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Hace unos días escribí un artículo sobre esta interrogante tratando de hacer ver su vigencia y significación. Por los numerosos comentarios negativos que despertó mi trabajo, creo útil insistir en mis argumentos principales.
El presidente norteamericano Joe Biden ha dicho con toda franqueza que va a retomar, con toda energía, la política del destino manifiesto, es decir, la tesis de que Estados Unidos (EE. UU.) ha sido elegido por la providencia para gobernar al mundo. Obviamente, la “providencia” es una argucia para esconder la mano de la élite militar-industrial que es quien realmente manda en ese poderoso país, para no tener que aclarar quién le ha otorgado a EE. UU. el derecho y la omnipotencia para rehacer el mundo de acuerdo con sus intereses, o de dónde ha sacado la certeza de qué es lo que queremos y necesitamos los habitantes del planeta. Sobran pruebas de que esa actitud autoritaria y esa arrogante seguridad de que tienen el derecho de gobernar el mundo nacen de la convicción de que fueron ellos, los norteamericanos, los que decidieron el triunfo sobre Hitler en la Segunda Guerra Mundial. He aquí una primera evidencia de la importancia y actualidad del tema.
En efecto, “George Kennan, uno de los padres de la Guerra Fría, expresó uno de los condicionamientos esenciales de esta necesidad en un documento interno de febrero de 1948: ‘Tenemos alrededor del 50 por ciento de la riqueza del mundo, pero solo el 6.3 por ciento de su población (…) nuestra tarea esencial en el periodo que se aproxima es la de diseñar una pauta de relaciones que nos permita mantener esa situación de disparidad sin detrimento de nuestra seguridad nacional’” (Josep Fontana, Por el bien del imperio, p. 12). Kennan pone aquí al desnudo el móvil esencial de la política exterior del imperialismo: dominar al mundo para mantener a salvo la superioridad económica de EE. UU.; no las hipócritas banderas falsas con que hoy disfrazan sus guerras de dominación: democracia, libertad, respeto a los derechos humanos, etc.
El General Eisenhower, en su discurso de toma de posesión como presidente de EE. UU. el 20 de enero de 1953, dijo: “Pese a nuestra fuerza material, incluso nosotros necesitamos mercados en el resto del mundo para los excedentes de nuestras explotaciones agrícolas y de nuestras fábricas. Del mismo modo, necesitamos, para estas mismas explotaciones agrícolas y fábricas, materias vitales y productos de tierras distantes” (Ibíd.). Para garantizar este comercio de ida y vuelta, era indispensable un control único del mundo, la unidad de «todos los pueblos libres»; pero «para producir esta unidad (…) el destino ha echado sobre nuestro país la responsabilidad del liderazgo del mundo libre» (Ibíd.). Aquí está, completa, la doctrina del destino manifiesto que ahora retoma el presidente Biden. Y “Ésta del liderazgo universal es una idea que ha recorrido la política norteamericana desde 1945 hasta nuestros días”, afirma Fontana.
También muy tempranamente nació la idea de que Rusia y China son el enemigo a vencer. Robert McNamara, secretario de Defensa, le dijo al Presidente Lyndon B. Johnson, en un memorándum, que “…la función dirigente que los norteamericanos habían asumido «no podía ejercerse si a alguna nación poderosa y virulenta –sea Alemania, Japón, Rusia o China– se le permite que organice su parte del mundo de acuerdo con una filosofía contraria a la nuestra»” (Ibíd.). En efecto, se sabe, por ejemplo, que tras la entrega del campo socialista por Gorbachov y corifeos, lo que seguía era el desmembramiento de Rusia, cuyo territorio, el más grande del planeta, es un peligro por sí mismo y un poderoso atractivo para el capital privado. El arribo de Putin al poder frustró esos planes; y de ahí el odio con que se le ataca en Occidente. El verdadero “delito” de ambos “poderosos y virulentos” países es haber logrado burlar el cerco económico y militar del Pentágono y haberse convertido, bajo sus propios ojos, en “un poder global” que desafía su hegemonía.
