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Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, es reconocido por los amigos y enemigos del movimiento revolucionario internacional como uno de sus líderes más importantes. Fue nada menos que la principal figura del movimiento que culminó en la Revolución Rusa de 1917, que modificó gran parte de la geopolítica internacional del Siglo XX.
A pesar de esto, la inmensa mayoría de los partidos políticos que hoy se declaran de izquierda no parecen simpatizar con la idea de que derivan de los comunistas rusos, les duele reconocer la importancia de la derrota del zarismo; y en ocasiones parecen rechazar todo lo referente a Lenin en su momento, lo que no fue para menos.
Lenin luchó con todas sus fuerzas no solo contra los representantes de los intereses de los terratenientes rusos y los defensores de la monarquía zarista, a cuyos políticos e intelectuales desenmascaró como falsos representantes del pueblo. Fue un verdadero genio cuando se trataba de descubrir los intereses de los poderosos tras los discursos de quienes supuestamente defendían al pueblo.
En un interesante texto dedicado a evidenciar a los “amigos” del pueblo, Lenin describe los juegos retóricos que usan quienes se ocultan detrás de los discursos para engañar a la gente humilde. Así lo dice: “… el hambre alcanzará a 40 millones de personas, y estos señores escribirán exactamente lo mismo: ¿veis? ¡Pasan hambre 40 y no 50 millones! Esto porque el gobierno ha aliviado el peso que recaía sobre el pueblo y lo ha salvado de la ruina definitiva…”.
Es curioso ver cómo la retórica de los mentirosos se parece en tiempos y lugares aún muy lejanos. En México, cuando se trató de responder sobre los muertos provocados por el Covid-19, de manera cínica declararon que la estrategia adoptada era la mejor y que si no fuera por el actual gobierno, las muertes habrían sido muchas más. En suma, como decía Lenin, se le pidió a los mexicanos estar agradecidos por “salvarnos de la ruina definitiva”.
De este modo, México tiene hoy al gobierno más humanista, aunque no demuestre en los hechos estar preocupado por las necesidades del pueblo; tiene al Presidente más feminista, pero la ola de feminicidios sigue imparable; tiene al más demócrata, mientras el actual mandatario pretende imponer un organismo electoral a la medida de sus intereses de partido; al más culto, pero que promueve una reforma educativa que no tiene pies ni cabeza. El país podría estar mil veces peor, y los morenistas vendrían a decir: “si no fuera por nosotros, estaríamos en la ruina definitiva”.
No, Lenin no puede sino ser odiado por los vividores del pueblo, porque se sienten desnudos ante su crítica, interpelados e insultados. También se sienten asustados de que los humildes descubran en sus escritos la forma de liberarse de su yugo retórico que solo sirve para que vivan bien unos pocos a costa del trabajo de muchos, situación que hace ya bastante tiempo no han sido capaces de cambiar. Por eso hoy, más que en los tiempos de Lenin, es necesario recordar la importancia de la organización y educación de las masas, dos acciones fundamentales para liberar a los trabajadores.
Organización para construir la fuerza que sea capaz de oponerse a los intereses de los que tienen el capital y que hacen que la economía gire en torno de ellos; y educación para, entre otros asuntos, identificar claramente a los falsos profetas, a los vividores y no confiar el futuro de la nación sino al pueblo mismo.
Escrito por Alan Luna
Maestro en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).