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En este relato, incluido en la colección La sonata mágica, Vasconcelos cuenta cómo un grupo de estudiantes que participó en su campaña presidencial de 1929 fue asesinado el 14 de febrero de 1930 por la policía militar federal. El multihomicidio derivó de su decisión de competir en 1929 como opositor del general Pascual Ortiz Rubio, el primer candidato del Partido Nacional Revolucionario (PNR). Vasconcelos habla de 40 estudiantes asesinados con disparos de armas de fuego, pero investigaciones posteriores elevaron la cifra a 100 y afirmaron que fueron estrangulados. No cita personajes históricos, salvo el apodo El Turco para aludir al presunto autor intelectual de la masacre: el expresidente Plutarco Elías Calles (1924-1928), a quien también se atribuyó la gobernación a trasmano de los expresidentes Emilio Portes Gil (1928), Ortiz Rubio (1929-1931) y Abelardo Rodríguez (1931-1934).
Tampoco aporta nombres de víctimas y recurre al uso seudónimos como un ingeniero González, un Fortunato y un italiano radicado en México, a fin de describir con detalle la detención de los estudiantes; una marcha a pie que duró más de tres horas hacia la salida a Cuernavaca; el monólogo interior de los protagonistas y la ejecución de los estudiantes con tiros de pistola en la cabeza. Los siguientes son algunos de los párrafos más significativos de Topilejo:
“¿Le brindarían el perdón un día cualquiera, con el gesto socarrón del vaquero que suelta al becerro castrado? ¿No serían ellos unos castrados morales por culpa de un pueblo que no responde a ninguna excitación noble? ¿O estarían todavía expuestos a alguno de esos caprichos macabros, como el de aquél todavía ministro de guerra que mutilaba físicamente a sus enemigos sin encono y sólo por innata ferocidad? ¿O acabarían, como tantos otros en los últimos años, fusilados oscuramente, a espaldas de la ley, sin trámite legal y sin otra ceremonia que la tierra que encubre el cadáver por algún rincón de la serranía?... La convicción de muerte, que ponía tinieblas en el ánimo de los prisioneros, se confirmó cuando vieron que se alejaban de la ciudad, que rodeaban por los arrabales para salir rumbo a la carretera de Cuernavaca.
“El ingeniero supuso que era la última vez que veía aquel hacimiento de casas sin gusto de los barrios nuevos. Los hermosos palacios, las torres y capillas de la arquitectura colonial no habían logrado impedir, con su ejemplo de belleza perfecta, todo aquel brote morboso de construcciones norteamericanizantes, pueriles y sórdidas como el alma de los contemporáneos…se despedía sin rencor y sin pena de todo aquel millón de almas esclavas, que al día siguiente se enterarían de la hecatombe en silencio medroso con gesto que anticipa una excusa de los verdugos que no se animan a pedirla. Los más honestos fingirían no enterarse y habría muchos que todavía que no han querido enterarse de los sucesos de Topilejo…”.
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Escrito por Ángel Trejo Raygadas
Periodista cultural