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Wenceslao Alpuche, el poeta de Yucatán (II de II)
“Pocos han sido los bardos peninsulares tan acremente combatidos, fuera de su tierra".
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En su Historia de la literatura en Yucatán (1957), extensa obra compuesta de XVIII tomos, el poeta e historiador José Esquivel Pren destaca la espontánea aceptación de la poesía de Wenceslao Alpuche entre los lectores yucatecos de su época y el rechazo y la incomprensión de que fue objeto fuera de su tierra natal: “Pocos han sido los bardos peninsulares tan acremente combatidos, fuera de su tierra, como éste, dándose con él el caso curioso de que la frase de Jesucristo ‘nadie es profeta en su tierra’, se invirtiera y de que haya sido y sea en Yucatán más apreciada la obra de Alpuche, que allende la península”.

Debido a la censura del conde de la Cortina, que gozaba fama de culto en el México realista y conservador, la obra de Alpuche –dice Esquivel Pren– fue injustamente calificada como “de inferior mérito lírico” por el célebre polígrafo español Marcelino Meléndez y Pelayo, quien al mismo tiempo reconocía, en su Antologia de poetas hispanoamericanos, no conocer la obra poética del yucateco.

Pero basta leer las primeras estrofas de A un juez para convencerse de que tal juicio es erróneo; si en la primera estrofa el poeta llama a combatir las injusticias, alzando valientemente la voz ante los abusos contra el pueblo y a repudiar a los tiranos; si en la segunda convoca a repudiar la tiranía y en la tercera condena la brutal explotación de los indígenas mayas en el norte del país y denuncia la voracidad de un sistema que se alimenta de la sangre del pueblo, la siguiente estrofa consagra a su autor no solo como un verdadero lírico, sino como un poeta popular, defensor de las leyes y las libertades civiles, partidario de la República, la Constitución y el Congreso, hoy como entonces en peligro por las aspiraciones totalitarias y tiránicas de un pequeño grupo ebrio de poder.

Y qué premio esperáis, hombres honrados,

que seguís la virtud tan denodados,

que la patria ilustráis infatigables

y adoráis el honor imperturbables.

Os miro ya arrastrar entre cadenas

y os advierto gemir entre prisiones.

Prisiones y cadenas son los dones

con que premia el tirano a aquel que emprenda

seguir de la virtud la augusta senda.

Y su audacia feroz, aún no saciada

con perfidias y crímenes, se lanza

a desgarrar la ley pura y sagrada:

la pisa impunemente, y se abalanza

a perseguir, rabioso en sus furores

las sagradas personas, e inviolables,

de aquellos que llamó legisladores

la uniforme opinion de nuestra patria.

La obra lírica de Alpuche se divide en dos géneros: patriótico y amatorio; al primero pertenecen los poemas Grito de Dolores, A Hidalgo, La Independencia, Al suplicio de Morelos y Moctezuma; entre los segundos sobresalen, a decir de José Esquivel Pren, Heloísa, La Perfidia, A una mejicana, Chapultepec, A una joven y A Clemencia. Dos poemas “acabaron de consagrarlo, rindiéndole Yucatán su más fervorosa simpatía”. Son: La vuelta a la patria y La Fama; en este último, Alpuche justifica su renuncia a los sofisticados placeres sensuales y elige una vida de penurias y sinsabores a cambio de la satisfacción de considerarse a sí mismo como el poeta de Yucatán.

La Fama

En lecho delicioso,

de pluma delicada bien mullido,
el sibarita ocioso

de oro y seda vestido,

descanse el cuerpo de placer rendido.

Disfrute allá en su idea,

en éxtasis sabroso, todo él lleno

de bienes que desea;

libre, feliz, sereno,

de pesadumbre y de fastidio ajeno.

Y el sueño blandamente

sus párpados cerrando adormecidos,

la imagen le presente

de mil apetecidos

deleites, fácilmente conseguidos.

Vendrá, empero, la muerte

y segará su vida descuidada

con su guadaña fuerte;

su memoria, lanzada

será entonces al seno de la nada.

 Yo sobre cama dura

No pueda descansar ni aún débilmente:

del dolor la amargura

devóreme inclemente;

no tenga en donde reclinar mi frente.

Despedazada el alma

de pasiones violentas, no consiga

un momento de calma;

y la inquietud me siga,

y eterno el infortunio me persiga.

Atormentado sea

mi sueño por la imagen de la muerte;

aun dormido me vea

luchando con la suerte;

halle solo aflicción cuando despierte.

Pero mi acerbo llanto,

del deleite jamás interrumpido,

vigor dará a mi canto;

al canto dolorido

que arranque mi memoria del olvido.

¡Patria adorada mía!

¿No cubrirán tus jóvenes de rosas

mi sepultura fría?

¿Tus vírgenes hermosas

no entonarán mis cánticos llorosas?

No de inmortal renombre

la orgullosa ambición mi pecho inflama;

pero arderá mi nombre

con refulgente llama,

si su poeta Yucatán me aclama.


Escrito por Tania Zapata Ortega

COLUMNISTA


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