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En mayo de 1972, la editorial Siglo XXI publicaba, en México, la antología Viaje a la muchedumbre del poeta dominicano Pedro Julio Mir Valentín (1913-2000). En el prólogo, otro poeta, el mexicano Jaime Labastida recuerda el primer acercamiento a la obra de este gran poeta político al escuchar la lectura de Hay un país en el mundo (1949), deslumbrante en comparación con el conjunto de poesía panfletaria declamada durante el Primer Encuentro Latinoamericano de Poetas (1963) y apunta que en ese momento Pedro Mir era un poeta desconocido fuera de las fronteras de su patria, como siguió siendo muchos años después. Además, señala que la Historia de la Literatura Hispanoamericana de Enrique Anderson Imbert no registraba su existencia –fue incluido en revisiones posteriores de esta obra– y que siendo “un autor de nivel continental”, “ no merece el silencio que hasta hoy lo ha envuelto”.
Publicada en 1952, Contracanto a Walt Whitman (Canto a nosotros mismos) es una de las obras más logradas de este poeta, narrador, ensayista y catedrático dominicano, quien en 1984 fuera declarado Poeta Nacional de la República Dominicana; es una extensa respuesta al célebre poema Song of myself (Canto a mí mismo), está dividido en 17 cantos e inicia con la presentación del dominicano, que reconoce sus orígenes y los muestra con orgullo:
Yo,
un hijo del Caribe,
precisamente antillano.
Producto primitivo de una ingenua
criatura borinqueña
y un obrero cubano,
nacido justamente, y pobremente,
en suelo quisqueyano.
Recorrido de voces,
lleno de pupilas
que a través de las islas se dilatan,
vengo a hablarle a Walt Whitman,
un cosmos,
un hijo de Manhattan.
Acto seguido, recrea las distintas etapas de la historia de Estados Unidos, el tiempo anterior a la llegada de los pioneros, la fiebre del oro, el desarrollo minero y de la gran agricultura, la indistrialización, la irrupción de la modernidad y la tecnología, la formación de las inmensas urbes modernas y la sed de territorios y materias primas, la voracidad imperialista de la que no se salva ninguna nación; y mientras se dirige a Walt Whitman, quien enalteciera las libertades del hombre y diera voz al pueblo norteamericano, y a quien llama “continuo compañero de Manhattan” se asume a sí mismo como parte de un inmenso colectivo, el de los pueblos latinoamericanos, invadidos, colonizados, despojados de tierras y libertades por un país que ya no es el que vio el gran poeta neoyorquino, sino uno que se ha convertido en azote de la humanidad. Por eso, al yo del cantor fundacional de América, opone el nosotros, imprescindible en el nacimiento de una mejor sociedad a escala planetaria, como se expresa en el Canto 15, que llama a la unidad de “los héroes del trabajo cotidiano” en el mundo entero:
Y ahora
ya no es la palabra
yo
la palabra cumplida
la palabra de toque para empezar el mundo.
Y ahora
ahora es la palabra
nosotros.
Y ahora,
ahora es llegada la hora del contracanto.
Nosotros los ferroviarios,
nosotros los estudiantes,
nosotros los mineros,
nosotros los campesinos,
nosotros los pobres de la tierra,
los pobladores del mundo,
los héroes del trabajo cotidiano,
con nuestro amor y con nuestros puños,
enamorados de la esperanza.
Nosotros los blancos,
los negros, los amarillos,
los indios, los cobrizos,
los moros y morenos,
los rojos y aceitunados,
los rubios y los platinos,
unificados por el trabajo,
por la miseria, por el silencio,
por el grito de un hombre solitario
que en medio de la noche,
con un perfecto látigo,
con un salario oscuro,
con un puñal de oro
y un semblante de hierro,
desenfrenadamente grita
yo
y siente el eco cristalino
de una ducha de sangre
que decididamente se alimenta en
nosotros
y en medio de los muelles alejándose
nosotros
y al pie del horizonte de las fábricas
nosotros
y en la flor y en los cuadros y en los túneles
nosotros
y en la alta estructura camino de las órbitas
nosotros
camino de los mármoles
nosotros
camino de las cárceles
nosotros...
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.