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Ésta es la crónica del descubrimiento de la célula, de su travesía por la muerte y de su vuelta a la vida como una de las entidades más relevantes de la historia de la ciencia. Todo comenzó en 1665, cuando el científico Robert Hooke descubrió, en un trozo de corcho, estructuras con la misma forma de las celdillas de un panal, a las que nombró células (del latín cellulae). Hoy en día, las células están consideradas las unidades morfológicas fundamentales de todo ser vivo y, según la presencia de un núcleo bien definido, se dividen en dos grupos: células procariotas (bacterias) y eucariotas.
Éstas son consideradas como el peldaño inicial en la formación de un ente vivo debido a que cuando una célula se multiplica, forma tejidos que a su vez originan los órganos que integran los sistemas con que funcionan los seres multicelulares. Un ejemplo de lo anterior lo ofrecen las células epiteliales, formadoras del tejido conectivo que participa en la creación de los pulmones, que su vez configuran el sistema respiratorio en los animales.
Pero las células no solo crean sistemas biológicos complejos, sino que además tienen la increíble habilidad de “autodestruirse” con la finalidad de mantener el equilibrio en el organismo. Esta capacidad autodestructiva es conocida como apoptosis y fue descubierta por Sydney Brenner y H. Robert Horvitz. La palabra apóptōsis procede del griego y significa “desprenderse hacia la muerte”, tal como lo hacen las hojas más viejas de un árbol.
De acuerdo con esta analogía, la apoptosis es un proceso de muerte irreversible, mediante el que la propia célula se elimina para dar lugar a células nuevas; en las primeras etapas del desarrollo o a lo largo de la vida de un organismo. Por ejemplo, durante la formación de la mano en un embrión humano, las estructuras que dan origen a los dedos están unidas por membranas parecidas a las extremidades de un pato; pero a medida que transcurre el tiempo, las células de las membranas sufren apoptosis y configuran los dedos de una mano humana.
Cuando una célula se daña por algún motivo y hay un riesgo para el entorno celular, se activa el mecanismo de muerte para contener y eliminar el daño potencial a las otras células. En resumen, las células son capaces de nacer, crecer, duplicarse y morir. Sin embargo, algunas son capaces de evitar la muerte o de regresar a su estado apoptótico; este proceso es denominado anastasis, término que hace referencia a la resurrección cristiana.
La primera vez que dicha palabra se empleó fue en 2012 por Tang Ho Lam y un grupo de investigadores, que demostraron que las células pueden recuperarse luego de estar entre la vida y la muerte. Los investigadores explican que las células dañadas se pueden recuperar para proteger los órganos y sistemas de un daño más grave.
La anastasis se ha observado en células de hígado y corazón, así como en líneas celulares cancerígenas; por lo tanto, puede ser la responsable de la inefectividad de los medicamentos usados contra el cáncer, porque protege a las células cancerígenas. La anastasis es un descubrimiento reciente del que poco se sabe, pero ofrece la oportunidad de estudiar nuevos y mejores fármacos, así como un entendimiento mayor en la evolución de los sistemas celulares.
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Escrito por Luis Alfredo Herbert Doctor
COLUMNISTA