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Una poesía con los pies sobre la tierra, creada para que la entiendan los hombres sencillos de su pueblo, con cuidada transparencia, pero de una sorprendente profundidad, es la del periodista, poeta, narrador y ensayista Marco Antonio Flores, (Guatemala, 1937-2013). Perteneció a esa pléyade de poetas que, en la segunda mitad del Siglo XX, propugnara por un arte comprometido con el pueblo, la revolución proletaria y la lucha contra las tiránicas dictaduras latinoamericanas; amigo de los poetas Cintio Vitier y Otto René Castillo, cuya brutal tortura y asesinato denunciará en Otto René, el poeta:
(…)
Y no se olvidarán las calles
de tus pasos
tu andar era profundo
Se quedará tu voz vibrando
en la canción de nuestro pueblo
en el rancho
en el monte
en la quebrada
Se escuchará al juglar cantando décimas
que digan de tu nombre
de tu sangre
de tu pecho deshecho a culatazos
de tu sonrisa triste
Se quedará tu voz cantando en las espigas
que nazcan de la siembra de tus huesos
Se quedará en la boca
de los niños que nazcan de una aurora proletaria
Se quedará
Se quedará tu voz
para cantar
la muerte de los mártires
el canto de los héroes
el hambre
la injusticia
la victoria
Se quedará tu voz en el silencio
que acompañe
el réquiem de los muertos por la espalda
Poeta
combatiente
amigo mío
al pie de tu sonrisa destrozada
elevo mi dolor
y mi protesta
maldigo a los que hirieron tu esperanza
y no te digo adiós
tu nombre está velando
Tu perfil campesino deambulará
en la cara de tus hijos
a la orilla del Elba
en un mundo feliz y liberado
El eco de tu voz comprometida
se hará el catecismo de los míos
y de todos los hijos de tu pueblo
Poeta
amigo mío
heroica semilla proletaria:
desde el pico más alto de la sierra
el tum está doblando
por tu muerte
De Muros de luz (1963-1967)
En 2018, una muestra representativa de la obra de Marco Antonio Flores fue recogida y revisada por él mismo en Antología Personal (1960-2002) y publicada por el Fondo de Cultura Económica, libro que constituye, a decir del poeta, un reencuentro con sus versos, que no volvió a leer desde que fueran publicados: “Terminé de escribir mi primer libro de poesía en 1963. Vivía en La Habana, en el Hotel Presidente, a una cuadra de Casa de las Américas y a dos del Malecón. No supe qué hacer con él y si debía dejarlo como estaba o buscar la excelencia de la que habla Juan Ramón Jiménez, removiendo, limpiando y revisando reiteradamente cada poema. Se lo llevé a la Biblioteca Nacional ‘José Martí’ al poeta cubano Cintio Vitier quien, entusiasmado, decidió prologarlo y presionarme para que lo publicara lo más pronto posible porque había que acabar con el peso muerto que constituiría el no hacerlo. Fui más lejos que Vitier. A partir de entonces nunca volví a leer un libro mío después de terminado y publicado. Jamás retorné a esas emociones y sentimientos que eran producto de un tiempo desaparecido”.
El estanque es uno de sus más conocidos poemas. También en él habla de Otto René Castillo, de la amistad entre ambos poetas, de la convivencia de dos espíritus creadores que era como “inclinarse en un estanque”. El tono autobiográfico del principio da paso a la elegía, cuando la ausencia definitiva del amigo se materializa: “busqué sus restos y me llené las manos de ceniza” …
Tuve un amigo. Un poeta
que se bebía las noches con cerveza.
Solíamos libar días
enteros hablando de recuerdos, de viajes,
de poemas, de mujeres amadas.
Era inclinarse en el estanque.
Cuando nos capturaron marchó al exilio.
Al volver traía una obsesión atravesada:
la montaña y las armas.
Los poemas arrumbados.
No duró tres meses. Teníamos 30 años.
Lo capturaron vivo y lo quemaron.
Busqué sus restos y me llené las manos de cenizas.
Estuve varios días doliéndome de mí.
La soledad ardía.
Él solía decir: “mi exilio era de llanto”.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.