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“El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre”. Con estas palabras comenzaba Engels su discurso pronunciado ante la tumba de Marx el 17 de marzo de 1883, en el cementerio de Highgate, Londres, hace ya 137 años. En los más de 100 años que han pasado desde entonces, el mundo ha dado un vuelco: la concentración de la riqueza alcanza niveles insultantes, la tecnología se desarrolla con una rapidez impresionante, el capital financiero se ha apoderado del proceso productivo, el imperialismo se ha profundizado y la humanidad enfrenta ya una crisis ecológica que amenaza su existencia. Pero a pesar de todos los cambios que ha sufrido el mundo, el pensamiento del filósofo alemán es estudiado por millones de personas de las más diversas geografías. Parece que Marx se niega a morir.
El materialismo histórico-dialéctico fue la filosofía que el Prometeo de Tréveris construyó a lo largo de su vida y la única herencia que al morir le dejó al mundo. Con el pensamiento más avanzado de su época –la filosofía clásica alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés–, Marx desarrolló una forma nueva de concebir al universo y a la sociedad humana como parte integrante de él. Aplicando la dialéctica desarrollada por Hegel, pero desde una perspectiva radicalmente opuesta –el materialismo– postuló la existencia de ciertas leyes observables con las que explicó el movimiento del universo. Con base en esa premisa, el filósofo alemán analizó el funcionamiento del sistema económico capitalista y señaló que las contradicciones esenciales de esta sociedad solo se resolverán cuando cambien las relaciones de explotación, bajo las cuales se produce la riqueza. Marx fue capaz de explicar, de la forma más completa y abarcadora, el origen de los problemas que caracterizaron su sociedad y la nuestra, en tanto que capitalista.
Pero desde muy joven, Marx rechazó a los pensadores que se limitaban a explicar el mundo sin participar en su transformación. Congruente con su posición, no solo publicó obras que son estudiadas en las universidades –como El Capital–, sino que toda su vida se preocupó por transformar radicalmente su sociedad. De acuerdo con Marx, el proletariado es la única fuerza capaz de revolucionar las relaciones de producción y, por lo tanto, de terminar con el capitalismo. Fue así como se involucró primero en la Liga de los Justos –para la cual escribió en 1848 el Manifiesto Comunista– y fundó después la Asociación Internacional de Trabajadores (1864), instrumento organizativo que le permitió cohesionar al proletariado europeo y dotarlo de la preparación científica necesaria para efectuar su actividad revolucionaria. Este activismo febril llevó al genio alemán a vivir en el exilio, donde murió querido por los trabajadores y temido por los poderosos. Marx no solo explicó la sociedad sino que hizo cuanto pudo para transformarla.
La explicación y transformación del mundo que implican el pensamiento y la acción de Marx, hicieron de él un referente de los movimientos revolucionarios del Siglo XX. Rusia, China, Cuba, Corea, Vietnam y Yugoslavia, por mencionar solo algunos, fueron casos en los que movimientos de inspiración marxista alcanzaron el triunfo. Durante todo el Siglo XX, el marxismo se consideró como una alternativa de desarrollo para los países capitalistas. Sin embargo, la caída de la Unión Soviética en 1992 y, con ella, de todo el bloque socialista, fue aprovechada por los principales voceros del capitalismo para convencer al mundo entero de que el fracaso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) significaba también el fracaso de Marx. En el mundo unipolar del neoliberalismo, se intentó sepultar de una vez y para siempre al marxismo. Con todo, a pesar de la guerra mediática que se cebó sobre la derrota soviética, países como China, Cuba y Corea del Norte mantuvieron la brújula de Marx como principal orientador para transitar al futuro.
Pero 40 años de ataques neoliberales y tres décadas de mundo unipolar no han sido suficientes para acabar con el marxismo. Aunque el mundo ha cambiado mucho, los problemas inmanentes al capitalismo se han asegurado en vez de desaparecer; revolucionar la sociedad en que vivimos es ahora más necesario que antes. ¡Cuánta razón tuvo Engels cuando, en su último mensaje a Marx, afirmó de él que “su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”! Hoy, en la tercera década del Siglo XXI, el pensamiento y la acción de Marx representan hoy por hoy la crítica más demoledora a nuestra sociedad. Pocos pensadores pueden ostentar una herencia tan fecunda. Desde su gran busto en Highgate, Marx sigue invitando a los explotados del mundo a construir una sociedad mejor.
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Escrito por Carlos Ehécatl
Maestro en Estudios de Asia y África, especialidad en China, por El Colegio de México.