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María Enriqueta Camarillo
Además de la poesía, cultivó la narrativa y fue recopiladora y editora de los libros de lectura Rosas de la infancia y Nuevas rosas de la infancia.
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María Enriqueta Camarillo y Roa de Pereyra nació en Coatepec, Veracruz, el 19 de enero de 1872. Fue contemporánea de José Martí, Julián del Casal, Amado Nervo, Manuel Gutiérrez Nájera, José Asunción Silva y Rubén Darío. Pasó su infancia en la finca familiar de donde sacó varios paisajes campiranos que ilustran su poesía, más tarde estudió en el Conservatorio de Música para ser maestra de piano; a partir de ahí comenzó a inmiscuirse en el ambiente cultural de su época. A los 22 años comenzó a colaborar en El Universal, La Revista Azul y El Mundo Ilustrado bajo el seudónimo de Iván Moszkowski, con el cual publicó sus primeros dos libros de poesía; un año después ya sería reconocida como una mujer de letras por sus contemporáneos, ubicándose dentro del modernismo hispanoamericano. Además de la poesía, cultivó la narrativa y fue recopiladora y editora de los libros de lectura Rosas de la infancia y Nuevas rosas de la infancia. Su obra completa abarca siete poemarios, siete novelas, seis traducciones, dos antologías de cuentos, además de varias pinturas y piezas musicales. Falleció el 13 de febrero de 1968. 

 

A una sombra

Solo te vi un instante…

Ibas como los pájaros:

sin detener el vuelo,

sin mirar hacia abajo…

Cuando quise apresarte

en la red de mis manos,

solo llevaba el viento

un perfume de nardo,

y ya lejos, dos alas,

borrábanse en ocaso…

¡Oh, visión que brillaste

como fugaz relámpago!

¡Oh, visión peregrina

que, cual ave de paso,

cruzaste por el cielo

de mis soñares vagos!

Tras ti, cual mariposas,

mis anhelos volaron,

y aún no tornan del viaje

que soy fiel y te amo.

Te amo con locura

porque en tu vuelo rápido,

no viste que se alzaban

hacia ti mis dos manos…

Porque ante mí pasaste

como sueño fantástico,

porque ya te extinguiste

como los fuegos fatuos.

¡Oh, aparición divina,

bella porque has volado!

¡No retornes del viaje!

Yo, con pasión te amo,

porque fuiste en el cielo

de mis soñares vagos,

solamente dos alas

y un perfume de nardo…

Así dijo el agua

En tanto que caía mansamente,

díjome el chorro en el pilón derruido:

“Del jardín de tu dueño aquí he venido;

hoy canté mis canciones en su fuente.

 

El rumor celestial de mi corriente

cosas tan dulces murmuró en su oído,

que el dueño de tu amor, agradecido,

ha puesto en mí sus labios reverente”…

 

Dijo así en el pilón. El sol ardía,

eran de fuego sus fulgores rojos…

Y yo que en fiera sed me consumía,

al tazón me incliné y bebí, de hinojos,

ese beso que él puso en la onda fría,

y que nunca pondrá sobre mis ojos…

Renunciación

Sacó la red el pescador, henchida,

y en tanto que, feliz, del mar se aleja,

en voz más dulce que la miel de abeja

el Señor a seguirle le convida.

 

–Quien por buscarme, su heredad olvida,

será en mi hatillo preferida oveja–,

dice, y el pescador las redes deja

y vase tras Jesús con alma y vida.

 

Yo que ni redes ni heredades tengo,

que no sé de riquezas ni de honores,

que ignoro los orgullos de abolengo,

 

yo dejo, por seguirte, mis amores…

Eran mi bien, Señor… a ti ya vengo

más pobre que los fieles pescadores…

Abre el libro

Abre el libro en la página que reza:

Donde se ve que Amor solo es tristezaˮ,

y con tu voz de oro

que tiene sortilegios peregrinos,

¡ahuyenta, como pájaro canoro,

la sombra de esa frase, con tus trinos!…

Porque es tu voz tan dulce y lisonjera,

que si dices que Amor tiene dolores,

el dolor se resuelve en primavera,

y todas sus espinas echan flores

¡Deja escapar tu voz, oh, dueño mío!,

y haz de esa frase triste solo un canto:

puedes, con las lágrimas y el llanto,

hacer notas y perlas de rocío.

Es tu voz el crisol en que se funde

la invencible tristeza;

tan pronto como empieza

su acento a levantarse, luz de aurora

en el viento sus ráfagas difunde,

y en los abismos el dolor se hunde

¡Es tu palabra eterna triunfadora!

Abre ya el tomo, y con tu voz suave,

destruye ese sofisma peregrino.

Seremos, mientras hablas, tú, cual ave,

y yo, como viajero absorto y grave

¡que se para a escucharte en el camino!…

Tornó mi dolor

Muerta ya en mí toda queja,

y tranquila con mi olvido,

ayer, en una calleja

hirió, de pronto, mi oído

un canto tras una reja…

 

¡Ah de la triste canción

por tanto tiempo olvidada!

desde ayer que oí su son,

tengo una espina clavada

en medio del corazón…

Al mar

Mientras tu canto resuena,

yo pienso en la patria mía…

Por solo enterrar mi pena

en tus orillas de arena,

vine de mi serranía.

 

Vine por dejar mis males

en tus hondos arenales…

Mas, a tu abierto horizonte,

prefiero mi oscuro monte,

y a tus algas, mis rosales…

 

No cambio mis negras frondas

por tus aguas de colores;

mas vine a oír sus rumores,

porque dicen que tus ondas

curan los males de amores…


Escrito por Redacción


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