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A finales de la segunda mitad del siglo XX el sistema capitalista giró hacia la globalización, hacia la libertad irrestricta de mercancías, servicios y capitales, lo cual supuso un avance cualitativo del mismo sistema. Sin embargo, para que la globalización pudiera realizarse y el capital mundial hallara terreno fértil para sus inversiones, los países debieron cambiar sus políticas económicas, echar atrás el Estado de bienestar y todas las conquistas sociales que habían obtenido los trabajadores por medio de la lucha organizada, ya que se pretextó que el único y mejor medio para detonar el desarrollo de las naciones era la “inversión privada”. Fue así como se estableció el modelo neoliberal.
Las consecuencias de la aplicación de este modelo de desarrollo capitalista están viéndose ahora: en tanto que la producción crece día con día y un reducido sector de la clase capitalista se enriquece exponencialmente, la pobreza lo hace también. Tan sólo el año pasado el 82 por ciento de la riqueza mundial generada fue a parar a manos del uno por ciento de la población del orbe, mientras que el 50 por ciento más pobre –3,700 millones de personas– no se benefició en lo más mínimo con dicho crecimiento (Oxfam). Un ejemplo de esta contradicción lo ofrece Amazon.com, Inc., empresa de comercio electrónico nacida en 1994, que actualmente tiene más de 100 almacenes gigantescos en el mundo en los que distribuye mercancías de todo tipo de su propia marca o de otros productores, ya que supo aprovechar las ventajas que le dieron la globalización y el neoliberalismo. El dueño es Jeff Bezos, quien a la fecha es el hombre más rico del mundo.
Los economistas clásicos habían descubierto que lo único que aportaba valor a las mercancías era el trabajo humano aplicado en el proceso de producción, pero fue Carlos Marx quien llevó hasta sus últimas consecuencias esta teoría. Son los trabajadores, por tanto, los únicos capaces de crear riqueza al transformar la materia prima en sus jornadas laborales. Pero el trabajo aplicado en el transporte y en los puntos de venta también genera valor, porque con esta labor se da un paso más en el proceso de producción al acercarse las mercancías entre productores y compradores. Eso sí, el acto del intercambio no genera valor, pues el capital comercial lo que hace es intercambiar mercancías por dinero sin agregar un átomo de aquel, aunque sí le corresponde una parte de la riqueza producida por la importantísima función social que implica la realización de la plusvalía. Es así como Amazon ha hecho su fortuna comercializando productos en todo el mundo -incluidos los propios– que moviliza gracias al ejército de trabajadores que explota en sus grandes almacenes con apoyo de las políticas neoliberales de los Estados nacionales y al uso de la globalización como eficaz lubricante de su negocio. Fue así como el año pasado Jeff Bezos obtuvo ganancias por un total de 1.68 millones de dólares (mdd) -¿no serán billones?-, 59 veces la remuneración media de los empleados de Amazon, pues el salario medio de éstos fue de sólo 28,446 dólares; es decir, la mitad de los empleados ganaron menos de esa cantidad (que son los trabajadores de los almacenes).
Es sabido que Amazon controla cada movimiento de sus empleados y cada segundo de su régimen laboral es contabilizado. Es decir, el ritmo y la productividad de cada uno de ellos está perfectamente calculado; no se les permite interactuar en horario de trabajo; la presión sobre ellos es tal que en una planta del Reino Unido tienen que orinar en botellas por temor a ser despedidos y cuando salen del almacén se les humilla al pesarlos para ver si no se han robado algún producto. En Estados Unidos trabajan entre 80 y 85 horas a la semana, lo que en una semana de cinco días equivale a un promedio de 16 horas por día... Son tantas las violaciones a los derechos laborales en los países “desarrolladores” que uno no puede evitar preguntarse ¿qué no pasará con los trabajadores mexicanos?
Con todo esto no pretendo condenar moralmente a Jeff Bezos, porque él es sólo una pieza más del sistema capitalista neoliberal, de cuyas reglas del juego y ventajas ha sabido aprovecharse al que igual otros empresarios de la misma índole. De lo que se trata aquí es de mostrar hasta qué punto las condiciones de los trabajadores en el mundo han empeorado y llegado a los mismos niveles de explotación que existieron en el siglo XIX, con la diferencia de que en esta época las fuerzas productivas se han desarrollado bastante, la riqueza de los más ricos crece día con día y, por lo mismo, la desigualdad que aquellas generan resulta mucho más despiadada. La única solución a la explotación laboral desmedida es la lucha organizada de los trabajadores por sus derechos, pero esta no debe quedar en una simple lucha económica, sino llevarse hasta sus últimas consecuencias.
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Escrito por Gladis Eunice Mejía
Maestra en Economía por la UNAM.