Pero insisto: la amenaza no es solo para Rusia y China, sino para todos los pueblos de la tierra. Así lo advierte Fontana en una cita del discurso que el secretario de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, pronunció en una fecha tan próxima como el 19 de octubre de 2001 ante los tripulantes de un grupo de bombarderos: “Tenemos dos opciones. O cambiamos la forma en que vivimos o cambiamos la forma en que viven los otros. Hemos escogido esta última opción. Y sois vosotros los que nos ayudarán a alcanzar este objetivo” (op. cit. p. 13). No es difícil entender que “los otros” somos todos los que no tenemos la fortuna de ser blancos, anglosajones y protestantes (WASP) y haber nacido en EE. UU. Y el obstáculo para consumar la opción escogida se llama Rusia y China. Por eso creo que quienes aplauden como focas todo lo que hace, dice, promete y publica el imperialismo norteamericano no tienen una idea muy clara de lo que están apoyando y alentando.
Desde luego que cada quien es libre de pensar lo que le plazca sobre lo que le plazca; y no seré yo quien se oponga a eso. Pero creo que es sano que todos nos preocupemos por someter nuestros juicios al tribunal de la lógica, la racionalidad y la investigación científica disponible, sobre todo cuando queremos hacerlos públicos. De lo contrario, no pasaremos de expresar nuestra opinión personal, libre pero simple opinión personal que, como ya sabían los antiguos eleatas, no tiene valor demostrativo alguno.
Yo afirmé y afirmo que la cuestión de quién ganó la segunda guerra mundial es muy importante y actual porque es parte de la política imperialista para dominar al mundo, una política que exige reescribir la historia completa de esta guerra con cuatro objetivos básicos. Primero, ocultar la responsabilidad de las potencias occidentales (Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos) en la rápida recuperación y rearme de Alemania. Segundo, maquillar su papel en esta guerra (de la que hoy se declaran vencedores únicos), que fue calculadamente marginal con objeto de permitir a Hitler aplastar el socialismo. Tercero, quitar todo mérito a Stalin y al Ejército Rojo en la derrota de la Alemania fascista y en la liberación de Europa Oriental. Cuarto (y el más peligroso y actual), crear un nuevo clima mundial de Guerra Fría, es decir, de linchamiento mediático de Rusia y China para someterlas o destruirlas y así acabar con el único obstáculo que se opone a su dominio mundial.
Y doy mis argumentos:
1.- Recién ascendido al poder, Hitler se fingió “pacifista convencido” y exigió a todo el mundo cumplir los acuerdos de paz. Luego, aprovechando su incumplimiento, se victimizó alegando que solo Alemania cumplía, que por eso estaba inerme, reducida a un papel subalterno e imposibilitada para atender a su propia defensa. Por tanto, declaró que abandonaba la Conferencia de Desarme y renunciaba a la Sociedad de Naciones. Su propósito evidente era tener manos libres para rearmarse. Nadie protestó y la prensa occidental declaró “lógica” esa posición.
2.- De inmediato procedió a rearmarse. Temeroso de la reacción de Polonia, la más perjudicada con su rearme debido al corredor polaco y el puerto libre de Danzig, que dividían en dos a la Prusia Oriental, ordenó a Goering proponer al gobierno polaco “una alianza germano-polaca en contra de la URSS” (David Solar, El último día de Hitler), maniobra que culminó con la firma del Pacto de no Agresión de 1934. Polonia se convirtió en aliada de Hitler. Este pacto rompía la sutil red de alianzas que Francia había venido tejiendo en Europa del Este y Gran Bretaña, temerosa de la reacción de los galos, se apresuró a compartirles que, a su juicio, debía concedérsele a Alemania la igualdad de armamentos con las demás naciones europeas. ¿No era esto ayudar a Hitler a rearmarse?
3.- Por aquellos días fue asesinado el ministro francés de Exteriores, Louis Barthou, radical enemigo del fascismo y de Hitler, y su lugar fue ocupado por Pierre Laval, proclive a los nazis. Aprovechando este desconcierto de Francia, Hitler organizó el plebiscito por el cual “recuperó” el Sarre el 1º de marzo de 1935, un enclave bajo control internacional desde 1930. El atropello a la Sociedad de Naciones y a los signatarios del Pacto de Versalles era insultante, pero nadie dijo nada tampoco esta vez.
4.- A partir de este “triunfo”, Hitler declaró públicamente que Alemania había iniciado su rearme. Gran Bretaña respondió aumentando su presupuesto militar y Francia duplicando el tiempo de permanencia en filas de sus soldados. A estos alfilerazos, Hitler contestó informando que Alemania contaba ya con una fuerza aérea, y el 16 de marzo de 1935, anunció el servicio militar obligatorio y la creación de un ejército de 550 mil hombres. Solo el Parlamento británico mostró indignación, pero el gobierno lo apaciguó asegurando que viajaría a Berlín para “ajustarle las clavijas a Hitler”. No fue cierto.
