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La revista Vogue se ha caracterizado, desde sus primeros números, por ser la revista de la banalidad. Sus páginas están mayormente dedicadas a presentar colecciones de moda, ropa, accesorios, zapatos, casas, coches, en fin, el lujo desmedido de los sectores más acomodados de la sociedad, a los que los trabajadores solo pueden aspirar en sueños. Es, sin duda, uno de los medios del capitalismo que contribuyen a la formación de aspiraciones irrealizables para las condiciones materiales del proletariado, pero que son constante fuente, aunque irreal, de inspiración para el esfuerzo continuo: trabajo porque aspiro a tener lo que veo en la revista.
Pero la labor ideológica de Vogue ha alcanzado un nuevo límite con su última portada. En ella aparece Olena Zelenska, la primera dama ucraniana. Antes de que su marido fuera presidente de Ucrania, Olena era guionista de tramas cómicos; la llegada de Zelensky al poder la sacó de ese medio y la guerra con Rusia la llevó a pisar escenarios que bajo cualquier otro contexto se hubieran mantenidos cerrados para ella. Así como Zelensky, actor olvidado de comedia, tuvo la oportunidad de presentarse en Cannes, Zelenska pudo ir a la Casa Blanca a hablar de cómo las mujeres ucranianas viven la guerra (sic).
Precisamente en ese sentido va la edición que Vogue le dedica. La sesión de fotos se llama Retrato de valentía y tiene la intención de mostrar la valentía con que Zelenska y Zelensky han afrontado la guerra. ¿El problema? Lo transmitido por la sesión es completamente lo contrario, pero solo porque refleja fielmente el contenido real de lo que la guerra ha representado para la pareja de “valientes”. Los escenarios de la “guerra” que se usaron en la sesión son demasiado lujosos para creer que en ellos han atacado los rusos; la vestimenta de Zelenska, rodeada de soldadas ucranianas está a la altura de las pasarelas de moda; las caras que deberían reflejar el sufrimiento de los ucranianos reflejan más bien la banalidad de un escenario completamente montado para la “sensibilización del mundo”, y antes que lograr la simpatía de Occidente hacia la causa Ucraniana, logran la repulsión que lo falso provoca ante cualquiera que lo observe. Esto no significa que el pueblo ucraniano no sufra por la situación de guerra; sin embargo, sí muestra la astucia con que Zelensky y los altos mandos ucranianos han “enfrentado” la guerra.
Pero no solo la sesión es una farsa, también el contenido de la entrevista que mostraría la valentía y sufrimiento de Zelenska y Zelensky. A Olena Zelenska se le presenta como un estandarte de las voces femeninas de la guerra, del sufrimiento de las mujeres ucranianas; Vogue la presenta como la imagen de la “carga emocional” que las ucranianas llevan en esas circunstancias, ensalza la petición de armas que Zelenska hizo al congreso de Estados Unidos y alaba una iniciativa de la primera dama ucraniana para brindar salud emocional a los ucranianos que viven la guerra, señalando a esta última como una “respuesta moderna a una agresión bélica a la antigua usanza”. ¿De verdad alguien cree que la salud emocional es la respuesta a la guerra? ¿No es esto un uso distinto del discurso de “cuidado personal y emocional” aún y cuando las condiciones materiales sean adversas para esa salud mental y emocional? Considerar a Zelenska como portavoz de las mujeres ucranianas es olvidar que dentro del universal mujeres ucranianas hay subgrupos que viven la guerra y la cotidianeidad de formas distintas, que las mujeres ucranianas de Donest y Lugansk no pueden ser representadas por el mismo gobierno que causó en ellas los pesares de que ahora se queja Zelenska y su grupo privilegiado de mujeres ucranianas, que pueden vivir en una zona de guerra mientras consumen ropa de diseñador.
Bajo otras circunstancias, hablar de la portada de Vogue sería una pérdida de tiempo y pluma, pero cuando es ésa la trinchera desde la que se lanzan bombas ideológicas para justificar y borrar los horrores a que el gobierno ucraniano sometió a la población ruso descendiente de su mismo país, es necesario contribuir a desenmascarar la banalidad e hipocresía que se busca ensalzar.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.