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El hemiciclo a Benito Juárez, ubicado en la Alameda central, en la Ciudad de México (CDMX), fue una obra hecha bajo el gobierno de Porfirio Díaz, en el marco del centenario de la Independencia nacional. Se trata de un cenotafio, es decir, una edificación funeraria en memoria de una persona cuyos restos no se encuentran en el sitio. El proyecto corrió a cargo del arquitecto Guillermo Heredia, quien lo realizó con un pronunciado estilo neoclásico, como una insinuación a los teatros antiguos griegos, una plaza pública para escuchar discursos. El presidente Díaz lo ideó como escenario para sus piezas oratorias.
Con esto, Díaz quería justificar su gobierno como la continuidad del añorado periodo juarista: la prosperidad económica y los ideales republicanos permanecían vigentes en su administración. Todo mundo pensó, entonces, en la llamada Revolución de La Noria, la rebeldía militar que se alzaba contra la reelección del Benemérito de las Américas y que encabezó Don Porfirio; en el plan exclamaba: “La reelección de Juárez pone en peligro las instituciones nacionales, ya que el Congreso y la Suprema Corte se convirtieron en nuevos instrumentos del Ejecutivo al igual que las autoridades de algunos estados; la ineptitud, el favoritismo y la corrupción han arruinado la prosperidad de México, las elecciones han sido sucias, por lo que el gobierno no es el legítimo representante del pueblo. Por ello, solo con las armas puede restablecerse la Constitución de 1857, la libertad y respeto electoral y la no-reelección”. Esta exhortación sería, a la postre, una descripción fiel de lo que, justamente, ocurriría en el Porfiriato.
El paralelo con la administración de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es inevitable. Su actitud, siendo cabeza de la oposición, contrasta grotescamente con su actual forma de gobernar. Ejemplos sobran. Detengámonos en advertir su manera de escamotear las críticas a este fiasco: el espectáculo. Como un diletante del talk show, su apariencia lo es todo. No piensa en decir la verdad, sino en agradar, aunque contradiga sus propias palabras, lo que le vale es hilvanar un discurso con el que él se erija como un héroe, a la altura de Juárez: una megalomanía malintencionada. Como toda fábula, la mentira es lo de menos: al 31 de agosto, en más de mil mañaneras, espetó más de 61 mil mentiras o afirmaciones inexactas.
José Revueltas fue implacable cuando criticó a la “izquierda” de su tiempo: el defecto fundamental de esta izquierda inconsecuente es que manipula ideológicamente a los trabajadores, deformando su consciencia política. Esto es, fomentando en ellos una idea aparentemente coherente donde el gobierno en turno se presenta a sí mismo como defensor de la clase trabajadora cuando, en el fondo, mantiene un conservadurismo atroz.
La “Cuarta Transformación” (4T) fracasó como gobierno de los trabajadores, los resultados son abrumadores e incontestables: más pobreza y marginación con el lopezobradorismo. El Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) reportó que, de 2018 a 2020, el porcentaje de personas en situación de pobreza aumentó dos puntos porcentuales; ya que pasaron de 41.9 a 43.9 por ciento; es decir, de 51.9 millones de personas en esta situación, a 55.7 en los dos últimos años. Y sin embargo, hay un segmento social que aún le profesa fidelidad. Dos elementos sostienen su popularidad: el asistencialismo (a costa del adelgazamiento de las acciones del Estado como agente procurador de la justicia social: recorte presupuestal en salud, vivienda, servicios…) y el discurso justificante.
De ahí que se gobierne desde conferencias de prensa, zafios libelos y actos protocolarios; recordemos su toma de posesión en la Plaza de la Constitución, donde se pronunciaba como un gobierno a favor de los indígenas; pensemos en su empeño por conmemorar fechas históricas y remover esculturas, como la de Colón en Paseo de la Reforma. Luego, contrastemos sus resultados en la materia. La revista buzos, en su número 994, muestra sobradamente la deuda de la 4T hacia los indígenas. Defenestrar un monumento no es suficiente para mejorarles su presente.
Reconozcamos que reconstruir la memoria histórica resulta fundamental para la toma de consciencia política de los trabajadores. La historiografía oficial ha separado de su discurso a los marginados económicos, aunque ellos pongan a los muertos y sean lo fundamental para que ocurran los “saltos” históricos. Pero esta reconstrucción debería apelar a la verdad, no a las ambigüedades o la chapucería. Y, desde luego y lo más importante, con una mejora sustancial en las condiciones de vida en el ahora. De otro modo, es “sobar” con palabras e histrionismos el golpeteo cotidiano a los que se pretende defender; en una palabra: hipocresía conservadora.
Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista