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Aunque la investigación del llamado Russiagate libera de cargos al presidente estadounidense Donald Trump, esa falsa historia ha minado la confianza en la democracia de la superpotencia y sus relaciones internacionales. Herida por su derrota en 2016 ante el magnate republicano, la élite corporativa, abrazada a los demócratas, creó una campaña de mentiras que expuso a la vulnerabilidad al sistema electoral estadounidense y volvió ineficaces sus “contrapesos democráticos”. Involucrar a Rusia en esa trama, con miras a causar recelo en un pueblo programado para ello, fue tan criminal como desatar la guerra en Irak, sustentada en mentiras urdidas por el propio gobierno de Estados Unidos (EE. UU.).
El Russiagate no fue una trama inocente contra el magnate que preside EE. UU. Se trató del desvergonzado intento de las élites político-corporativas de mentir y manipular a sus conciudadanos con base en inventar un enemigo. En este juego, que ya dura dos años, las fuerzas neoconservadoras tienen un doble objetivo: al desacreditar a Trump han pretendido eliminar a Moscú, un adversario que se reposiciona en el tablero global.
La gran lección de esta perversa construcción es que, pese a vivir en la era de la confirmación de fuentes y datos (fast-checking), que tanto ostentan los más influyentes medios impresos, digitales y audiovisuales de la potencia, estos medios han podido mantener de forma acrítica la historia del “enemigo ruso que busca destruir a los buenos estadounidenses”.
El éxito de los autores intelectuales del Russiagate radica en que cuentan con la prisa de los lectores y su orientación psicológica para no analizar y dividir los hechos en positivos o negativos. Esos perpetradores cuentan con la omisión del necesario contraste de información de otros medios y otras autoridades y, por supuesto, con el burdo e inquietante comportamiento del actual huésped de la Casa Blanca.
Fue en ese contexto cuando, en mayo de 2017, el fiscal especial Robert Mueller III inició su investigación. Su objetivo era saber si durante su campaña presidencial, Donald Trump se asoció con Rusia para conspirar e influir –de cualquier modo– en las elecciones de 2016. Hubo abiertos llamados a iniciar el impeachment (juicio político) e incluso para anular los comicios.
El veleidoso magnate calificó esa pesquisa de “cacería de brujas”, activada por la oposición demócrata. Para los demócratas, derrotados en la elección presidencial estadounidense, significó un triunfo atribuir su fracaso político a su enemigo.
Entre los efectos de la trama rusa cabe señalar que tras haber gastado 25 millones de dólares en una investigación por “conspiración”, el informe de solo cuatro páginas constata que no había causa que seguir. Además, los escándalos por infidencias y abiertas traiciones de testigos y acusados ha polarizado como nunca a la clase política estadounidense.
Seis hombres muy cercanos a Trump han sido imputados: Paul Manafort, Rick Gates, George Papadopoulos, Michael Cohen, Michael Flynn y Roger Stone. Hay otros 26 que son rusos y que si bien no serán procesados en EE. UU., son arbitrariamente asociados a un acto de traición.
Dos efectos adicionales deja la trama rusa: uno, que ha quedado en duda la asertividad del sistema electoral estadounidense, según el analista César Vidal; otro, es que esa circunstancia ha nutrido al movimiento que busca eliminar al colegio electoral en EE. UU. para que el voto popular determine el resultado de las elecciones presidenciales.
Medios y mentiras
Así como un alud comienza con una pequeña brizna de nieve, que al caer en terreno propicio arrastra todo para crecer y cobrar fuerza, la mentira es una fabricación que para crecer e impactar se vale de la ignorancia e ingenuidad de los interlocutores. Como toda mentira, siempre hay un interés creado.
En su último debate como candidata a la presidencia de EE. UU., la demócrata Hillary Clinton soltó un dardo que ella y sus colegas partidistas prepararon para envenenar la credibilidad de su adversario republicano.
La exsecretaria de Estado aseguró que Rusia colaboró con Donald Trump para llevarlo a la presidencia. Desde entonces políticos, organizaciones y medios reforzaron esa historia sin mostrar evidencias de su veracidad.
Hoy se sabe que las versiones difundidas por los medios estadounidenses para reforzar la llamada trama rusa –que aseguraban la existencia de fuentes y testimonios verificados y presentaban estadísticas emitidas por entidades confiables– eran inventadas.
Desde la campaña presidencial de 2016, la emisora MSNBC apuntaló la estrategia demócrata de que Trump logró la victoria gracias a la injerencia rusa. En numerosos artículos MSNBC sostuvo que la difusión por el portal WikiLeaks, de los correos electrónicos del asesor de Hillary Clinton, John Podesta, era parte de ese plan entre el magnate y los rusos.
Más tarde, el analista de inteligencia del propio medio, Malcolm Nance, admitió que basó su artículo en una transcripción de un discurso de Clinton que circuló en Twitter. Sin embargo, el medio nunca corrigió esa historia falsa.
¿Por qué mentir?
La mentira puede verse como estrategia de comunicación para ocultar y tergiversar lo real, con lo que se nubla la posibilidad de conocer la naturaleza de un acontecimiento. Cuando se trata de políticos mentirosos, la sanción punitiva más frecuente se aplica en sistemas de origen anglosajón, donde la mentira se identifica como una infracción.
Para que circule sin obstáculos, la mentira es dotada de elementos congruentes; es decir, se teje y entreteje con distintos materiales que la hacen “confiable”, explican Ignacio Mendiola y Juan Miguel Goikoetxea en su estudio Sociología de la Mentira.
Y aunque en el pasado se consideraba que política y mentira eran incompatibles y que, por igual, los ciudadanos, políticos, funcionarios y empresarios debían ser transparentes. Hoy se asume que la mentira es una práctica diaria que pone en peligro a la democracia.
Algunos cínicos afirman que la mentira está al servicio del poder. Y ellos son “quienes quieren manipular saben bien que las mayorías son educadas para caer bajo la seducción de la mentira”.
La institucionalización de la mentira en la política es evidente en la representación que predomina entre los mexicanos, quienes la visualizan como un negocio sucio, una actividad desvergonzada y costosa en la que participan hombres y mujeres ávidos de poder, examina Marco Estrada Saavedra en su ensayo Reflexiones en torno a la mentira y la política.
En diciembre de 2018, la emisora ABC News divulgó que el exasesor de Seguridad Nacional del presidente, Michael Flynn, había mentido a la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) al ocultar “que Trump le orientó para contactar a los rusos” en la campaña de 2016. Luego se descubrió que la petición a Flynn fue cuando Trump ya era presidente y pretendió que Rusia y EE. UU. trabajasen contra el Estado Islámico en Siria. ABC News debió corregir la historia y castigó al periodista Brian Ross.
A finales del 2015, The Washington Post (TWP) participó en una campaña para crear temor y animadversión contra Rusia. Ese diario, paradigma del periodismo de investigación, difundió persistentemente la versión de que hackers rusos habían lanzado un ciberataque contra objetivos estratégicos de EE. UU. como Burlington Electric.
Al argumentar que “fuentes de alto nivel oficial” confirmaron que sujetos de nacionalidad rusa penetraron en la red eléctrica del país a través de una oficina en Vermont, el medio generó la percepción de una flagrante amenaza rusa en millones de estadounidenses y otros lectores.
Casi un año después, otro medio, Russia Today (RT), siguió la pista a las afirmaciones de TWP. Lo que RT encontró es que nunca hubo tal ataque y que los reporteros del medio estadounidense jamás confirmaron la veracidad de tal ciberataque con la empresa eléctrica pública. En síntesis, el diario mintió en esa historia y así lo admitió en el artículo de Llen Nakashima y Jullet Eilperin, del dos de enero de 2017.
En ese mes creció a niveles insospechados la paranoia de supuestos ciberataques rusos. Entonces, el canal C-SPAN transmitió en vivo el proceso de un comité parlamentario de la Cámara de Representantes, cuando intempestivamente entró la señal de RT con un noticiero. El hecho generó sorpresas y especulaciones en la prensa corporativa. Por ejemplo, Fortune aseguró que C-SPAN le confirmó que fue un ciberataque ruso.
La emisora CNN, obsesionada con la trama rusa, permitió que sus analistas y periodistas divulgaran falsedades. En junio de 2017 publicó que el asistente del presidente, Anthony Scaramucci, tenía vínculos en el Fondo de Inversión Directa de Rusia que investigaba el Senado. Al confirmarse que no había tal pesquisa la CNN debió retirar dicha historia.
Apenas el pasado 21 de enero, BuzzFed publicó otra historia que resultó falsa. En ella afirmó que Trump instruyó enfáticamente a su exabogado, Michael Cohen, para que mintiera ante el Congreso sobre un supuesto plan para construir la Trump Tower en Moscú. La investigación de Mueller reveló que esa cita del medio “no fue precisa” y BuzzFed debió retractarse.
Cae la trama
Por ello, el 24 de marzo, la élite corporativa estadounidense recibió como bomba el anuncio de que el fiscal especial Robert Mueller había concluido en su investigación y que en ésta no había injerencia rusa en las elecciones presidenciales.
“No aparece ninguna razón sólida de colusión ni obstrucción; no hay prueba de que hubiese conspiración entre Rusia y de ninguna persona relacionada con la campaña presidencial de Donald John Trump”, establece el informe que Mueller entregó el 22 de marzo al Departamento de Justicia.
“Es una vergüenza que nuestro país haya debido pasar por esto. Para ser honesto, es una vergüenza que su presidente haya pasado por esto, incluso antes de ser elegido”, añadió el fiscal general William Barr. Aunque estima que no hay evidencia de que Trump obstruyera la justicia, Barr enfatizó que el informe Mueller no exonera al magnate.
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Escrito por Nydia Egremy
Internacionalista mexicana y periodista especializada en investigaciones sobre seguridad nacional, inteligencia y conflictos armados.