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México, capitalismo bárbaro y gobierno cómplice
El uno por ciento de la población más rica concentra el 43% de la riqueza. La desigualdad aumentó de 0.46 en 2018 a 0.51 en 2020. Según los datos del BM, México ocupa el sitio 15 mundial entre las naciones más desiguales.
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A la memoria de Carlos Noé Sánchez Rodríguez, destacado líder antorchista, ingeniero de Chapingo y amigo entrañable que dedicó su vida a luchar contra la pobreza.

En mi colaboración anterior señalaba cómo los programas sociales, emblema del actual gobierno, benefician crecientemente a los sectores de mayores ingresos y cada vez menos a los pobres. Pero eso no es todo. En estos últimos años, las grandes fortunas crecen pasmosamente y aumenta la desigualdad, cuando supuestamente ya nada es igual, desapareció –dicen– el neoliberalismo y la corrupción, pretendida causa del enriquecimiento, etc., etc. He de advertir que al señalar ejemplos no hay una censura de índole moral: es simplemente consignar un hecho económico incontrovertible. Los capitalistas exitosos son, como advirtió Marx, la personificación del capital, de sus necesidades, de su lógica fría que le conduce indefectiblemente a la acumulación. Son producto de determinadas relaciones económicas y de su correspondiente andamiaje jurídico dentro de los cuales operan y se benefician. Los ejemplos saltan a la vista.

“Grupo Elektra, (…) entre octubre a diciembre del 2020 en comparación con igual periodo del 2019, gracias al incremento de 28% en las ventas (…) (obtuvo) una utilidad neta por 3,118 millones de pesos frente a los 1,532 millones de pesos del mismo periodo del 2019” (El Economista, 24 de febrero de 2021). Con base en el listado de Forbes: “… para los personajes más ricos de México, el año pasado trajo un aumento de su riqueza. De acuerdo con el ranking de la revista Forbes, los 36 millonarios que integran la lista de billonarios mexicanos tuvieron un aumento promedio superior al 20 por ciento en sus fortunas (…) Ricardo Salinas Pliego (…) logró que su fortuna aumentara al sumar 12.9 mil millones de dólares. Alberto Baillères (…) ahora con un crecimiento de más de la mitad de su fortuna (…) asciende este 2021 a 9.2 mil millones de dólares. Juan Francisco Beckmann Vidal (…) finalizó el 2020 con un crecimiento de 18 por ciento año contra año en las ventas netas (…) Familia Servitje Montull (Bimbo) (…) Su fortuna creció 38.1 por ciento al llegar a los 3 mil 509 millones de dólares. (…) Los propietarios de Bachoco (…) Con un crecimiento de 16.7 por ciento, la familia Robinson tiene una fortuna de 3 mil millones de dólares” (El Financiero, seis de abril de 2021).

Así, y en estrecha correlación, a la par que la pobreza devora cada día a más mexicanos, las grandes fortunas se agigantan y se ahonda la brecha del ingreso: el uno por ciento de la población más rica (120 mil personas) concentra el 43 por ciento de la riqueza (Oxfam México). El coeficiente de Gini, que indica desigualdad aumentó de 0.46 en 2018 a 0.51 en 2020 (Banco Mundial). Según los datos del BM, que varían en año de registro más reciente de un país a otro, México se ubica en el sitio 15 mundial entre las naciones más desiguales.

¿A qué se debe tal concentración? La causa económica profunda es la “Ley general de la acumulación capitalista”, formulada por Marx, que muestra y explica cómo el capital tiende, por propia naturaleza, a concentrarse, destruyendo los pequeños negocios y extendiendo la pobreza. Esta tendencia irrefrenable condujo al imperialismo, el dominio mundial del capital basado en el poder de los monopolios. Pero no en todos los países capitalistas la ley opera con igual celeridad. En México, su catalizador es el modelo neoliberal imperante, forma extrema del capitalismo. Pero veamos en concreto algunos factores puntuales, económicos y políticos, de este engranaje acumulador.

En principio, el salario mínimo, determinado por el gobierno y las empresas, es el más bajo en todo el continente americano, al lado de Haití y Jamaica (Factor Capital Humano), y el más bajo entre los países de la OCDE. A ello contribuye el debilitamiento de los sindicatos y la reducción de la resistencia de los trabajadores. Las huelgas, instrumento de lucha económica inmediata, están virtualmente prohibidas.

