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Una voluta florida más para despedir al Tlamatini Miguel León Portilla. Obra imprescindible para entender el pensamiento y la vida prehispánicos es Trece poetas del mundo azteca; el noveno poeta antologado en esta obra es Temilotzin de Tlatelolco (Fines del siglo XV- 1525), “defensor de Tenochtitlan y cantor de la amistad”.
Perteneciente a la nobleza azteca, su esmerada formación como guerrero no le habría impedido desarrollar sus aptitudes de “forjador de cantos”, es decir, de poeta. Romances de los señores de la Nueva España es un manuscrito que hoy se conserva en la Biblioteca Latinoamericana de la Universidad de Texas y que consigna el siguiente poema atribuido a este gobernante-guerrero, y que puede situarse en un escenario previo a la destrucción del mundo en el que había nacido.
TEMILOTZIN ICUIC
Ye ni hualla, antocnihuan in:
noconcozcazoya,
nictzinitzcamana,
nictlauhquecholihuimolohua,
nicteocuitla icuiya,
nicquetzalhuixtoilpiz
in icniuhyotli.
Nic cuicailacatzoa cohuayotli.
In tecpan nicquixtiz,
an ya tonmochin,
quin icuac tonmochin in otiyaque ye Mictlan.
In yuh ca zan tictlanehuico.
Ye on ya nihualla,
ye on ninoquetza,
cuica nonpictihuiz,
cuica nonquixtihuiz,
antocnihuan.
Nech hualihua teotl,
nehua ni xochhuatzin,
nehua ni Temilotzin,
nehua ye nonteicniuhtiaco nican.
POEMA DE TEMILOTZIN
He venido, oh amigos nuestros:
con collares ciño,
con plumajes de tzinitzcan doy cimiento,
con plumas de guacamaya rodeo,
pinto con los colores del oro,
con trepidantes plumas de quetzal enlazo
al conjunto de los amigos.
Con cantos circundo a la comunidad.
La haré entrar al palacio,
allí todos nosotros estaremos,
hasta que nos hayamos ido a la región de los muertos.
Así nos habremos dado en préstamo los unos a los otros.
Ya he venido,
me pongo de pie,
forjaré cantos,
haré que los cantos broten,
para vosotros, amigos nuestros.
Soy enviado de Dios,
soy poseedor de las flores,
yo soy Temilotzin,
he venido a hacer amigos aquí.
Amigo y compañero de Cuauhtémoc, Temilotzin ostentaba el grado de Tlacatécatl, es decir “comandante de hombres” y habría participado decisivamente en la defensa de Tenochtitlan del asedio español, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia. Compartió el destino del último emperador en la rendición de la metrópoli azteca y, prisionero de los conquistadores, fue testigo de su ahorcamiento, en 1525, camino a las Hibueras.
El mundo al que cantara, invitando a la comunidad a disfrutar de la amistad había desaparecido. Vencido y prisionero, los Anales de Tlatelolco registran sus últimas horas. Insuperable es la imagen que presenta el erudito León Portilla del suicidio del poeta, al arrojarse al agua desde un barco español:
“Perdida la antigua grandeza, Tenochtitlán destruida, muerto Cuauhtémoc, desaparecida la antigua hermandad, Temilotzin que había dicho como poeta que su más grande anhelo era: entrelazar con plumajes de quetzal la hermandad y rodear con cantos a la comunidad de los amigos…, hasta que todos hayamos ido a la región de los muertos… decidió entonces intentar la evasión. No sabía él hacia donde habría de escapar, en todo caso llegaría a la región donde de algún modo se existe”.
Y los Anales de Tlatelolco se encargan de describir su legendario final: “Temilotzin no quiso escuchar ni ser retenido… lo vieron cómo se arrojó al agua. Va nadando en el agua hacia el rumbo del sol. Malintzin le llama y le dice: ¿Adónde vas, Temilotzin? ¡Regresa, ven! Él no escuchó, se fue, desapareció. Nadie sabe si pudo alcanzar la orilla del agua, si una serpiente lo devoró, si un lagarto se lo comió o si los grandes peces acabaron con Temilotzin… en esta forma acabó consigo mismo, nadie le dio muerte”.
Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.