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México a la luz del desarrollo del capital y su crisis terminal 
Los resabios de nuestro capitalismo subdesarrollado y dependiente del capital trasnacional han originado los 90 millones de pobres, en un país con una población de 130 millones de habitantes.
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En el capitalismo, aunque el campesino o el artesano elaboran algunos artículos que satisfacen sus necesidades y las de otras personas, la mayoría de satisfactores se procesan en fábricas, propiedad de grandes empresarios. Éstos contratan trabajadores que venden su energía, su músculo, es decir, su fuerza de trabajo, la cual se acumula en las mercancías, convirtiéndose así, en valor. Por regla general, se piensa que el salario remunera a los obreros por todo su trabajo, pero lo que se le paga es el valor de su fuerza de trabajo, que es mucho menor al valor total que éstos producen, y que se queda en manos del capitalista. A la par que se desarrolló el capitalismo, lo hicieron también dos aspectos que le son inherentes: la globalización y el neoliberalismo, determinando a su vez el rumbo de este modo de producción.

El primero consiste en que, al crecer el capital en los países desarrollados, se expandió en el mundo con el argumento de que la libre circulación de mercancías traería progreso para todos, pues la competencia les brindaría oportunidades por igual. En los hechos, se consumó la invasión de las naciones débiles, ante la imposibilidad de competir con la calidad y los bajos costos de producción de las fuertes. El segundo, en que el gran capital exige que el Estado solo se encargue de la defensa nacional, de garantizar la paz interna, de vigilar la aplicación de las leyes e impartir justicia, para tener las condiciones y las garantías de inversión, en la forma que elija, eliminando los obstáculos políticos, sociales, laborales o del tipo que sean, para que se pueda “desarrollar” la economía. Además, que los gobiernos desmantelen el “Estado de bienestar” para que los ciudadanos vivan de su propio esfuerzo y, en cambio, se invierta en grandes obras de infraestructura que permitan a las empresas funcionar mejor.

Podemos señalar, en términos generales, dos momentos cruciales en el desarrollo capitalista de México. De 1946 hasta 1970, en que dominó una economía mixta, de empresas estatales por una parte y, por otra, de empresas privadas en menor proporción. Con distintos matices, según se sucedían los gobiernos, se implementó la teoría neokeynesiana, según la cual, para desarrollar la economía, había que impulsar la inversión pública, porque al inyectar dinero a la circulación se elevaría la demanda de mercancías y, por tanto, aumentaría la oferta, y ello se traduciría a su vez, en crecimiento. Al inicio, la economía creció entre seis y siete por ciento en promedio, mejorando la vida de la población, pero paulatinamente se fueron incrementando los síntomas de crisis por inflación, devaluación del peso, estancamiento y recesión hasta llegar a la combinación de éstas dos últimas, conocida como “estanflación”. Se vino así la debacle económica, política y financiera. Con un país endeudado en exceso, cuyos gobiernos no entendieron que el relativo éxito inicial de dicha teoría se debió a que la economía, al influjo de la Primera y la Segunda guerras mundiales, requirió de los productos que se elaboraban en países ajenos al conflicto, pero una vez concluido, el desarrollo tecnológico e industrial de las potencias les permitió prescindir de ellos, con lo cual las empresas mexicanas enfrentaron la sobreproducción, dando el resultado referido líneas arriba.

El otro periodo, a partir de 1970, consistió en un giro radical al aplicar la teoría neoliberal, que sostiene que se debe impulsar la demanda para reactivar la oferta, lo que implica que los capitalistas dispongan del mayor volumen de capital para invertirlo en época de crisis, creando nuevos empleos bien remunerados, buscando evitar la inflación y hacer crecer la demanda, restableciendo el equilibrio perdido. Esto se tradujo en que a partir de entonces y hasta el gobierno de Enrique Peña Nieto, también de forma paulatina y creciente, se empezaron a privatizar las empresas, se eliminaron los obstáculos para la entrada de capitales y mercancías extranjeras, proceso que alcanzó su último ajuste con la firma del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), que entró en vigencia en 2020. Esto implicó la eliminación del “Estado de bienestar”, reduciendo el gasto del gobierno, intentando controlar la inflación y evitar la devaluación del peso. Pero la inercia de la primera etapa fue tan grande y tan profunda que, cuando la globalización y el neoliberalismo se aplicaron, nuestra economía no pudo recuperarse de la creciente crisis, de tal forma que al desarrollarse el capital extranjero, éste dominó nuestra economía, condenándonos a jugar el papel de país sujeto a la exportación que depende, en su gran mayoría, de la industria maquiladora y de las trasnacionales, que en su conjunto se llevan ríos de divisas a sus países de origen.

Este apretado resumen intenta reflejar cómo se desarrolló en nuestro país el capitalismo, a la luz de estas fases, que son las dos caras de la misma moneda, es decir, la globalización o el desenvolvimiento en el ámbito internacional, y el neoliberalismo en el ámbito nacional. Los resabios de nuestro capitalismo subdesarrollado y dependiente del capital trasnacional han dado como resultado que haya 90 millones de pobres, en un país con una población de 130 millones de habitantes.

Pero no somos una isla, la primera etapa se daba cuando Estados Unidos, a la cabeza del capitalismo, tenía como contrapeso al socialismo que se instauró en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922, ofreciendo un sistema económico más igualitario y justo para las masas empobrecidas del mundo. La segunda se inició cuando el imperialismo norteamericano, a la cabeza de la Unión Europea, entendió que se debilitaba su oponente, proceso que se delineó con claridad a la caída de la URSS en 1991, entonces sintió que había logrado una aplastante victoria sobre el llamado socialismo real y decidió que había llegado la hora de acabar con el “Estado de bienestar”.

Solo que hay países que, a diferencia del nuestro, no se sometieron a los designios de esas potencias, a ello se deben las guerras que hemos visto en las últimas tres décadas en Irak, Afganistán, Libia, Siria y ahora mismo en Rusia, país al que quieren destruir y repartirse, porque junto a China y contrario a lo esperado, con sus peculiares modelos económicos, se han erigido como polos de poder y desarrollo, en muchos aspectos con una marcada superioridad, aglutinando a su alrededor a un considerable grupo de naciones.

Pues bien, a este empobrecimiento de más de la mitad de la población del mundo se añadieron los efectos de la pandemia, que provocaron la interrupción de las llamadas cadenas globales de suministro, lo que aunado al conflicto armado entre Rusia y Ucrania impide que se pueda retomar el comercio a los niveles anteriores al Covid-19, por lo que los grandes capitalistas no pueden producir como lo hacían, mucho menos aumentar su producción y, por tanto, su riqueza. Ante ello, los capitalistas han aumentado los precios de las mercancías, provocando así la inflación y, por consiguiente, la pobreza en todo el planeta. A esto me he referido cuando, quizá temerariamente, sostengo que presenciamos la crisis terminal del modo de producción capitalista.

Y mientras el capitalismo se hunde en esta catástrofe económica que nos tiene al borde de una posible Tercera Guerra Mundial, el gobierno de México, con su ignorancia a cuestas, nos lleva por la senda de la economía mixta, queriendo revivir a las empresas estatales y a la vez, sirviendo al gran capital, como si 90 millones de pobres y 50 años de agonizante recuperación no fueran prueba suficiente del fracaso de esa política.


Escrito por Dimas Romero González

articulista


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