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En sus Memorias de Daniel Cosío Villegas (J. Mortiz-SEP, 1976) hay retratos muy interesantes de los principales actores en la cultura y la política mexicana del siglo pasado. Los hizo con base en su implacable análisis crítico y mediante el uso no oculto ni matizado de sus “simpatías y diferencias”. Una de sus pinturas más gráciles y afectuosas fue la de Diego Rivera, a quien conoció a principios de los años 20 con ocasión de la traza de sus murales en la Secretaría de Educación Pública (SEP), encabezada entonces por José Vasconcelos (1920-1924. Cosío describe al pintor, pero también al personaje carismático, fantasioso y mitómano. Un Rivera que le cuenta que había nacido de un soldado francés de la invasión napoleónica y una campesina rusa en 1812, por lo que en aquel momento (1922) tenía 110 años. Cuando advirtió la incredulidad en su joven interlocutor (24 años), lo único que dijo don Diego fue: “Sí, a pesar de parecer imposible, llevo a cuestas ese centenar de años”.
En otras ocasiones, Diego le contó que había caminado a pie las grandes estepas nevadas de Rusia; que era judío, igual que muchos genios de la astronomía, física, química, la pintura y la música –Miguel Ángel, Da Vinci, Rafael, Bach, Beethoven, Mozart y que era caníbal converso y cotidiano porque la carne humana es la “más blanda, más jugosa y más nutritiva” … Tras esta cuenta increíble, Cosío dice del gran muralista: “Bien natural que Diego alcanzara pronto la fama de un gran mentiroso, pero ¿lo era de verdad? Por lo pronto, jamás torció la verdad de los hechos con un fin personal interesado. Entonces, cuando más, en caso de serlo, resultaba un mentiroso inocente. Para mí, Diego se divertía enormemente contando cosas inexactas e incluso absurdas dándose cuenta del desconcierto que causaba en su interlocutor”.
En sus Memorias –y luego también en su libro El estilo personal de gobernar (J. Mortiz, 1974– Cosío hizo el retrato de uno de los políticos más controvertidos de México del último tercio del siglo XX: el expresidente Luis Echeverría Álvarez, con quien incluso sostuvo una confrontación política directa. En contraste con el retrato amable y tierno con el gran pintor comunista, el de éste señor es implacablemente crítico. Lo describe como un genuino político autócrata, voluntarioso y demagogo que todo el tiempo se ofrecía como un “predicador y maestro” que supuestamente promovía cambios profundos en la “filosofía social” y el sistema económico de México. En su papel “profeta de la gran transformación de México”, Echeverría se movía frenéticamente en toda la República porque “tenía prisa” de hacer y hablar de todo, pero lo más grave en él –enfatiza Cosío– era su “política económica incierta y en ocasiones contradictoria”, ya que en su afán por actuar como “izquierdista” quería estatizar todo y con ello solo logró pelearse con la iniciativa privada y provocar una severa crisis económica al final de su sexenio en 1976.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista y escritor.