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RODULFO FIGUEROA. Nació el cuatro de agosto de 1866 en Cintalapa, Chiapas. Vivió su infancia en la hacienda ganadera Santiago del Valle de Cintalapa; cursó la preparatoria en el Instituto Nacional Central para Varones de Guatemala donde demostró gran habilidad para la composición poética; se dice que, de 25 cursos recibidos en Guatemala, en 23 ganó menciones honoríficas y medallas de oro. En 1888 publicó sus primeros poemas en la revista Juventud Literaria y El Mundo Ilustrado junto a grandes literatos como Ignacio M. Altamirano y Justo Sierra, posteriormente fungió como director y redactor de la revista científica La Escuela de Medicina y editor de La Juventud Médica, órgano homónimo de la sociedad que creó. En 1893 se tituló como médico cirujano por la Universidad de San Carlos, Guatemala; el presidente de ese país, José María Reina Barrios, le otorgó la Medalla del Mérito como premio a su tesis. Existen dos antologías que compilan su obra poética: Lira Chiapaneca (1927) y Poesías completas (1958). Falleció el siete de julio de 1899, a los 32 años.
EL COLIBRÍ
Yo soy el colibrí que al sol extiendo
mis alas de esmeralda y de topacio,
yo estoy en este instante construyendo
en el limbo de una hoja mi palacio.
Yo nací acariciado por las brumas
de un cocotero en el penacho de oro,
yo soy el ave que en mis tenues plumas
los cambiantes del iris atesoro.
Yo jamás con mis cantos importuno
del bosque umbroso la vibrante orquesta,
yo soy tan inocente que ninguno
me causa daños cuando estoy de fiesta.
Porque me encuentro de ilusiones rico
me miran todos revolar travieso,
yo vivo de esperanzas, y en el pico
la miel conservo que libé de un beso.
Soy amigo de todas las violetas
que a la sombra se ocultan pudorosas,
yo soy la inspiración de los poetas
y el amor imposible de las rosas.
En los instantes en que siento frío
me voy al nido que dejé desierto,
y cuando tengo sed, bebo el rocío
del cáliz perfumado y entreabierto.
Hoy que me está aguardando mi adorada
en un reclamo, manantial de arrullos,
no volverá a encontrarme la alborada
soñoliento y huraño en los capullos.
Y escuchando a los pájaros cantores
cifraremos los dos nuestros anhelos
en llevar de las urnas de las flores
la embriagadora esencia a los polluelos.
¡Oh cuando vengan las primeras lluvias
y ornen al nido exuberantes galas,
se adormirán las cabecitas rubias
al vibrante rumor de nuestras alas!
Y estaremos de fiesta cada día
que en el fondo mullido del palacio
aparezca un plumón, orfebrería
de esmeralda, de oro y de topacio!…
Soy del bosque el orgullo, soy el ave
que más sonrisas a la hermosa arranca,
soy tan pequeño que mi nido cabe
en una diminuta mano blanca.
Solo en horas de amor y de arrebato
se hallan en el labio humedecido y rojo,
néctar tan suave, delicioso y grato
como la miel que de la flor recojo.
Yo no tengo inquietudes: la paloma
que anidó en el tupido limonero,
temblando a veces la cabeza asoma,
porque la asecha el gavilán artero.
Pero yo sin temor al sol extiendo
mis alas de esmeralda y de topacio,
porque estoy afanoso construyendo
en el limbo de una hoja mi palacio!
EL NÚMERO 339
I
Estudiando una vez histología
del anfiteatro en el salón desierto,
una historia encontré, grave y sombría
en la substancia cerebral de un muerto.
¿Cómo la descifré? yo la atribuyo
a la extraña aberración del microscopio;
dejo al lector con el criterio suyo,
la someto a su juicio y se la copio.
II
“Sabes el nombre que sin pompa y gala
usé muy poco en mi existencia breve,
tanto, que me llamaban en tu sala
el número trescientos treinta y nueve”.
