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“Desde la negritud, soy un poeta de todo lo humano”: Antonio Preciado Bedoya (III de III)
Siendo negro –reconoce el autor–  pude haber pensado y actuado como blanco; habiendo surgido de las entrañas del pueblo, pude ponerme del lado de los explotadores, pero mi sombra (mi espíritu) eligió el camino de la congruencia y de la lucha.
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Hoy jubilado, el poeta ecuatoriano Antonio Preciado Bedoya, quien naciera en 1941, habita en su natal Esmeraldas. A lo largo de su vida ocupó diversos cargos académicos, culturales, y diplomáticos, entre los que destacan su labor como Rector de la Universidad Técnica Luis Vargas Torres, Esmeraldas (1984-1989); Representante del Consejo Nacional de Universidades y Escuelas Politécnicas en el Consejo Nacional de Cultura; Embajador extraordinario y plenipotenciario del Ecuador ante la Unesco en París (2002-2003); Ministro de Cultura del Ecuador (2007-2008); y Embajador extraordinario y plenipotenciario del Ecuador en Nicaragua (2008-2013).

Fue distinguido con el VII Premio Nacional de Poesía “Ismael Pérez Pazmiño” (Diario El Universo de Guayaquil, 1965) y el Primer Premio en el Festival Nacional de las Letras (Universidad de Guayaquil, 1967). En 2013 recibió la condecoración “José de Marcoleta en el Grado de Gran Cruz”, máximo galardón con el que se distingue a los diplomáticos por sus méritos en el desempeño de su labor durante su misión en Nicaragua.

Como los grandes poetas de todos los tiempos, Antonio Preciado aborda el tópico del monólogo interior. En Yo y mi sombra, contenido en De ahora en adelante: en primera persona (1993), asistimos a un desdoblamiento: la sombra del poeta deja de ser un simple efecto de la luz cuando se proyecta sobre un cuerpo opaco y cobra vida y conciencia propias; en este desdoblamiento adquiere condición femenina y se convierte en la compañera del poeta, quien descubre entre otras características su lealtad a toda prueba, su constancia y una voluntaria y total identificación con él mismo. Su sombra es, en otras palabras el espíritu que anida, inseparable, en su cuerpo. Siendo negro –reconoce–  pude haber pensado y actuado como blanco; habiendo surgido de las entrañas del pueblo, pude ponerme del lado de los explotadores, pero mi sombra (mi espíritu) eligió el camino de la congruencia y de la lucha. El hombre y el poeta, en otras palabras, es uno solo y la poesía no puede ser sino la expresión de los más altos ideales humanos.

 

Por cierto,

si te fueras

me quedaría solo

y no habría en el mundo soledad más completa.

Lo digo porque temo

que llegues a cansarte de ser como yo soy

o que tal vez descubras

que vamos a pasar sobre nuevos abismos

y entonces te dé miedo,

de aquí en adelante,

seguirme la carrera.

Atrás,

tú bien lo sabes,

queda un largo camino

que has andado conmigo

como mi inseparable compañera,

has leído mis libros,

has bebido mi vino,

has comido en mi mesa;

en fin,

has hecho innumerables cosas mías

como ésta de pasarte mis noches

escribiendo poemas.

A veces se me ocurre

que bien pudo gustarte tener algotra vida,

por ejemplo, ser blanca,

hacer cosas distintas,

oír música suave

y no andar alelada al son de mis tambores

desde que eras pequeña,

volverte contra mí,

ser anticomunista,

o por tu cuenta ir

cuando yo, en cambio,

ya estaba de regreso;

pero no,

si hasta en mis malos ratos

siempre estuvo,

flaca,

comprometida,

al lado de mis culpas,

tu leal inocencia.

Definitivamente,

tú vales mucho más de lo que pesas.

Sombra mía,

sopórtame,

no me falles jamás,

yo soy tu cuerpo.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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