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Nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, el 25 de marzo de 1926. Murió en la Ciudad de México el 19 de marzo de 1999. Estudió tres años en la Facultad de Medicina. Licenciado en Lenguas y Literatura Españolas en 1949 y cursó estudios de Posgrado en la UNAM. Comerciante en su estado (1952-1959), becario del Centro Mexicano de Escritores (1964-1965), diputado federal por Chiapas (1976-1979) y por el Distrito Federal en 1988. Es autor de Horal (1950), La señal (1951), Adán y Eva (1952), Tarumba (1956), Diario semanario y poemas en prosa (1961), Poemas sueltos (1962), Yuria (1967), Maltiempo (1972), Algo sobre la muerte del mayor Sabines (1973), Otros poemas sueltos (1973-77), Recuerdos de poemas (1987 con varias ediciones), y Poesías (1995). Premio Chiapas (1959), Xavier Villaurrutia (1972), Elías Sourasky (1982) y el Nacional de Letras (1983). En 1996 recibió un homenaje sin precedentes en el Palacio de Bellas Artes. Autor ya clásico e imprescindible, admirado por miles de lectores de todas las generaciones, es, como señaló Octavio Paz: “Uno de los mejores poetas contemporáneos de nuestra lengua. Muy pronto, desde su primer libro, encontró su voz. Una voz inconfundible”.
De Cuba 65
II
“Hambre y sed de justicia”
¿es más que solo el hambre y la sed?
¿De dónde un pueblo entero se aprieta la barriga
porque sí?
¿De qué raíz de rencor,
de cuánta injuria,
de cuánta revancha detenida,
de cuántos sueños postergados
surge la fuerza de hoy?
Porque es necesario decir esto:
para acabar con la Cuba socialista
hay que acabar con seis millones de cubanos,
hay que arrasar a Cuba con una guataca inmensa
o echarle encima todas las bombas atómicas y los diablos.
(Señor Presidente Johnson:
hundamos a Cuba
porque la isla de Cuba navega peligrosamente
alrededor de América).
III
¿Quién es Fidel?, me dicen,
y yo no lo conozco.
Una noche en el malecón una muchacha que estaba conmigo
dio de gritos palmoteando: “ahí va Fidel,
ahí va Fidel”, y yo vi pasar tres carros.
Otra vez, en un partido de pelota,
la gente le gritaba:
“no seas maleta, Fidel”
como quien le habla a un hermano.
“Vino Fidel y dijo...”, dice el guajiro.
El obrero dice: Vino Fidel.
Yo he sacado en conclusión de todo esto
que Fidel es un duende cubano.
Tiene el don de la ubicuidad,
está en la escuela y en el campo,
en la junta de ministros y en el bohío serrano
entre las cañas y los plátanos.
En realidad, Fidel es el nombre
del viento que levanta a cada cubano.
IV
Estoy harto de la palabra revolución
pero algo pasa en Cuba.
No es parto sin dolor, es parto entero,
convulso, alucinante.
Se han quebrado familias, se separan
los que no quieren ver ni ser testigos,
los lastimados y los impotentes.
¿Por qué mi tío Ramón, con sus ochenta,
quiere morir en Cuba
con hijos en Miami y otros hijos
de Colón a La Habana?
¿Por qué cantan los niños
cuando van al trabajo, entre clases y clases?
(Un domingo, en Cienfuegos,
en un camión, temprano,
los vi salir al campo,
y era como si Cuba amaneciera
en sus risas y cantos).
¿Por qué estudian América y Celeste
y otras recamareras, en el hotel, a diario?
¿Por qué el libro se ha vuelto de pronto
bueno como el boniato?
Es verdad que han partido,
arando el mar, gusanos,
y hombres y mujeres han partido
y, ciertos o engañados,
violentos o perdidos o espantados,
han partido, se han ido –oscurecido–
a un porvenir que espera mutilado.
Cuba de pie, de frente,
de corazón, entera,
Cuba de pie ha quedado.
Cuba rodeada de enemigos,
Cuba sola en el mar,
Cuba ha quedado.
De Vuelo de noche
ME DUELES
Mansamente, insoportablemente, me dueles.
Toma mi cabeza, córtame el cuello.
Nada queda de mí después de este amor.
Entre los escombros de mi alma búscame,
escúchame.
En algún sitio mi voz, sobreviviente, llama,
pide tu asombro,
tu iluminado silencio.
Atravesando muros, atmósferas, edades,
tu rostro (tu rostro que parece que fuera cierto)
viene desde la muerte, desde antes
del primer día que despertara al mundo.
¡Qué claridad tu rostro, qué ternura
de luz ensimismada,
qué dibujo de miel sobre hojas de agua!
Amo tus ojos, amo, amo tus ojos.
Soy como el hijo de tus ojos,
como una gota de tus ojos soy.
Levántame. De entre tus pies levántame, recógeme,
del suelo, de la sombra que pisas,
del rincón de tu cuarto que nunca ves en sueños.
Levántame. Porque he caído de tus manos
y quiero vivir, vivir, vivir.
De Autonecrología
VI
El mediodía en la calle, atropellando ángeles,
violento, desgarbado;
gentes envenenadas lentamente
por el trabajo, el aire, los motores;
árboles empeñados en recoger su sombra,
ríos domesticados, panteones y jardines
transmitiendo programas musicales.
¿Cuál hormiga soy yo de estas que piso?
¿Qué palabras en vuelo me levantan?
“Lo mejor de la escuela es el recreo”,
dice Judit, y pienso:
¿Cuándo la vida me dará un recreo?
¡Carajo! Estoy cansado. Necesito
morirme siquiera una semana.
XI
Cuando estuve en el mar era marino
este dolor sin prisas.
Dame ahora tu boca:
me la quiero comer con tu sonrisa.
Cuando estuve en el cielo era celeste
este dolor urgente.
Dame ahora tu alma:
quiero clavarle el diente.
No me des nada, amor, no me des nada:
yo te tomo en el viento,
te tomo del arroyo de la sombra,
del giro de la luz y del silencio,
de la piel de las cosas
y de la sangre con que subo al tiempo.
Tú eres un surtidor aunque no quieras
y yo soy el sediento.
No me hables, si quieres, no me toques,
no me conozcas más, yo ya no existo.
Yo soy solo la vida que te acosa
y tú eres la muerte que resisto.
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Escrito por Redacción