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“Doctor, no me deje morir porque México necesita de mi pintura”. Se dice que Saturnino Herrán pronunció estas palabras cuando presentía que la muerte lo acechaba. Su concepción del arte estaba respaldada por el contexto social y político del México de 1910. Herrán creía que era necesaria una transformación en el país pero, a diferencia de los revolucionarios en armas, decía que el arte era preferible a éstas, por lo que asumió la tarea de sensibilizar y educar al pueblo mexicano a través de sus trabajos. De los breves 31 años que duró su vida, 14 los dedicó esta labor. Entró a la Academia de San Carlos cuando tenía 17 años para tomar clases avanzadas de pintura y relacionarse con los artistas con mayor reconocimiento en la capital de la República.
Saturnino ganó una beca para estudiar en Europa y, aunque la rechazó, pudo conocer las técnicas y los estilos que florecían en aquella parte del mundo. La lectura de algunas revistas sobre pintura fue fundamental para que Herrán conociera la obra de los españoles Sorolla y Zuloaga y adaptara sus colores en lo que él quería pintar. También su relación con Dr. Atl (Gerardo Murillo) le sirvió para conocer lo que se estaba produciendo en otros países; pues Murillo trajo la idea de la pintura a gran escala influenciado por los frescos de la Capilla Sixtina. Pero no solo la pintura europea inspiró a Saturnino Herrán, también la antigua cultura azteca fue una fuente de inspiración inagotable para su obra.
En 1907, Herrán trabajó para el antropólogo Manuel Gamio copiando el arte pictórico que se encontró en Teotihuacán. Esta experiencia nutrió el trabajo del pintor y, a partir de entonces, incorporó en sus obras elementos indígenas que estuvieron presentes hasta el final de sus días. Herrán es reconocido como precursor del indigenismo, corriente pictórica mexicana con la que se buscó plasmar la cotidianeidad, la historia y la cultura de los indígenas prehispánicos, quienes desde la colonia española habían permanecido en el olvido sistemático de las autoridades. La revelación del arte indígena no solo propició el reconocimiento de la vastísima cultura precolonial del país, también inspiró la obra de otros creadores plásticos y logró la reivindicación política que los indígenas necesitaban, objetivo que podía alcanzarse sin derramar sangre, según su propuesta.
La influencia de las culturas precolombinas en Herrán también es visible en sus trípticos. Estas composiciones integraban un relato coherente sobre grandes paredes en tres momentos distintos de una misma historia. Esta forma de arte plástico fue el antecedente del movimiento muralista, que recuperó la pintura a gran escala; incorporó nuevas técnicas y mantuvo vivo el ideal de que el arte tiene una tarea fundamental en la construcción de una sociedad diferente. Pintores como Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros prolongaron el legado indigenista de Herrán y lo enriquecieron al retomar al trabajador mexicano como inspiración y receptor principal del arte pictórico.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.