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De la vida –si así puede llamársele– de los mineros bolivianos; de las precarias condiciones dentro de los tiros y socavones y de la consunción acelerada de sus fuerzas juveniles habla la primera parte de Manuel Fernández y el itinerario de la muerte, del poeta boliviano Alberto Guerra Gutiérrez (Oruro, 1930-2006). Extenso poema dividido en tres tiempos en el que se intercalan vocablos de la lengua y cultura aymaras, la primera parte, Vida de abismo como la mina, retrata la forma en que el oficio consume la fuerza vital del personaje central, Manuel Fernández, deshumanizado, embrutecido, sordo a todo lo que no sea el frenesí extractivo a que lo obliga su oficio.
I
Manuel Fernández en la mina:
coca y estaño.
Manuel Fernández en la vida:
pan y miseria.
…No quieres venir conmigo
Manuel Fernández
porque te llama el abismo
a cada instante;
has “chispeado el tiro” de tu destino
y te ha estallado el corazón
sobre el estaño.
No quieres salir del “rajo”
Manuel Fernández
porque está lloviendo
en la quebrada
y así prefieres entregar tu vida
a la vieja Pachamama,
una oración, alcohol y cigarrillo
para el “tío”.
No quieres venir conmigo
Manuel Fernández,
porque tu vida es un abismo
como la mina.
… Hoy que aún vives sembrador eterno
tienes las manos
prendidas a tu sombra pordiosera
que de limosna pido bendición
al cielo,
y de limosna también
la justicia humana.
Yo no quisiera llegar
Manuel Fernández,
con voz estrangulada y triste
a estrechar tus ansias
entre mis ansias muertas;
hijo de la noche,
sembrador eterno,
no quieres venir conmigo
por encontrar en ese abismo
que tú llamas vida:
la veta más grande
tendida desde tu alma al cielo
y abrazarte a tus pulmones
que son el más rico “filón”
de estaño.
No quieres venir conmigo
Manuel Fernández,
porque te ha crucificado el destino
en tu propia sombra,
sembrador de eternidades.
En su juventud, el poeta ejerció el oficio de minero y posteriormente trabajó como profesor en los distritos mineros de su natal Oruro, experiencia que otorga a su poesía el tono de autenticidad y realismo que se aprecia en Manuel Fernández y el Itinerario de la muerte. El personaje central del poema es un minero de carne y hueso, jefe de cuadrilla, a quien el poeta conoció personalmente, y que representa a los mineros bolivianos y su brutal explotación.
Perteneciente a la segunda generación del grupo Gesta Bárbara, Alberto Guerra Gutiérrez manifiesta su intención de “poner la poesía al servicio de los oprimidos”, tratando de hacer de ésta “la voz de los sin voz (…) hacer una poesía minera, denunciando las atrocidades y las injusticias que se cometían contra este sector”. Del protagonista del poema, dirá el autor: “Era el jefe de mi cuadrilla en el interior de la mina, el maestro principal. Lo conocí antes de que fuera retirado por su enfermedad de trabajo, cuando ya no le servía a la empresa. Después trabajó como cargador en los mercados y, como decimos en Oruro, se dedicó a ser “artillero” (alcohólico crónico). Yo hice un seguimiento del destino de este hombre, hasta que se murió, reventado por la silicosis y el alcohol; por eso el poema tiene tres instantes: Manuel Fernández en la mina, en la calle y cuando muere. El primer poema es, en realidad, un retrato de Manuel Fernández; cómo vive en la mina, cómo es en la mina y cómo la mina se revela en él, porque cuando está trabajando se lo ve ágil y vital, pero cuando sale a la superficie, con asuntos de la pulpería (almacén de alimentos de la empresa) o para cobrar el salario de los trabajadores, se convierte en un hombre muerto, en una especie de lagarto quemado al sol. Pero apenas entra a la mina, vuelve a ser una ardilla. Cuando la Empresa ya no requiere de sus servicios, Manuel Fernández se dedica a trabajar como cargador en los mercados. En tales circunstancias, para cualquier minero acostumbrado al trabajo forzado, empieza su calvario y toma la decisión de morirse lentamente; y la mejor manera de morirse lentamente es morirse alcoholizado. De ahí que la segunda parte, que se refiere a su vida como rentista, se titula: Manuel Fernández está en la calle”.
Manuel Fernández en la calle:
sol y ceniza.
Manuel Fernández en la noche:
“caja de estaño”.
… Yo te llamé un día
sin conocer tu pasado
porque brillaban dos brasas
en tu mirada;
Yo te llamé
porque peleaban en tu sangre
un Cristo bondadoso
con tus dioses de barro turbio
y mal oliente,
y te llamé minero oscuro
porque soñabas ya con esta muerte
material y duradera.
Yo te llamé un día
y te llamo hoy, más,
tampoco podrás venir conmigo
porque te ha robado el tiempo
tu juventud y tu sangre
hechas de piedra y “copajira”;
no podrás venir conmigo
minero loco
porque hay un reloj carcomido
en tu garganta,
un reloj que nada sabe ya del tiempo
ni le importa su mudanza;
casi hasta olvidas tu nombre
que los años han tejido de nostalgias
para enredarlo en tu cuerpo
como yedra
Manuel Fernández.
La calle ha rescatado tu ocaso
para sembrar en tus hombros
una nueva eternidad de angustia.
Hoy te he visto
dormitar sobre la acera,
brillar como un sol congestionado
–como un diminuto sol
de amianto y chocolate–.
Solitario “cargador” de los mercados
llévate con tu muerte
una carga de luna y de luceros,
en una noche de viernes
contagiada de “khoa”
en la “c’halla” habitual
de los mineros.
Bebe minero,
bebe también con tu muerte
–bebedor sin tiempo ni retorno–
en el brindis final con Pachamama,
este cielo azul
con sabor a “duraznillo”.
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.