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Hace unos días, estimado lector, reseñé y opiné sobre la cinta Roma, la más reciente del realizador mexicano Alfonso Cuarón, tal vez el más destacado de los tres famosos directores cinematográficos mexicanos que han triunfado en el mundo (Alejandro González Iñárritu y Guillermo del Toro son los otros dos). Aunque en sus carreras hay cierto paralelismo, podemos señalar que en sus filmes tienen diferencias tanto temáticas como de perspectiva social y política.
Por ejemplo, desde su cinta Cronos (1993), Guillermo del Toro se ha desarrollado en la fantasía, aunque no ha sido ajeno a la crítica de las sociedades opresivas, como es el caso de El espinazo del diablo (2001) y El Laberinto del fauno (2006), que se ambientan en la sociedad española durante o poco después de la conclusión de la Guerra Civil Española. En 2017, Del Toro filmó La forma del agua, con la que ganó el Oscar como mejor cinta y mejor director y película en la que realizador tapatío ubicó su historia en el complejo y difícil contexto de la Guerra Fría entre Estados Unidos (EE. UU.) y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Por su parte, Alejandro González Iñárritu, desde su conocida ópera prima Amores Perros (1999) ha creado filmes en los que se entreveran historias que muestran distintas facetas de la “condición humana”: la ambición, la solidaridad, la compasión, la venganza, el odio, etc.; sus cintas más destacadas son Biutiful (2005), Babel (2006) Birdman (2015) y El renacido (2016), estas dos últimas ganadoras del Oscar.
Creo, sin embargo, que el realizador mexicano que ha mostrado mayor constancia y definición en sus ideas progresistas es Alfonso Cuarón, porque en sus cintas se evidencia mayor preocupación por reflejar su inquietud por la “condición humana”, que describe no como algo que simplemente existe y que así debe aceptarse, sino como algo que debe superarse con base en aspiraciones sociales de mayor calado.
En Los niños del hombre (2006) Cuarón narra una historia futurista –una distopía ubicada en el año 2027– en la que la humanidad enfrenta una grave extinción porque desde 2008 ninguna mujer ha podido concebir y nuestra especie ha perdido la capacidad de reproducirse. En ese ambiente catastrófico, una mujer de raza negra tiene un bebé, que es llevado a un lugar donde se estudiará la forma de rescatar a la humanidad. Es una conmovedora historia porque el personaje clave, en el que está cifrada la esperanza de salvación de la humanidad, no es una mujer anglosajona sino una inmigrante africana de escasa educación –la historia se desarrolla en Gran Bretaña–. Las secuencias son de alta calidad y envuelven una narración que critica la deshumanización que existe en las sociedades más avanzadas, donde hoy la emigración se ha convertido en un problema muy grave y que incluso provoca guerras civiles.
En Gravedad (2013), con la ayuda del mejor fotógrafo del cine mundial hoy: el también mexicano Emmanuel Chivo Lubezki, Cuarón logró, a decir de muchos especialistas, la mejor cinta realizada hasta la fecha con tema de viajes espaciales. El filme tuvo siete nominaciones para el Oscar, ganó las principales y Gravedad obtuvo muchos otros premios en el mundo porque retrata la adversidad que todos los seres humanos enfrentan a lo largo de su existencia o en determinados periodos.
Gravedad tiene como personaje principal a una mujer, la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock), quien sobrevive a varios accidentes en el espacio extraterrestre cuando ella y su compañero de misión, el astronauta Matt Kowalski (George Clooney) tratan de reparar el telescopio espacial Hubble y reciben la lluvia de los desperdicios de un satélite artificial desintegrado. En Roma, Cuarón vuelve a centrarse en la historia de una mujer; en principio, la cinta ya recibió el premio León de Oro que otorga el afamado festival de cine de Venecia.
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Escrito por Cousteau
COLUMNISTA