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Elogio de la ociosidad, de Bertrand Rusell
En este ensayo, el filósofo político, matemático, escritor y Premio Nobel de la Paz 1950 (Inglaterra 1872-1970) sugiere que el hombre destine menos tiempo a la solución de sus problemas vitales y dedique más tiempo al desarrollo de su creatividad personal, una iniciativa de evidente inspiración marxista que además la complementa con una propuesta específica: que la jornada de trabajo de todas las personas sea de solo cuatro horas diarias. A pesar de sus ascendencias aristocráticas, Rusell se declaró socialdemócrata y planteó la necesidad de establecer un sistema socioeconómico igualitario que garantice trabajo a todos los ciudadanos, con lo que se evitarían conflictos sociales y guerras. Estas ideas y buena parte de su pensamiento están resumidas en los últimos párrafos del ensayo:
“En un mundo donde nadie se vea obligado a trabajar más de cuatro horas al día, todo hombre que sienta inquietudes científicas podrá satisfacerlas y todo pintor podrá pintar sin morirse de hambre, no importa lo muy excelentes o malos que puedan ser sus cuadros. Los escritores jóvenes no se verán obligados a llamar la atención sobre sí por medio de sensacionales chapucerías, hechas con miras a obtener la independencia económica que se necesita para las obras monumentales, y para las que, cuando al fin llega la oportunidad, han perdido la capacidad y el gusto. El hombre que en su trabajo profesional se interesa por alguna fase de la economía o la administración, será capaz de desarrollar sus ideas sin el apartamiento académico, que hace aparecer carentes de realismo las obras de los economistas universitarios. Los médicos tendrán tiempo de aprender acerca de los progresos de la medicina; los maestros no lucharán desesperadamente para enseñar por métodos rutinarios las cosas que aprendieron en su juventud y que en el intervalo han podido resultar falsas:
“Sobre todo, habrá felicidad y alegría, en lugar de nervios gastados, cansancio y dispepsia. El trabajo exigido será bastante para hacer el ocio delicioso, pero no suficiente para producir agotamiento. Puesto que los hombres no se hallarán en su tiempo libre, no querrán solamente distracciones pasivas o insípidas. Al menos un uno por ciento dedicará, probablemente, el tiempo que no le consuma su trabajo profesional a tareas de algún interés público y, puesto que no dependerá de tales tareas para ganarse la vida, su originalidad no se verá estorbada y no habrá necesidad de conformarse a las normas establecidas por los viejos doctores. Pero no solamente en estos casos excepcionales harán su aparición las ventajas del ocio. Los hombres y las mujeres ordinarios, al tener oportunidad de una vida feliz, se harán más bondadosos y menos inoportunos, y menos inclinados a mirar a los demás con suspicacia. La afición a la guerra desaparecerá, parte por la razón que antecede y parte porque supone largo y duro trabajo para todos”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural