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Poeta y periodista nació el 21 de julio de 1873 en Chemax, Yucatán. Desde joven colabpró como redactor en la Revista de Mérida donde se relacionó con Delio Moreno Cantón y Carlos Menéndez, quienes impulsaron su carrera periodística. Tuvo una gran participación política en su estado, fue regidor del ayundamiento de Mérida y secretario particular de los gobernadores Nicolás Cámara Vale (1913) y Eleuterio Ávila (1914); pero se autoexilió en Cuba cuando subió al poder Salvador Alvarado. Dos años después regresó a Yucatán y se unió al Partido Socialista del Sureste donde fue partidario y amigo de Felipe Carrillo Puerto. Fue director del Museo Yucateco de Arqueología e Historia, director del Ateneo de Ciencias y Artes en Tlaxacala, colaborador en revistas de la península como Pimienta y mostaza, Artes y Letras, El Palenque Literario, Álbum Yucateco, El Ateneo de Mérida, Diario de Yucatán. A nivel nacional alacnzó fama por la letra de la famosa canción Peregrina, composición que Felipe Carrillo dedicó le encargó para dedicársela a la periodista estadounidense Anna Reed. Falleció el 31 de octubre de 1958.
Peregrina
Música de Ricardo Palmerín Pavia
Peregrina, de ojos claros y divinos
y mejillas encendidas de arrebol,
mujercita de los labios purpurinos
y radiante cabellera como el sol.
Peregrina, que dejaste tus lugares
los abetos y la nieve, y la nieve virginal
y viniste a refugiarte en mis palmares
bajo el cielo de mi tierra, de mi tierra tropical.
Las canoras, avecillas de mis prados,
por cantarte dan sus trinos si te ven
y las flores de nectarios perfumados
te acarician en los labios, en los labios y en la sien.
Cuando dejes mis palmares y mi sierra,
Peregrina del semblante encantador,
no te olvides, no te olvides de mi tierra,
no te olvides, no te olvides de mi amor.
Cristo está en el desierto
Mujer, mujer, hay huésped en casa,
saca el mantel más blanco y más fino,
enciende la brasa,
y prepara la leche y la hogaza,
y el vino.
Entretanto preparas la cena,
si en soltarle la lengua te apuras,
contará con su plática amena
sus hazañas y sus aventuras.
Quedaremos al oirlo perplejos,
sabe mucho y parece tan listo…
como viene de lejos, de lejos,
sabe Dios cuántas cosas ha visto.
Mira, mirá, mujer, sus miradas
parecen tan dulces y tan intranquilas…
sus pupilas parecen veladas,
¿qué tendrá, qué tendrá en las pupilas?
Sin duda que viene cansado
y desfallecido,
tiene lleno de polvo el cayado
y lleno de polvo el vestido.
Bien venido… llegad, caminante;
esta casa será vuestro abrigo,
y seréis bien servido al instante,
pasad, adelante,
pasad, buen amigo.
Dejad el cayado y el zurrón,
y si estáis fatigado,
sediento y cansino,
descansad, descansad a mi lado
y apurad este trago de vino.
Cuente lo que ha visto…¡habrá sido tanto!
como viene de tierras tan lueñas…
—Contaré lo que he visto, entretanto
preparas la hagaza, si en ello te empeñas.
—Habrá visto muy bellos lugares,
muy ricos palacios y poéticas villas,
y ciudades, montañas y.mares;
habrá visto muchas, muchas maravillas.
—Ni ciudades ni villas he visto,
aunque voy por doquier caminando.
En mi senda sólo he visto a Cristo
y ¡ay de mí! lo encontré agonizando.
—¡Qué decís!... si ha dos siglos que ha muerto
y está ahora en los cielos reinando.
—No es verdad, Cristo está en el desierto,
y ha dos siglos que está agonizando.
Cristo está en el desierto y me dijo,
y no sé si al hablarte te aflijo,
aunque entiendo que al oirme te asombres —
ve a los hombres y diles que al Hijo
aun lo siguen matando los hombres.
—¡Oh! señor, si es que estáis en lo cierto,
hasta cuándo su muerte, hasta cuándo?
—No lo sé… Cristo está en el desierto
y ha dos siglos que está agonizando.
Porque tengo sed
Sé tú mi Samaritana, que yo soy un peregrino
que ha llegado de muy lejos y a través de una sabana
muy negra, y bajo una dura hostilidad del destino;
la sed abrasa mi cuerpo; sé tú mi Samaritana.
¿No ves el polvo que cae de mi báculo y mi manto?
¿No miras en mis sandalias las huellas de los abrojos?
¿No miras mi frente llena de sudor y de quebranto
y una inmensa pesadumbre apagándome los ojos?
Soy aquel que te buscaba por mis callados desiertos,
soy aquel que te buscaba por mis rutas tan sombrías,
con tu nombre entre mis labios y mis ojos muy abiertos,
cual dos interrogaciones, a todas las lejanías.
Soy aquel que te buscaba buscando una primavera
que germinara rosales en el polvo de mi ruta;
tus manos rebosan flores y mirtos tu cabellera,
y yo voy en una triste desolación absoluta.
