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¿Quién gana (y quién pierde) con la cultura digital?
Los verdaderos ganadores de este fenómeno son los gigantes trasnacionales del sector, que reportan enormes ganancias, especialmente en Latinoamérica.
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Los años 2020 y 2021, regidos por la pandemia de Covid-19, han provocado un explosivo crecimiento del consumo cultural en plataformas digitales. Ante el cierre de museos, restaurantes, cines, bares, conciertos, etc., los mexicanos se han volcado masivamente hacia la infinita oferta de entretenimiento del mundo online.

La digitalización de la cultura es un fenómeno relativamente nuevo que, en nuestro país, solo se volvió masivo durante los últimos 10 años. Sin embargo, el impacto que tiene ahora en la configuración del perfil cultural de nuestra población es contundente y de una velocidad impresionante.

Las principales plataformas habían experimentado, desde antes de la pandemia, un crecimiento impetuoso. Veamos algunos ejemplos respaldados con cifras. En 2019, el 56 por ciento de la música que se escuchaba en México provenía de plataformas de streaming (mercado claramente dominado por el gigante sueco Spotify), según un reporte de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (FIIF). Ese mismo año, Netflix llevaba apenas ocho años operando en México y sus ganancias en el mercado nacional se habían incrementado 153 veces entre 2011 y 2019, de acuerdo con información de la propia empresa. Otros gigantes relevantes son YouTube, Claro video, Amazon, HBO, Disney y Cinépolis.

El espacio de este texto es insuficiente para abordar siquiera superficialmente todas las implicaciones que la “conversión” al mundo digital está teniendo en la sociedad mexicana. Pero propongo, al menos, una breve enumeración con pros y contras que, en principio, pretende ser desprejuiciada.

Las ventajas para los consumidores no son despreciables. Su pragmatismo es absoluto: la oferta casi infinita puede consultarse tanto desde la comodidad de casa, como desde la incomodidad del transporte público (recordemos que, en las grandes ciudades de México, el trabajador promedio pasa varias horas al día trasladándose a su trabajo). También debe reconocerse el papel positivo que estas prácticas adoptan en las personas que tienen la posibilidad (económica sobre todo) de confinarse durante la pandemia y hacer su encierro menos tormentoso.

Pero, sin engañarnos, los verdaderos ganadores de este fenómeno son los gigantes trasnacionales del sector, que reportan enormes ganancias, especialmente en Latinoamérica.

Las desventajas son, por desgracia, múltiples y de más graves implicaciones. Como un asunto de salud pública, no es necesario repetir lo dañino de estas prácticas, principalmente sedentarias y asociadas a múltiples complicaciones por el uso prolongado de pantallas, audífonos, dispositivos inalámbricos, etc. Desde el punto de vista cultural, tal tendencia acondiciona el yugo de la dependencia cultural al producir, en diversos niveles, contenidos principalmente homogéneos y unidireccionales, que inhiben el diálogo con el espectador y que ocultan manifestaciones culturales fuera del canon comercial, mutilando así la diversidad inherente a toda sociedad.

Los beneficios económicos de las empresas de entretenimiento digital contribuyen, además, de acuerdo con una tendencia general hace mucho tiempo descubierta por el marxismo en la economía, a acelerar la centralización de los capitales, principalmente en empresas asentadas en los países dominantes, aunque también es cierto que, en menor medida, en grandes consorcios locales.

Por último, y uno de los puntos más relevantes en la coyuntura política actual, es necesario recordar que, de una manera directa, el crecimiento explosivo de estas prácticas representa un desafío –si no una frontal amenaza– para los expertos que trabajan en el diseño de políticas culturales públicas en las que el Estado conserve su papel rector como regulador de una oferta cultural más educativa, más plural y más incluyente. Por ello resulta ingenuo decir que los recortes presupuestales y los ataques del actual Gobierno Federal se limitan a propiciar un estancamiento en el sector cultural público, cuando lo más objetivo al respecto consiste en asumir que se trata de un franco retroceso. 


Escrito por Aquiles Lázaro

Columnista de cultura


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