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El 19 de diciembre de 1988 moría en La Habana, Cuba, a causa de un cáncer terminal, el poeta y periodista revolucionario Arqueles Morales Chacón, nacido en Jutiapa, Guatemala, en 1940. Parafraseando su propio poema Algunas preguntas necesarias, habría que recordar que con la muerte de los grandes pensadores no muere su creación; y que las ideas libertarias trascienden a sus autores porque… ¿Quién carajos dijo que la poesía revolucionaria está muerta?
En Reconvalecencia, reconociéndose mortal, el poeta reflexiona sobre la tarea inacabada que deberán continuar otros hombres y, tal vez, a la que contribuirá a pesar de su ausencia.
Por esta vez el juego ha terminado.
Buena suerte.
La muerte no te quiso o te ignoró, sencillamente.
Pero ahora, cuando abras la puerta
y terminen tus pasos de cruzarla,
tendrán nombre distinto tus objetos cercanos.
Todo estará ya nuevo. Menos la obsesión.
Y es que la guerra que te duele a fondo
ha seguido su curso sin esperar
que crezcas nuevamente de los huesos.
Habrá que tratar de vivir desde hoy
a grandes trancos
a ver si pese a todo
vas recobrando el tiempo que perdiste
en este diálogo inútil con tu fin.
Francisco Morales Santos, al presentar la antología Poemas de juventud de Arqueles Morales, señala: “Poco o nada se sabía de Arqueles Morales en su tierra alrededor de los años 60. Con el tiempo se supo de sus andanzas por América Latina, desde Buenos Aires, donde fue secretario de Miguel Ángel Asturias; tiempo después desde Panamá, en su papel de consejero del general Omar Torrijos; y por último involucrado en la revolución sandinista, donde realizó trabajos de periodista, lo cual consta en el libro Con el corazón en el disparador: las batallas del frente interno. A su biografía se suman otros aspectos interesantes, como el haber estudiado cine en la desaparecida República democrática alemana, en donde fue corresponsal extranjero durante tres años y el haber trabajado en el departamento de publicaciones de Casa de las Américas (en La Habana) que le publicó La paz aún no ganada, de la que transcribimos el poema que le da nombre.
Fácil es para mí el cantar.
Digo metralla y enciendo un cigarrillo,
hermano, digo, camarada, fuego
y húndome en las últimas noticias de mi
corazón
imaginando el rostro curtido de quien sé más
dueño
que ninguno de la luz que absorbe.
Digo morir templando esta guitarra de raíces
secas, repitiendo lo que otros me han contado,
sorprendiendo a los niños
con esta historia abundante de sangre.
Pronuncio la palabra batalla sin escuchar
sino el tambor del verano castigando mi piel,
aprendiendo de nuevo geografía elemental
en este mapa ajado,
ejerciendo el odio a la distancia,
conservando no sé ni para cuándo
este viejo revólver descompuesto.
Pobre de mí, forastero indeseable
entre sus propios sueños,
indefenso ante el sonido inminente
de una palabra olvidada,
víctima de su juego luminoso.
El poema Ronda de poetas centroamericanos puede entenderse como su manifiesto estético personal: valora la producción intelectual de sus antecesores, la vasta obra de traducción e interpretación de la literatura del viejo mundo, en idiomas distintos al español, pero defiende la necesidad de comprender y hacer nuestra la forma de expresarse y pensar de los pueblos centroamericanos, herederos de culturas e idiomas igual de valiosos.
Usted, maestro, tradujo bien a Blake
y cada quien de nosotros debe algo
a sus buenos oficios.
Tú nos hiciste comprender que Mayakovski
no era solo una mala invención de Lila Guerrero,
que su poesía arrastraba un equipaje de grandes multitudes.
Nuestro común amigo hizo de Mallarmé –y ni qué hablar
de Aragón, ese mapa mundial encerrado en los ojos de Elsa–
la comidilla del café dominical.
A usted, caballero de la orden del tedio,
le debemos saber que Rilke almidonaba la palabra
hasta hacerla morir de languideces.
Muchas gracias, amigos. ¿Quién, sin embargo,
podría confiarme cómo se dice amigo en cakchiquel,
qué sonido produce amor en mam o pocomam,
de cuál tamaño es el odio expresado en pipil?
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.