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Transcurre la segunda mitad del Siglo XIX. El ambiente político en México ha entrado en efervescencia y en el mundo de las letras se refleja el choque entre dos concepciones de la sociedad y de la vida. De un lado están quienes se aferran a los viejos cánones y defienden la perfección formal y la tradición temática; de otro, la ruptura con las normas y la poesía al servicio del más alto ideal o el sentimiento más ardiente. Aires de cambio soplan en las letras mexicanas y crece la lista de preclaros poetas. Pero en este ambiente, tradicionalmente ocupado por varones, rara vez se deja oír alguna voz femenina. Los roles de género, inamovibles, rígidos, inhiben todo intento de transgresión; y aquéllas que se atreven a escribir, se ven obligadas a una temática autocensura que limita su producción al ámbito religioso u hogareño y a publicar su obra al amparo de un nombre falso.
Firmados bajo el seudónimo de Hortensia, vieron la luz los primeros versos de la poetisa yucateca Gertrudis Tenorio Zavala (1844-1926), cuando ésta contaba 19 años. Era una época difícil para la poesía femenina, a decir de Jose Esquivel Pren en su Historia de la literatura en Yucatán. En aquellos “felices tiempos” la conservadora sociedad meridana “veía con malos ojos a la mujer que se dedicaba al cultivo de la poesía o de cualquiera de las bellas artes. Nada digamos del arte de Thalía, en el que la sociedad llegaba hasta el repudio. Ser una cómica –como se llamaba a las actrices, aunque encarnasen el genero dramático o trágico– era el summum de la impudicia y encontrarse en el umbral de la vida corrupta y, por tanto, en el de la condenación eterna. La ‘buena sociedad’ toleraba y aplaudía a la ‘cómica’, pero no alternaba con ella ni la aceptaba en su seno. Punto menos ocurría con las poetisas y con las literatas o marisabidillas, como despectivamente eran motejadas”.
La valentía de Gertrudis Tenorio Zavala al enfrentarse a este estigma que persigue a las artistas de su generación es uno de los primeros aspectos a destacar, pues pronto rompe con el anonimato y comienza a firmar sus obras con su nombre completo. El otro rasgo a destacar es el abandono de la temática religiosa a que estaría obligada por su condición de mujer; y si bien su obra no alcanza el “atrevimiento”, la sensualidad y el erotismo de voces femeninas posteriores como Juana de Ibarbourou o Delmira Agustini, entra de lleno en la madurez poética cuando abandona la vacua gazmoñería y aborda una temática intimista, plena de añoranzas y de nostalgia del bien perdido. De esta segunda etapa, revolucionaria para su tiempo, transcribimos Romance.
Cuando engalanan los campos
las flores de primavera
y entre las palmas gentiles
vagan las auras ligeras;
cuando canta el avecilla
en la mañana risueña
y en las aguas de los lagos
el viento apacible juega;
y cuando miro extasiada
de natura la belleza,
hallo un triste pensamiento
que del placer me despierta.
Cuando a la orilla del mar
un ave marina llega
y al acabarse la tarde
otra vez su vuelo eleva;
si al despertarse suspira,
después de tarde tan bella,
huye el placer y deshoja
mi corazón la tristeza.
Cuando mi patria querida
ricos salones ostenta,
donde al compás de la danza
se cruzan sílfides bellas;
cuando al percibir el eco
que hasta mí cansado llega
las veo respirando amores,
encantadoras, risueñas;
entonces, de nuevo, triste
inclino yo mi cabeza,
porque mis pasados días
y placeres me recuerda.
En el número 34 de La Siempreviva, revista de la homónima sociedad literaria fundada por la poetisa en su tenaz lucha por abrir la puerta a las letras femeninas, publica el soneto La flor de mi esperanza. Es su infaltable “rosa”, perenne símbolo al que han cantado los grandes poetas de todos los tiempos.
Ayer te vi rodeada de ventura
en tu tallo lucir esplendorosa.
Te ostentabas, ¡oh flor!, blanca y hermosa
feliz mecida por el aura pura.
Contemplaba tu nítida blancura,
¡aspirando tu aroma era dichosa!
¿Dónde fue tu belleza, blanca rosa?
¿Dónde está de tu cáliz la frescura?
¡Oh!, balsámica flor, tan solo un día
gocé de tus perfumes y belleza,
y te llego a perder, realidad fría,
cuando creí que era eterna tu grandeza.
¡Ay!, dulce flor de la esperanza mía
vuelve a lucir y acaba mi tristeza.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.