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Comunicaciones
Urge el pensamiento conectando
¿Se siente? ¿Alguien entre líneas?
¿Errata? ¿Paréntesis? ¿Qué signo?
¿Escuchan?
(La claridad del lenguaje
tiene apenas
la intensidad ambigua del poniente)
Estamos aquí, lanzados a la noche
terrestre, apretujados,
aquí, en la noche terrestre, aquí
en la noche terrestre.
De nuevo el hilo
el cable roto, el deslumbrante
cortocircuito.
¿No oyen? ¿No se oye?
Palabras mías, insensatas,
hechas de furor y de locura,
cuantiosa tesitura negra
a borbotones desbordándose
hacia dentro, hacia
el fondo
interpolado de rígidas luciérnagas.
Tiembla y destella, hace señales,
todas son huellas de la eternidad,
enumeradas y prolijas,
cuernos de caza, al mundo
aullidos de perros, está el desierto,
toques de peligro, inútilmente,
pasos cambiados, ¿dónde?
Campanas para niebla, una piel fosforescente,
pedidos de auxilio, y envenenada,
sirenas de patrulleros, llamando,
gritos de alarma, solo, solo, solo,
bocinas de ambulancias, se hace tarde,
quiero saber si se hace tarde.
Un código de emergencia,
un vaso de agua, un hueso
para la inteligencia,
un alfabeto de clave radioactiva,
o telepática, o nuclear,
o una sustancia de amor
para esta extrema ubicación,
25 de abril de 1963, otoño,
en mi casa, hemisferio austral,
aparentemente a la deriva.
¿No quieres venir a llorar conmigo?
Hay algo
la ciruela morada cayó del árbol
una nube oscurece plácidamente
la habitación/ ¿nadie?
goteaba la canilla de la cocina
serena y suave
te necesito
estoy
descendiendo por una escalera mecánica
que me lleva a ciegas
¿soy yo?
Sin embargo me veo sentada a la mesa
escribiendo y
“cuando quiero llorar no lloro
y a veces lloro sin querer”.
Hermano mío
haremos una reunión
plañidera en las entrañas de la angustia
el tiempo nos mira y nos engaña
¿trampa? ¿alucinación?
La ciruela morada
cayó del árbol
–lo siento
dijo el viento
y pasó de largo
llevándose lo más querido
y aquí estoy
en el borde mismo
de lo que no sabemos/en este rincón
de la casa/ te necesito/óigame quien me oiga
¿quieres venir a llorar conmigo?
Tarea doméstica
Sacudo las telarañas del cielo
desmantelado
con el mismo utensilio
de todos los días,
sacudo el polvo obsecuente
de los objetos regulares, sacudo
el polvo, sacudo el polvo
de astros, cósmico abatimiento
de siempre, siempre muerta caricia
cubriendo el mobiliario terrestre,
sacudo puertas y ventanas, limpio
sus vidrios para ver más claro,
barro el piso tapado de deshechos,
de hojas arrugadas, de ceniza,
de migas, de pisadas,
de huesos relucientes,
barro la tierra, más abajo, la tierra,
y voy haciendo un pozo
a la medida de las circunstancias.
Primavera I
Hay veces en que estamos sobre el mundo
para ver la espantable maravilla,
en que vemos nacer la primavera
bajo un grito mortal, como los niños.
Hay veces tan difíciles, y estamos
de pie, en la irrespirable tolerancia
de la tierra, entre luces de peligro,
comiéndonos las uñas, escribiendo
una letra con tierra sobre el cielo,
para vernos el hasta dónde, el hasta
cuándo, y vernos a veces como muertos
con los huesos floridos, así reyes
yacentes y enjoyados. Para vernos.
Y hay veces entre otras, tan serenas,
en que vamos de sombra, y no se ve.
El vidrio negro
El cono de la lámpara me pone a foco
más cerca
más nítida
me veo y me ven
la imagen con fantasma ajustará sus círculos
y no sé si cubrirla ya con un paño de lágrimas
el recuadro de una silla enmarca la lluvia
sobre el vidrio negro
el árbol en lo oscuro
inclina del otro lado sobre mi hombro
su brillo cubierto de hilos
–la ventana es un ojo
un dragón de tinta–
esa torcaza colgada a mis espaldas
proyecta una espiral amarilla
y mostacillas de fósforo le queman las alas
–se repite–
el vidrio negro nos envuelve malignamente:
la ventana es una célula encapuchada
una mirada fotográfica
un revólver
el cono de la lámpara me pone a foco
está sentada vestida de rojo escribiendo
mira de vez en cuando la ventana
la lluvia sobre el vidrio negro
le apuntan:
es un blanco perfecto.
Amanda Berenguer
Nació en Montevideo, Uruguay el 24 de junio de 1921. Estuvo casada con el escritor José Pedro Díaz y ambos fueron parte de la generación del 45. Su casa en la calle Mangaripé era el epicentro de un gran movimiento cultural al que asistían Mario Arregui, Ida Vitale, Ángel Rama, Juan Ramón Jiménez, Jorge Luis Borges y José Bergamín, con quien los unió una profunda amistad.
Como parte de su movimiento, compraron la imprenta Minerva y fundaron el sello La Galatea, en donde se publicó la primera obra de Amanda: Elegía por la muerte de Paul Válery (1945). Luego coordinó, junto a los hermanos Rama, el mítico sello Arca, en donde vio la luz la mayor parte de su obra.
Tomando como lema “Ostinato rigore” de Leonardo Da Vinci, experimentó con las formas clásicas de la poesía, con la poesía visual y con las modulaciones de su voz en Dicciones (1973). También escribió sobre su propia poética y reunió muchas de sus entrevistas en El monstruo incesante (1990).
Recibió el Premio del Ministerio de Instrucción Pública (1952), el premio Reencuentro de Poesía (1986), organizado por la Universidad de la República, por sus obras de poesía Los signos sobre la mesa y Ante mis hermanos supliciados. Su libro La dama de Elche (1987) obtuvo el primer premio de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay. Falleció el 13 de julio de 2010 en su tierra natal.
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Escrito por Redacción