5.- En 1925, Francia, Alemania y Bélgica, con aval de Gran Bretaña e Italia, firmaron el Pacto de Locarno, que garantizaba la seguridad de las fronteras franco-alemana y germano-belga, so pena de una represalia militar conjunta contra quien violara el compromiso. El siete de marzo de 1936, cuando el ejército de Hitler era todavía un proyecto, sus tropas cruzaron el Rin e invadieron la Renania francesa, desmilitarizada desde 1919 por acuerdo del Tratado de Versalles. Ni Francia ni los garantes del Pacto de Locarno movieron un dedo para impedirlo, a pesar de que el ejército francés, solo, bastaba para aplastar a Hitler en cuestión de horas.
6.- El 12 de febrero de 1938, Hitler convocó al canciller austriaco Kurt von Schuschnigg en su residencia de Berchtesgaden. Con brutalidad premeditada, lo obligó a firmar un documento que, de hecho, legalizaba la anexión de Austria al Tercer Reich. Aunque Schuschnigg intentó escudarse tras un plebiscito que fijó para el 13 de marzo, el día 12, los ejércitos alemanes entraron en Austria sin hallar resistencia alguna. Francia y Gran Bretaña fingieron que era una simple reunificación de dos naciones alemanas.
7.- El 30 de mayo de 1938, Hitler habló de su decisión de apoderarse de los Sudetes, región checoslovaca de mayoría alemana. Inquieto por un nuevo zarpazo territorial, el Primer Ministro británico, Chamberlain, viajó tres veces a Alemania: el 15, el 22 y el 27 de septiembre de 1938. En la segunda visita consiguió que el Führer, que al principio daba solo dos días para un desalojo “ordenado” de los Sudetes, como proponía el británico, aplazara la invasión hasta el 1º de octubre. Chamberlain presentó esto como “su gran triunfo diplomático” y convenció a Edouard Daladier, Primer Ministro francés, de aceptar la entrega de los Sudetes al Führer. En la madrugada del 30 de septiembre, en una “cumbre” celebrada en Munich, se firmó el pacto para consumar dicha entrega. Hitler firmó a cambio una simple hoja de papel asegurando que sería su última reclamación territorial.
Esta hoja, que tanto Chamberlain como Daladier sabían que era menos que papel remojado, fue agitada ante los pueblos británico y francés como el acta de salvación de la paz de Europa. El 1º de octubre de 1938, las fuerzas alemanas tomaron posesión de los Sudetes. El último acto de esta comedia tuvo lugar el 14 de marzo de 1939 cuando, en la cancillería del Reich, el anciano presidente checoslovaco, Emile Hacha, a punto de infarto, fue obligado por Hitler a firmar la cesión total de su país. En la noche del 14 al 15 de marzo de 1939, las tropas alemanas ocuparon Praga. “En su destrucción, Polonia y Hungría colaboraron con Alemania” asegura David Solar en su libro El último día de Hitler.
8.- Por fin llegó su turno a Polonia. El 14 de octubre de 1938, en un desayuno, Ribbentrop presentó al embajador polaco, Josef Lipski, su plan definitivo para resolver el problema polaco-germano: Varsovia renunciaría a Danzig en favor de Alemania y permitiría la construcción de carreteras y vías férreas con derechos de extraterritorialidad a través del corredor polaco; a cambio recibiría ventajas económicas y de comunicaciones con el puerto de Danzig y la prolongación por 25 años más del Pacto de no agresión de 1934. Lipski comunicó la propuesta a Josef Beck, ministro de Exteriores polaco; éste, después de una entrevista con Hitler en la que el Führer agradeció a Polonia la militarización de su frontera con Rusia “que le ahorraba problemas y gastos a Alemania”, rechazó la propuesta alemana. Confiaba en que su ejército podría resistir hasta un año en espera del socorro de Francia y Gran Bretaña, pero ninguna de las dos movió un dedo cuando, el 1º de septiembre de 1939, Hitler invadió el Corredor Polaco.