Impera una economía dominada fundamentalmente por monopolios y oligopolios que, por economías de escala, al producir en grandes cantidades, sus costos de producción se reducen considerablemente; dominan así la competencia y arruinan a las pequeñas empresas, que por su reducida escala tienen una estructura de costos más alta. Los monopolios afectan el bienestar social. Fijan los precios por encima del valor real de sus productos. Y aunque la ley en México no los considere como tales, sí admite que existen “prácticas monopólicas relativas”, esto es, capacidad para acaparar el mercado e imponer precios a su arbitrio o aplicar “prácticas de imposición de condiciones” a los consumidores.

Ejemplos de este dominio real de marcado son: América Móvil (en promedio 64 por ciento), Cemex (52 por ciento de la producción y venta de cemento), Coca-Cola Femsa (73 por ciento), Grupo México (77 por ciento del cobre producido en México), Gruma (70 por ciento de la harina de maíz) (Sinembargo, 11 de mayo de 2018). El oligopolio de los bancos, mayoritariamente extranjeros, impone comisiones excepcionalmente altas. “… más altas que las que se pagan en las matrices, de acuerdo con un análisis de (ojo) la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (Condusef). En España, el ingreso por cobro de comisiones contra los ingresos totales representa el 20 por ciento –por ejemplo– para Santander, mientras que en México es del ¡39 por ciento! Con BBVA Bancomer, de sus ganancias totales en la matriz, el 19 por ciento es por cobro de comisiones; y en territorio mexicano es de 36 por ciento. En Estados Unidos, los ingresos por comisiones de Citi representan el 18 por ciento de sus ganancias, mientras que en México es el 33 por ciento” (Milenio, cuatro de enero de 2019). Y así seguimos, hasta hoy.

Los corporativos gozan de “estímulos fiscales” que suman ganancias, pero restan ingresos al erario. Los impuestos que oficialmente se les cobran son particularmente reducidos. Entre los países de la OCDE, el ingreso fiscal promedio es 34 por ciento del PIB. México registra el más bajo: 16 por ciento. Y el Presidente reitera que por ninguna razón aumentará impuestos a los más ricos. Añádase la evasión vía paraísos fiscales: “México ocupa el lugar 31 en 2021 entre los países denominados ‘paraísos fiscales’ (…) De acuerdo con el Rastreador de vulnerabilidades de flujos financieros ilícitos, México pierde más de 9 mil millones de dólares en impuestos cada año (…) por el abuso fiscal global cometido por corporaciones multinacionales (…) equivalente al 24.67 por ciento del presupuesto de salud y al 14.60 por ciento del gasto en educación. Además, es equivalente al pago de salarios anuales de 581 mil 552 enfermeras” (Milenio, 13 de marzo de 2021). Esto transcurrida ya la mitad de la “Cuarta Transformación”.

Asimismo, a la vez que se regatea gasto público a necesidades sociales, se otorgan a los grandes empresarios generosas subvenciones: becas a estudiantes para trabajo gratuito en las empresas, capacitación de personal, terrenos regalados o a bajo precio, introducción gratuita de servicios públicos. Marca distintiva de este sexenio es la adjudicación directa de contratos a los consorcios “hijos predilectos del régimen”, en condiciones sumamente ventajosas para éstos. Se perdona, sin cargo económico alguno, el desastre ambiental que varios de ellos causan y la destrucción de recursos naturales, transfiriendo a la sociedad los daños. Con todos estos apoyos, y muchos más, no es de extrañar que engorden las grandes fortunas, gracias a que el gasto público en buena medida se aplica a su favor, en detrimento de los sectores de bajos ingresos.

La conclusión obligada por la lógica del análisis es que, hoy más que nunca, sigue vigente la imperiosa necesidad de una verdadera distribución de la riqueza, no la farsa de este gobierno que, jugando al revolucionario, arroja limosnas, mientras deja intacto el mecanismo distributivo fundamental. Ser verdadero partidario de la justicia social obliga a promover una política redistributiva real que, ciertamente, significa tocar al capital en lo más sensible, a lo cual los falsos redentores no se atreven. Y es que se paga un precio muy alto por ser consecuente: la persecución, el insulto, la censura. Pero el progreso social exige pagarlo.


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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