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Dos poemas del uruguayo Jorge Arbeleche
“Mi poesía ha estado, en su momento, también comprometida con los problemas sociales de mi entorno, pero siempre busqué que el poema no fuese un panfleto u otra consigna política", declaraba en 2012 el poeta Arbeleche.
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“Mi poesía ha estado, en su momento, también comprometida con los problemas sociales de mi entorno, pero siempre busqué que el poema no fuese un panfleto u otra consigna política. El primer compromiso del poeta es con la calidad de su poesía. La poesía puede ser social o tener esa temática, pero jamás debe descuidar la calidad y la formulación expresiva del verso”, declaraba en 2012 el poeta Jorge Arbeleche, nacido en Montevideo, Uruguay, el 23 de octubre de 1943. Perteneciente a la llamada Generación de la Crisis, además de crítico literario, ensayista y catedrático, es un multipremiado poeta cuya vasta obra, que inicia con Sangre de la luz (1968) consta de más de 20 volúmenes; destacan, además, sus estudios sobre los poetas Antonio Machado, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca, Juana de Ibarbourou y Sara de Ibáñez. Presidió la Academia Nacional de Letras de Uruguay, correspondiente de la Real Academia Española, de 2004 a 2007; es miembro de la Real Academia de la Lengua Gallega e inspector nacional de Literatura y ha sido traducido al portugués, italiano, francés, farsi y ruso, a la vez que forma parte de varias antologías españolas e hispanoamericanas.

Sincera, elegante en su sencillez, en Carta a Borges planta cara al erudito argentino y habla en nombre de la humanidad sufriente, la que no renunciaría jamás a una ínfima porción de felicidad, conquistada a un precio demasiado alto.

 

Ya no seré feliz, tal vez no importe,

nos dice usted en admirable verso.

Lo admiro mucho, Borges, pero lo quiero poco.

Usted de mí no sabe nada, y poco importa.

Yo soy ése su poeta menor de antología

el que no diera nunca al sueño

la sublime sonata que soñara Darío.

Y yo a usted no le creo cuando

dice que tal vez ser feliz importe poco.

Porque a mí sí me importa y

a todos los hombres nos importa.

Hemos amado

y a veces también nos han amado

(cumplida fue la ley de oferta y de demanda).

Pero el amor se gasta, Borges,

y no lo rescatan cartas ni retratos. Triste, ¿verdad?

Inútil es dar vueltas al asunto.

También se vuelve a amar de nuevo, ¿es cierto?

Pero no alcanza, Borges, porque la felicidad

es más que un rostro una presencia un nombre

es todo eso

y el aire que los cubre

y el cielo que los mira

y el suelo donde pisan

presencia rostro y nombre.

Y es eso y otra cosa y no sabemos

y puede también tener otros colores

acaso el de la infancia, cuando la Nochebuena era

la noche de la magia.

 

El guerrero, publicado en 2005 en la antología del mismo nombre, aborda el tema del recuerdo de los grandes hombres, de sus luchas y caídas y del deber de rescatarlos del olvido; muertos en combate o emboscados, no morirán mientras se conserve su recuerdo; y la poesía, que canta su heroísmo, sabe inmortalizar el sacrificio.

 

¿Dónde fuiste, guerrero, la batalla a librar?

¿Por qué camino oblicuo te allegaste

hasta el borde del continuo agujero?

Si torcido fue el paso que te llevó hasta el pozo

–o túnel o cloaca o senda o madriguera–

también fue sorda tu garganta de Orfeo

sin antorcha ni Eurídice.

Si al abismo se llega de costado

vos entraste de pie

erguida tu estatura

y entera tu osamenta

para alcanzar –con huella firme

y extendida toda la palma de tu mano–

el secreto encendido del silencio.

Nos dejaste el cuerpo y la sombra de tu sombra.

Intactos.

Pero no nos alcanza.

*

Tal vez ninguna de estas palabras llegue

a adentrarse en tu oído tal vez terminarán

entre el polvo de un estante olvidado

de alguna librería de viejo o vieja

librería y quizá nadie lea

lo que intento escribir

pero es posible

que algún lector

un día

las descubra y se diga:

en este pentagrama de sonidos y letras

se instauró la memoria y se olvidó al olvido.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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