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La arquitectura es, grosso modo, el arte que se encarga del diseño de las edificaciones. El trazo que se hace de las estructuras no solo responde a la estética de la construcción sino también a su efectividad práctica; es decir, al cumplimiento de requisitos definidos de antemano, que le permiten ser funcional de acuerdo a ciertos parámetros.
Cuando se concibe que la arquitectura es un arte, implícitamente se reconoce que se rige con las mismas tendencias y modos de desenvolvimiento del arte, aun cuando disponga de normas y valores específicos. Es decir, la arquitectura también está influida por la ideología de la clase dominante, y sus formas de expresión tienen una función en esa ideología.
En las sociedades capitalistas es curioso cómo la arquitectura está pensada no para mostrar belleza sino para ser efectiva. Por ejemplo, los grandes edificios de departamentos que hay y están en proceso de construcción en la Ciudad de México (CDMX) no buscan la belleza artística, ni aspiran a que sus inquilinos se sientan relajados en esos espacios. Su edificación está planeada, al contrario, para aprovechar éstos en el mayor número posible de viviendas pequeñísimas, donde se albergan familias integradas con padres, hijos y abuelos.
A nivel mundial, el ejemplo más representativo de esta situación es Japón. Las fotografías muestran el hacinamiento donde vive la gente en ese país; pues en esos “pisos” a duras penas se alberga a una persona. ¿Por qué se hacen así las viviendas? La respuesta más inmediata está en la rentabilidad de tales construcciones, ya que entre más pequeñas sean y muestren menos detalles, a tal grado que ni muebles contengan, más baratas resultan para quienes las adquieren, sin que importe su comodidad ni su relajamiento.
Pero no solo los diseños tan sobrios y pobremente creativos de estas casas tienen que ver con la accesibilidad económica, sino que hay otros factores prácticos que influyen en su configuración ínfima: la carencia de espacios urbanos –definitiva para la notoria ausencia de ventanas en muchas de estas viviendas–, y sobre todo que los habitantes solo las ocupan para dormir, porque la mayor parte del día y la semana está sujetas a aplastantes jornadas laborales que no les permiten otra cosa más que descansar.
Esta lógica del diseño, obviamente, no se aplica en todos los casos. En México, por ejemplo, hay algunas oficinas cuya edificación tiene una arquitectura agradable para el observador, como es el caso de la Torre de BBVA sobre el Paseo de la Reforma. Sin embargo, estos inmuebles son precisamente los que el capitalismo utiliza para presentarse como un sistema progresista y en bonanza constante; es decir, son la excepción.
La arquitectura utilizada en las viviendas populares –es decir, la diseñada para uso de la clase trabajadora– tiene consecuencias negativas para la calidad de vida de ésta, pues no le ofrece ningún contacto con expresiones estéticas, ya que no es lo mismo despertarse frente a un paisaje donde destacan las pirámides mayas, que hacerlo frente a alguna avenida de las grandes ciudades, colmada con el tráfico cotidiano y caótico de miles de automóviles. Esta visión pragmática y limitada de la arquitectura solo puede ser cambiada si se transforman las condiciones que la sustentan.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.