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La poesía minera de Alberto Guerra Gutiérrez (II de II)
En la tercera parte de "Manuel Fernández y el itinerario de la muerte", denuncia la miseria y la desesperanza de los mineros.
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El siete de septiembre de 2006, a consecuencia de un paro cardiaco, murió el poeta Alberto Guerra Gutiérrez, quien en vida fuera profesor en los distritos mineros en su natal Oruro, Bolivia; preso político de 1971 a 1972 durante la dictadura de Hugo Banzer Suárez, desde la cárcel escribirá su célebre poema Mi casa.

Guerra Gutiérrez fue impulsor de diversas publicaciones culturales bolivianas como Etnofolk y El Duende, así como antologías de poetas de su patria, especialmente orureños; miembro de la Academia Boliviana de la Lengua desde el año 2000; experto en folklore, etnografía e historia de las manifestaciones culturales de la región andina e identificado con las luchas y la cosmovisión aymara y quechua, habiendo alcanzado el título de yatiri, para oficiar ceremonias y ritos de estas culturas ancestrales.

Su amplia producción poética y su esfuerzo antologista abarcan más de 40 títulos entre los que destacan Gotas de Luna (1955); Siete poemas de sangre o la historia de mi corazón (1964); El mundo del niño (1966); De la muerte nace el hombre (1965); Yo y la libertad en el exilio (1970); Baladas de los niños mineros (1970); Antología de la poesía del amor (1972); Tiras de poesía Lilial (1978); La tristeza y el vino (1979); Manuel Fernández y el itinerario de la muerte (1982); Ochenta breves poemas y la vigencia del amor (1982); Poesía Volante – antología cotidiana (1982); Hálito que se desgarra en pos de la belleza (1989); Égloga elemental y una revelación de íntimo recogimiento (1998); Antología de la poesía viva en Bolivia (2001); Bolivia canta a Oruro por la voz de sus Poetas (2002); Oruro en el sentimiento de sus poetas (2002); Obra Poética (2003); y La poesía en Oruro (junto al poeta Edwin Guzmán, 2004).

En la tercera parte de Manuel Fernández y el itinerario de la muerte, denuncia la miseria y la desesperanza de los mineros. El personaje central, desahuciado, alcoholizado, moribundo, es un grito de protesta contra la inhumana explotación, que convierte a los hombres en deshechos que deambulan por las calles, ebrios y hambrientos, ante la indiferencia de quienes los convirtieron en despojos.

El propio poeta explica así la última parte de su obra: “La tercera y última parte dice: La muerte en Manuel Fernández, y no La muerte de Manuel Fernández. Lo que yo intento mostrar en este tercer poema es el hecho de que la muerte es un acontecimiento transitorio, ya que Manuel Fernández es una metáfora, un símbolo; lo que quiere decir que hay muchos Manuel Fernández, que hay muchas muertes, porque estos mineros puros, trabajadores consigo mismos, son más espíritu que materia, y se van relevando continuamente. Por todo esto, mi poema podía haberse llamado: Canto a los mineros, porque es la historia de muchos, quizás de todos los mineros”.

Manuel Fernández en la vida:

sombra y enigma.

Manuel Fernández en la muerte:

Luz y substancia.

Herido de ansiedad y solo,

preso en soledad

ha muerto Manuel Fernández

trasnochando un hálito de alcohol

transfigurado en el sigilo.

No importa que aún dibuje su sombra

en las veredas del mercado,

No importa que los parajes de la mina

guarden su dolor entre las vetas,

–como guarda la muerte

el secreto de la vida–.

A pesar del latido

que pueda animar aún su lento paso

por los caminos del tiempo,

sin árboles ni relojes

ha muerto Manuel Fernández

inaugurando un canto a la simiente.

Tras el último fulgor del día

con su propia cruz

palmo a palmo alzada en hombros,

desde el fondo del abismo,

desde lo más hondo

de su sombra pordiosera,

Manuel Fernández ha muerto

pisando sus despojos

para ascender de nuevo a la verdad

de donde vino enarbolando estrellas

en los mástiles de la noche.

Nadie conoce este destino

que fue ausencia desde siempre;

nadie por ello piense en una flor

sobre la tumba que no existe

porque Manuel Fernández,

viene y se va de tiempo en tiempo

desgajando muertes cada día.

Vuelve al tiempo

el aire que le dio la vida,

a la tierra el polvo mineral

que le corresponde

y a la vida eterna,

su esencia en contenido vital

reencarnándose en coca, en agua,

en latido augural,

en canto y en olvido.

Manuel Fernández ha vuelto

despojado de sombras, desangrando cauces

porque la vida es un río

que llega hasta la muerte

y que como esquivándole al destino,

en salmos repetidos

nace el hombre en su propia muerte. 


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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