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Las redes sociales atrajeron en 15 años la misma audiencia que la televisión reunió en casi un siglo. A finales de noviembre del año pasado Facebook, la red con más usuarios a nivel global, reportó dos mil 196 millones de usuarios activos en un mes. Para dimensionar este fenómeno hay que decir que los usuarios de esta red social equivalen a casi el 30 por ciento de la población mundial.
Podría decirse, con riesgo de parecer exagerado, que Facebook es el “país” con más habitantes del mundo y que, siguiendo su tendencia de crecimiento, en los próximos dos años la cantidad de sus usuarios será equivalente a la de China e India, los dos países más poblados del planeta con mil 415 y mil 354 millones de habitantes, respectivamente.
El encargado de las decisiones de esta “nación virtual”, a diferencia de un mandatario político, corre a cargo de un CEO (Chief Executive Officer, director ejecutivo en español), cuyo nombre es bastante conocido: Mark Zuckerberg, quien fundó Facebook a los 19 años en el ya lejano 2004, y ahora figura como el quinto hombre más rico en el mundo con una fortuna de 73 mil 200 millones de dólares, según la lista de Forbes en 2018.
En este punto, podemos resumir que Facebook es: 1) La “aldea global” más grande del mundo. 2) Que está dirigida por el quinto hombre más acaudalado del planeta. 3) Pero que no es un país, ni una nación, pese a la validez de mi analogía.
También debemos decir que desde el inicio del desarrollo de este producto, algunas de las decisiones de Zuckerberg han repercutido de manera inquietante en el comportamiento de los usuarios tanto en lo individual como en lo colectivo.
En 2017 se formó una nube gris alrededor de la imagen de dicha red social tras revelarse que Facebook vendió información de sus usuarios para ponerla a disposición de instituciones privadas y políticas, como ocurrió en el caso Cambridge Analytica.
Sean Parker, primer directivo en la historia de Facebook, viejo lobo de mar en Internet y fundador de Napster, dijo, a fines de 2017, que se arrepentía de haber impulsado Facebook. Según sus palabras, para lograr que la gente permaneciera mucho tiempo en la red, había que generar descargas de dopamina —pequeños instantes de felicidad— mismas que vendrían de la mano de los me gusta de los amigos. “Eso explota una vulnerabilidad de la psicología humana", afirmó. Los inventores de esto, tanto yo como Zuckerberg o Kevin Systrom (Instagram) y toda esa gente, lo sabíamos. A pesar de ello, lo hicimos. Sean terminó drásticamente su intervención: “solo Dios sabe lo que se está haciendo con el cerebro de los niños”.
El 10 de abril de 2018, Zuckerberg llegó a tribunales después de las acusaciones generadas por el caso Cambridge Analytica. Según las imputaciones más graves, los datos vendidos por la empresa habían servido para fragmentar a los votantes mediante algoritmos para así inducir la decisión de votantes en Reino Unido y Estados Unidos (EE.UU.) con ayuda de fake news (noticias falsas) y publicidad a grupos selectos, para favorecer la victoria del Brexit y Donald Trump en ambos países.
El Congreso estadounidense terminó por anunciar que, de ser necesario, Facebook entrará en una regulación del Estado, ante lo cual Zuckerberg respondió que no se oponía mientras ésta fuera la “regulación correcta (…) No se trata de decir sí, o no, a la regulación, sino qué tipo de regulación será".
Ante la supuesta intervención de Rusia con el propósito de obtener esa misma información para su beneficio, Zuckerberg comentó: “La naturaleza de estos ataques es que hay gente en Rusia cuyo trabajo es intentar explotar nuestros sistemas y otros sistemas de la Internet; esto es una carrera de armamento, debemos invertir en mejorar”.
El día en que el gigante de las redes sociales se alineó a la política del Estado imperialista se convirtió en una fecha simbólica. La rigurosidad con que la seguridad de operación de Facebook operó después del juicio, aumentó en lo equivalente a veinte hectáreas de aire para los usuarios comunes, acción muy diferente para los clientes de la plataforma en quienes ésta tiene un notable trato preferencial.
La plataforma desde el mes de abril, curiosamente, ha escapado de más señalamientos; sin embargo, la tendencia controlada y manipuladora de Facebook sale a la luz cada vez más.
En los últimos días, el gobierno de EE.UU. ha preparado la antesala de una embestida al gobierno de Venezuela encabezado por Nicolás Maduro, usando fichitas con el desconocimiento de éste por parte de mandatarios afines a la política estadounidense, descrédito mediático, autoproclamación del desconocido opositor Juan Guaidó y una más novedosa: Facebook e Instagram retiraron la verificación de las cuentas oficiales de Nicolás Maduro y verificaron al presidente autoproclamado y respaldado por EE.UU.
El evento podría fácilmente pasar por ínfimo, pues para el observador común la verificación no es más que una insignia azul al lado del nombre de usuario de los personajes o marcas. Sin embargo, esto se halla en la reglamentación de la red, la insignia azul significa que Facebook confirmó que se trata de la página o el perfil auténticos del personaje público (…) y al remover esta característica insignia, el mensaje de Facebook es que no acredita al representante; o dicho de otro modo, se desconoce al gobierno y deja vulnerable su perfil oficial en la difusión de la red.
Con esto no quiero dar a entender que Facebook haya jugado alguna vez un rol neutral en el ámbito político, pues antes ya había registrado ataques a usuarios de alto perfil como el del politólogo Atilio A. Borón. Facebook, como si fuera otro país, desconoce un gobierno legítimo por intereses políticos definidos.
Las redes sociales no son ni benditas ni neutrales y las posiciones políticas que en ellas se manejan no están nada más determinadas por la voluntad de un pueblo bueno, sino por los intereses económicos, mismos que fácilmente pueden volcarse en contra de quien no los sepa manejar. Hoy una bomba virtual de dos mil 196 millones de usuarios, se dejó caer sobre un gobierno constitucional para proclamar a otro. Ya tiró el rancio capital, ahora le toca decidir al pueblo con conciencia.
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Escrito por Óscar Manuel Pérez
Licenciado en Comunicación por la UNAM.