“Mi profesión, mi edad, mi patria hermosa,
todo lo viste en el papel estrecho
que colocó la Hermana cuidadosa
bajo el número negro de mi lecho”.
“Me llevó al hospital la dura suerte
que en ser adverso al infeliz se aferra;
no lo creerás, pero encontré la muerte
por enfermarme en extranjera tierra”.
“Por orden del Doctor me examinaste
con esa falsa gravedad que ensayas,
y en tu libro de errores anotaste
la enfermedad que en mi cerebro no hallas”.
“Lo recuerdo muy bien: no hubo ninguno
que no inquiriese por mis males fieros,
y ante mí desfilaron uno a uno
con orden singular tus compañeros”.
“Fue en verdad, el Doctor muy bondadoso
cuando hablaba de mí por vez primera:
–Es un caso, Señores, muy curioso
que estudiarán cuando el enfermo muera”.
“El diagnóstico es fácil... la necropsia
dirá después cuanto explicar me resta;
jamás me canso de elogiar la autopsia
por los grandes servicios que nos presta”.
“En la substancia gris, al microscopio
esto y aquello encontrarán ustedes...
Y de lógica haciendo extenso acopio
habló el Doctor de lo que hallar no puedes”.
“Después mi extraño mal fue más complejo
más implacable y fiero cada día
hasta que vino al fin con su cortejo
de tremendos dolores la agonía…”
“En ese instante en que la vida siente
que su organismo a disgregarse empieza,
por mi familia y por mi patria ausente
una lágrima tuve de tristeza”.
“Llorar así por los que más me hicieron
llevaderas del mundo las espinas,
fue el postrer pensamiento que tuvieron
estas células muertas que examinas”.
“¡Mi postrer pensamiento!... Me propuse
decir verdad y sin querer te engaño;
¡Mi postrer pensamiento lo traduce
solo un ser que me adora y no un extraño!”
“¡Cuántos adioses por doquier miraran
de mis últimas noches intranquilas,
si a ese ocular obscuro se acercaran
de una hermosa que adoro las pupilas!”
“¡Aquel largo estertor de agonizante
hubiera sido pasajero y breve
si ella hubiera podido en ese instante
cerrar mis ojos con su mano leve”.
“¡Ah! cuando tuve esa ilusión que alegra
como rayo de sol tras noche obscura,
vi dibujarse como mancha negra
la silueta fatídica del cura!”
No recuerdo qué dijo: solamente
perdidos ecos de su voz cristiana
llegaban hasta mí confusamente
con el ora pro nobis de la hermana”.
“Como ave prisionera en el vacío
que al asfixiarse con horror se agita,
así mi ser se estremeció de frío
al sentirse rociar de agua bendita”.
“Con galvánicas fuerzas combatieron
todos mis nervios por la vida hermosa,
y al concluirse esa lucha, me trajeron
de esta sala anatómica a la losa”.
“Después rompiste sin temor mis sienes
porque sabes muy bien que mis dolores
se acabaron por fin... ¡y aquí me tienes
trasladado a estos mundos inferiores!”
“Aquí me tienes con la extraña marca
de este nuevo organismo que me apropio,
tan pequeño, que á veces no me abarca
en su campo visual el microscopio”.
“¡Que si pienso en mi amada! Me sorprende
tu pregunta tan llena de miseria,
¿No sabes tú que por amor se entiende
esa eterna atracción de la materia?”
“¿No sabes que dos gotas de rocío
si se funden en una es porque se aman,
que hasta en el seno del sepulcro frío
los átomos se buscan y se llaman?”
“Y ella al fin morirá... cortos instantes
dura en el mundo la existencia breve,
y se unirá a las células errantes
del número trecientos treinta y nueve!”
III
Dejo al lector con el criterio suyo
al concluir esta historia que le copio:
Yo de mí sé decir que la atribuyo
a extraña aberración del microscopio.
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Escrito por Redacción