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Leopoldo Ramos fue uno de los primeros literatos de ideología socialista en su país, gran propulsor del anarcosindicalismo y del movimiento obrero, alzando la voz contra la total ausencia de derechos laborales; a finales de 1914 participó en la fundación del Partido Obrero, que en 1918 sería renombrado Partido Socialista Revolucionario. La influencia del anarquista Rafael Barret es clara en La inquisición del oro (drama en tres actos y dos cuadros, 1915), donde llama a las masas obreras a tomar conciencia de sus derechos; fue estrenado en el Teatro Nacional de Asunción por una compañía de aficionados en la que figuraba el propio autor.
En sus piezas teatrales Tabla de sangre y La bestia blanca (1919) denuncia la explotación y los abusos contra los “mensúes” o “mineros” en las plantaciones de yerba mate de la compañía Barthe, en el Alto Paraná, donde la “libreta de trabajo” establecía las obligaciones de estos peones, reducidos a la esclavitud, forzados a cubrir jornadas extenuantes, a destajo, teniendo que pagar por las herramientas, sin seguridad social, atención médica ni libertad de ausentarse, so pena de recibir castigos corporales. Por esta militante denuncia de la brutal explotación de los peones yerbateros ya había sufrido varios atentados contra su vida; el tercero y más grave aconteció el 15 de julio de 1916, cuando un gatillero presumiblemente pagado por las compañías afectadas por sus denuncias le disparó a quemarropa, provocándole una herida a la que sobreviviría, pero que lo obligó a una larga convalescencia.
“Telegramas: Cualquier capital del mundo: La policía cargó contra los manifestantes dispersando a la multitud”, es la acotación que precede a su poema Cuando pasan las banderas del dolor universal, enérgico grito que denuncia la represión contra manifestantes y la hipocresía de los Estados que dicen defender la libertad mientras atropellan a las multitudes.
La silenciosa avenida –paño en que ruedan vencidas
las carnes atormentadas de la vieja multitud–,
se va poblando de sombras, y en las sombras van asidas
las viejas banderas santas a modo de alas heridas
que rimaran en un vuelo de rebelde excelsitud.
Dolor que corre en su cauce, va la negra procesión.
Las sombras se delinean a la luz de los palacios.
Sobre el brillo del asfalto, los sucios harapos son
Como el sarcasmo del siglo... y revienta en los espacios:
La Marsellesa del pueblo tal como una maldición.
En el brillo de las lanzas se enciende la tiranía.
Van cien potros con Atilas guarnecidos de oropel.
Y cuando del pensamiento la voz cálida y bravía
libertad prende en las almas tal como el nacer de un día...
dan las bestias del Estado la carga de su tropel.
Las viejas banderas santas a modo de alas heridas
amortajan a las carnes de la vieja multitud.
La victoria de los potros resuena en las avenidas,
y, asociadas sus banderas, las patrias liberticidas
con el bronce de sus himnos condenan la esclavitud.
Yo te busco carne obscura que el taller arroja afuera:
levadura del progreso, dolor madre, entraña fiel
para el parto del ensueño, la justicia, la quimera,
y te abrazo como a Cristo cuando aplastan tu bandera
esos potros con Atilas guarnecidos de oropel.
Desde su juventud colaboró con numerosas publicaciones periódicas fundando, entre otras la anticlerical y anarquista revista Prometeo, órgano del Movimiento Prometeo, formado por artesanos, estudiantes y un gran número de intelectuales librepensadores, y semillero del que saldrían los principales dirigentes obreros y políticos de las siguientes décadas.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.