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Joker nos produce una fascinación extraña como la que experimenta quien ignora que es un monstruo y, como tal, descubre al observarse con detalle en un espejo.
El antihéroe genera revuelo porque nos es empático. Una historia de cómic con radiante realismo, sin superpoderes, sin ese chocante recurso gráfico de efectos especiales que hace prescindible a la actuación e incluso el guion. Lo cotidiano de Joker es también lo nuestro: metrópolis modernas sostenidas por cinturones de miseria; un Nueva York oculto en Hollywood, pero imprescindible por imponente y verdadero: la opulencia de la gran manzana abrazada por los barrios populares de Bronx, Queens, Brooklyn. Y recordamos: aquí hay marginación y, sobre todo, podredumbre existencial.
Comienza la historia en medio de la basura. Ciudad gótica infestada de suciedad por una huelga de trabajadores de limpia. La basura estará presente en toda la historia, es el trasfondo, luego las ratas gigantes. Este ambiente lúgubre construido desde los helados colores y escalas de azul de la fotografía que contagia angustia y violencia. Por eso Joker es una broma: debe llorar, pero ríe; le sobran motivos para gritar de miedo, pero su reacción expresa hilaridad, la obscena carcajada. La actuación de Phoenix es apabullante, asimilamos su dolorosa existencia, vivimos su rechazo, nos obsesiona su imposibilidad de realizarse.
Otra broma: esta aniquilación espiritual transcurre frente a la jocosa televisión, comediantes que son líderes de opinión ante un estadounidense adicto a esa frívola farándula. Nuestro personaje no acepta su infelicidad porque se proyecta en el espectáculo, donde será rico y famoso. Sabemos de su desequilibrio mental de siempre, por su cita con una trabajadora social que poco le ayuda, porque su atención es pública y la brinda un Estado que no tiene ningún interés en él, para el que además de indiferente, resulta un estorbo y semanas después le suspenderá el servicio (No, no es la 4T).
Así el personaje se precipita en la desesperanza, de la mano de su decrépita madre, sin empleo e imposibilitado, cada vez más, a ser famoso comediante.
En un momento de crisis confirmamos su alucinación: nunca tuvo una compañera y sin trabajo y sin amigos su soledad es absoluta.
La vida lo pisotea incesantemente ¿Hasta dónde es posible soportar? El punto más álgido lo toca cuando la impertinencia de unos ricos en el metro lo hacen estallar de ira. La catarsis: asesina y se alivia. Descubre simultáneamente que es hijo bastardo del poderoso de Ciudad Gótica, tipo nefasto, ególatra y demagogo, que se adueña de los medios de comunicación porque se propone gobernar desde un ángulo fascistoide de la ciudad: alinear a los marginados y rescatarlos (como Trump). Peor aún: su madre solapó el abuso sexual que sufrió durante su infancia y se percata de que la televisión se mofa de su desgracia. Sus ideales están rotos, su alma también. Entonces la respuesta es cruenta. Su proceder no es más que la reacción de una bestia salvaje azuzada a latigazos, privada de lo más elemental y sin ninguna clase de expectativa positiva.
Críticos de cine han dicho que es la historia de un perdedor hundido por el resentimiento. Reducción ridícula. Apuntemos que Joker nunca se propone ser político y, sin embargo, sus delitos suscitan revueltas y anarquismo ¿Por qué se convierte en ícono? El film lo advierte: Joker no es la excepción, esta putrefacción la viven millones. Aún más, las escenas finales nos señalan esta denuncia. Nace Joker cuando aparece en el programa estelar de comedia. Frente a su antiguo ídolo manifiesta la razón de su ser. Sabemos que su frustración lo lleva a idear su suicidio en vivo. Pero todo cambia, luego del imperdible diálogo con Murray Franklin (Robert de Niro): "¿Qué te parece un último chiste, Murray? ¿Qué ocurre cuando te cruzas con un solitario enfermo mental al que el sistema ha abandonado y lo tratas como si fuera basura?"
Es escalofriante cuando pensamos en que su locura es inevitable, la sociedad capitalista lo enferma. Concluimos con Michael Moore:
"Nos han dicho que es una incitación y celebración del asesinato y que la policía estará en cada revisión este fin de semana en caso de ‘problemas’. Nuestro país está desesperado, nuestra constitución hecha trizas, pero por alguna razón es una película a lo que debemos temer. Sugeriría lo contrario: el mayor peligro para la sociedad puede ser si NO vas a ver esta película".
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Escrito por Marco Antonio Aquiáhuatl
Columnista