Soy aquel que te buscaba por praderas y por montes;
y, como de tu existencia vanamente, en mi amargura,
pregunté a todas las cimas y a todos los horizontes,
bajé de mis esperanzas y me quedé en la llanura.
Y no hallé palma ninguna que amparara mi fatiga,
ni manantial que me diera la frescura de su seno;
dame, pues, un poco de agua y rais dolores mitiga,
que la sed quema mis carnes y tu cántaro está lleno.
Dame, pues, de tu agua pura, que ya es mucho mi tormento,
y esa agua ablución bendita para mi espíritu sea.
Tú eres buena y compasiva. ¡Da de beber al sediento,
cual la mujer de Samaría a Jesús de Galilea!
Así
Jirón de niebla, azul que en la mañana
en los espacios límpidos se mece,
y luego se evapora y desparece
del horizonte en la extensión lejana.
Copo de espuma, cristalina y vana,
que surge y tembladora se estremece,
y que luego fugaz se desvanece
en el lago, en el mar, en la fontana.
Así las ilusiones, leve bruma
que brota en el humano pensamiento
pero que pronto el desengaño esfuma;
y la esperanza, gloria de un momento,
jirón de niebla azul, copo de espuma
que apenas nacen los dispersa el viento.
Puesto en ti mi pensamiento
A la dulce emoción de tú presencia,
emigrará mi espíritu hacia el tuyo,
y si nota eres tú, yo seré arrullo,
y si lira eres tú, seré candencia.
Seré un vaso de amor si eres esencia;
si brisa matinal, seré murmullo,
y raudo colibrí, si eres capullo
que se abre en el vergel de mi existencia.
Si eres ala gentil, yo seré vuelo;
onda suspiradora, si eres río,
y pálido cendal, si tú eres bruma;
arrebolada nube, si eres cielo,
y cálido vapor, si eres rocío,
y encaje de cristal, si eres espuma.
Sin palabras
Aquella tarde floreció en mi alma
todo un jardín de dulces agonías…
Ella estaba a mi lado dulcemente
matándome de amor. Algo sin nombre
sentíamos vivir dentro nosotros
llorando en nuestro ser. Ella callaba
con un silencio amargo. Yo veía
sus ojos y después miraba al cielo,
y sus ojos y el cielo estaban tristes
como todas las grandes lejanías.
El bosque estaba mudo, ni un latido
se escuchaba en las frondas. Solamente
el palpitar cansado
de nuestros dos cansados corazones,
sonaba en la quietud de la arboleda
como un ritmo lejano de la vida…
Fué cuando el dulce otoño:
cayó una hoja silenciosamente,
la miramos caer… y en el momento
en que el suelo tocó, moduló el aire
una de esas historias sin palabras
que se oyen una vez y no se olvidan…
Y luego se buscaron nuestros ojos
y aunque estaban henchidos de preguntas,
callábamos… callábamos… callábamos…
De pronto se escápó de la arboleda,
forzando el vuelo, un pájaro. Tenía
un ala rota!... Fatigosamente
alcanzó la más próxima montaña
y allí cayó. Su canto entristecido
se dilató en los aires. ¡Era el último!
Fue un cantar misterioso el que escuchamos
venir de la montaña. En él había
todas las dulcedumbres del recuerdo
cantadas con el canto de la muerte:
la fronda, el nido, el césped, la fontana,
los espacios, las ricas sementeras,
y los granos de trigo y los rastrojos
y hasta aquellos labriegos que veía
mañana tras mañana ir a los campos
a consumir sus- fuerzas santamente.
Murió el ave. ¿Qué mano y cuál saeta
la mataron? ¿O es ley que toda ala
se ha de romper? Mirábamos la cumbre
ella y. yo al mismo tiempo… era un sepulcro.
Se buscaron después nuestras miradas
y aunque estaban henchidas de preguntas
callábamos… callábamos… callábamos!
En la serenidad de aquella tarde
el “ángelus” lloró lejanamente,
lejanamente… El sol llegó a su linde
y se fué como un héroe desterrado.
Su postrero fulgor tembló en las cumbres
y en aquella en que el pájaro muriera,
puso como una ráfaga de sangre…
Después se apagó todo… en el espacio
se difundió el crepúsculo… caía
en la naturaleza como un duelo
sin esperanza… Y todo estaba triste,
y todo estaba pálido, y en todo
había como un algo fugitivo,
algo que se borraba, que se iba…
¡En todo! ¡En nuestro mismo pensamiento
y en la faz dilatada de las cosas!
Ella juntó sus manos con mis manos,
miré sus ojos, y sentí en los míos
toda la eternidad que vi en los suyos.
Todo callaba… Y todo parecía
que se estaba muriendo…¡hasta nosotros!
Nos alzamos, y entonces nos sentimos
dos jirones de aquel mismo crepúsculo,
dos sombras solamente de las muchas
en que la naturaleza se envolvía.
Dos sombras… y emprendimos nuestra marcha,
y otra vez se encontraron nuestros ojos,
y aunque estaban henchidos de preguntas
callábamos… callábamos… callábamos!
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Escrito por Redacción