subjetividad sin tener siquiera una idea de los parámetros técnicos no es apreciación artística, es un juicio espontáneo del gusto que corrompe, en esencia, el trabajo del artista y que mutila por completo la función social de la creación artística.
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Escrito por Aquiles Lázaro
Licenciado en Composición Musical por la UNAM. Estudiante de la maestría en composición musical en la Universidad de Música de Viena, Australia.