9.- Para terminar, insisto en que la URSS deseaba en serio un pacto de defensa mutua con Francia y Gran Bretaña, pero los aliados lo rechazaron una y otra vez porque, para ellos, “los bolcheviques eran más peligrosos que Hitler”. Entre ellos estaba claro que el objetivo no era destruir a Alemania sino a los comunistas y a la URSS. El último capítulo se inició el 12 de agosto de 1939 en Moscú, cuando una delegación de muy bajo perfil arribó a la capital soviética para concluir el pacto. Uno de los obstáculos “insalvables” que los aliados opusieron, antes y ahora fue, precisamente, la militarización de la frontera polaca y la negativa del gobierno polaco a permitir el paso de las tropas soviéticas por su territorio. Después de diez días de negociaciones inútiles, los rusos se aventuraron a reducir a una sola sus condiciones: saber si los aliados se comprometían a garantizar el paso de sus tropas por tierras polacas. La respuesta fue un rotundo no. La negociación se dio por concluida el 22 de agosto de 1839.
Hitler sabía que la ayuda de los aliados a Polonia era imposible: por mar, porque él dominaba el Báltico, y por tierra porque no contaban con la colaboración de la URSS. Por tanto, su flanco oriental, en caso de guerra con Polonia, solo dependía de Stalin. Por otra parte, su economía de guerra se enfrentaba a dos problemas graves: la falta de mano de obra y la escasez de materias primas estratégicas y de granos. El primer problema pensaba resolverlo con esclavos importados de los países conquistados; para el segundo, la solución perfecta era Rusia, rica en todo tipo de insumos. Por ambas razones decidió proponer a la URSS un Pacto Comercial ya en enero de 1939. Después de la ruptura de las negociaciones con Occidente, Stalin no tuvo más salida, ante el riesgo de un ataque conjunto de los aliados y Hitler, que aceptar el Pacto Comercial que le proponía el Führer, condicionado al otorgamiento de amplias garantías de seguridad recíproca (la famosa cláusula secreta). Ésta es la verdadera razón del pacto Molotov-Ribbentrop, firmado el 23 de agosto de 1939, aunque a muchos esta verdad les resulte indigerible. El día 24, Gran Bretaña firmaba el pacto de defensa mutua con Polonia como tardía reacción a la jugada de Stalin.
El odio de la élite polaca hacia los rusos es muy antiguo y tiene motivos religiosos y territoriales. Pero este odio ancestral se renovó y ahondó en el Siglo XVIII, cuando Catalina la Grande, Federico de Prusia y María Teresa de Austria, se repartieron el territorio polaco en tres divisiones sucesivas y el reino de Polonia desapareció. El país fue reconstruido a raíz de la Primera Guerra Mundial a costa principalmente de territorio ruso; de ahí su temor y su negativa a permitir que Rusia pusiera un pie dentro de sus fronteras. Tal vez los motivos de su odio sean válidos; pero creo que ni eso ni nada justifica aceptar la tergiversación de la verdad histórica que pretenden los imperialistas.
Lo dicho comprueba las tesis principales de mi artículo anterior. Pero mi preocupación central es que la Guerra Fría” está de vuelta y amenaza nuevamente la paz y la independencia del mundo. Solo por eso creo indispensable la discusión del tema. Para no dejar sin sustento mi última afirmación, citaré tres notas recientes sobre el tema. El portal RT del seis de junio escribió: “Biden dice que son EE. UU. y Europa (y no China) quienes deben establecer «las reglas del Siglo XXI en materia de comercio y tecnología»”; el día 10, World Socialist Web Site, dijo: “El ejército de EE. UU. declara a China como el desafío «número uno» mientras Biden convoca a Europa para la «Guerra Fría»”; y, finalmente, el experto italiano Manlio Dinucci dijo en voltairenet.org del 16 de junio: “OTAN, el Imperio yanqui regresa y dispone las tropas en plan de batalla”. Naturalmente que el texto de estas notas es mucho más explícito, pero tengo que confiar en la inteligencia de los lectores. No hay duda, pues, de que el peligro de que hablo es una realidad tangible que no puede conjurarse con su pura negación visceral o con una aviesa ironía de experta superioridad autoconcedida. Yo presento aquí hechos documentados y desafío a quien quiera a que me refute con pruebas igualmente serias en sentido opuesto. La paz y la libertad del mundo lo merecen.
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Escrito por Aquiles Córdova Morán
Ingeniero por la Universidad Autónoma Chapingo y Secretario general del Movimiento Antorchista Nacional.