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…Te beso, Libertad, porque eres mía,
porque mi afán es solo verte, amarte,
y aunque no he conseguido conquistarte,
no he dejado de buscarte todavía.
Perteneciente a la vanguardia social latinoamericana, Elvio Romero (Yegros, Paraguay, 1º de diciembre de 1926 – Buenos Aires, Argentina, 19 de mayo de 2004) es considerado el poeta paraguayo más importante del Siglo XX. A los 21 años, su ideario comunista y su abierta oposición a la dictadura de Higinio Moríñigo lo obligarían a tomar el camino del exilio, del que no retornaría más. A partir de entonces comenzaría una trayectoria como poeta y conferencista, recorriendo varios países de Europa y América del Sur. Elvio siempre escribiría para su pueblo, del que recibía constantes noticias de otros desterrados como él, pues nunca dejó de sentirse paraguayo. Al expresar los sufrimientos, las luchas de los oprimidos y las injusticias cometidas contra los pobres de la tierra, trasciende las fronteras de su patria y toca las fibras sensibles del lector hispanohablante.
Escribir para los de abajo,
para los pobres de la tierra,
es hacer que la lluvia caiga
en calcinadas sementeras,
como aromar una vasija
resquebrajada por la seca,
prender a un árbol antiguo
nuevos ramajes con que crezca,
a las corolas que se mustian
olor que las torne enhiestas;
abrir el cauce a una surgente
en un lugar lleno de piedras.
(…)
Escribir para los de abajo,
para los pobres de la tierra,
es entregarles un mensaje,
decirles que no se doblega
el hombre entre cosas oscuras
heredadas de su pobreza,
que desde su fondo resurgen
las sembraduras de la tierra,
modelarles una fe firme,
cuanto se sabe y se confiesa,
¡es afilar la lima dura
con que se rompen las cadenas!
De Los innombrables (1959-1973).
A pesar de ser un poeta combatiente, comprometido, nada en su obra hay de panfletario; por sus versos campea el paisaje y la realidad de su tierra en una asombrosa renovación del idioma. Aún su poesía amorosa, contenida en Un relámpago herido (1963-1966) es un grito de protesta de dimensiones cósmicas.
Nuestro país (el mío,
el que puedo ofrecerte),
aquella dulce tierra violenta, con la frente
segada y abolida por un aire quemado,
donde ochocientos ríos le dan curso a sus ojos
y cordilleras verdes le apoyan la andadura,
desgajo de protesta vegetal y verano,
mi país que se instruye sobre un nivel de lluvias,
oh mi país hermoso,
despiadado y profundo,
fiel a sí mismo, puro, solitario, implacable,
nos reserva un asiento de hierbas y azahares,
desenvuelve
–mi amor– sus recelosos,
sus imperiosos meses, su silencio,
por esto, por nosotros,
por asir esa luna de carbón desdichado
que se nos sube a veces por la noche a los ojos...
Era inevitable su identificación con gigantes de las letras como Gabriela Mistral, Rafael Alberti y Nicolás Guillén, quien le dedica un poema incluido en la edición de sus Obras Completas (1956), compendio cuya nota introductoria corre a cargo nada menos que de Miguel Ángel Asturias, quien dirá del paraguayo: “Pocas voces americanas tan hondas y fieles al hombre y sus problemas, y por eso universal. Poesía invadida, llamo yo a esta poesía. Poesía invadida por la vida, por el juego y el fuego de la vida”.
Su amor por el terruño, no obstante, está muy lejos de cualquier chovinismo; prueba de ello es su poema Vietcong, en el que deja sentada su posición antiimperialista y en favor de la resistencia del pueblo vietnamita contra el invasor yanqui.
Es como sombra.
Es más que sombra.
Es un respiro quieto, agazapado.
Es la pisada misma de la sombra.
Es la floresta.
Es más que la floresta.
Un esplendor, un hálito, un silencio.
Un eco agazapado en la floresta.
Es noche.
Es más que noche.
Es un silbido imprevisible, ciego.
Un silbido secreto de la noche.
Es junco.
Es más que un junco.
Es más que el arrozal de las praderas.
Es vengador acecho entre los juncos.
Un árbol.
Más que un árbol.
Es el asedio al invasor, la tierra.
Es rostro bravo de color de un árbol.
Es día.
Es más que el día.
Lo que atenaza al opresor, la llama.
Es lo que anuncia el alborear del día.
Un pueblo.
Es más que un pueblo.
¡Un puñado de sueños donde el pueblo
levanta el puño por amor al pueblo.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.