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La pobreza en la poesía de Rutebeuf 
La poesía medieval francesa de mediados del siglo XIII tiene en Rutebeuf una de sus figuras más controvertidas
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La poesía medieval francesa de mediados del siglo XIII tiene en Rutebeuf una de sus figuras más controvertidas; probablemente oriundo del Condado de Champaña y de condición humilde, su verdadero nombre se desconoce y su apodo podría traducirse como “buey vigoroso”; su fama se acrecentó durante toda la Edad Media y trascendió las fronteras de la corte de Carlos de Anjou y Alfonso de Poitiers, sus protectores. La obra de Rutebeuf rompe con la tradición de la lírica cortesana, que pretende agradar a la nobleza, formándose en la fila de la poesía satírica, por cuanto cuestiona a la sociedad de su tiempo a través de la realista y apasionada descripción de sus propios sufrimientos, su angustia personal, su pobreza y los abusos de los poderosos de la alta sociedad parisina. En el poema titulado Decir la tristeza de Rutebeuf describe su desesperada situación ante el abandono de sus antiguos mecenas. 

He vivido de la hacienda ajena, 

que me han dado y prestado; 

pero ahora nadie me otorga crédito 

porque me saben pobre y endeudado (...). 

Toso de frío, bostezo de hambre; 

no tengo abrigo ni lecho. 

En La Endecha, verdadero planto medieval, Rutebeuf lamenta ampliamente su situación: enfermo, tuerto, casi ciego, desespera mientras su mujer, que acaba de dar a luz, espera atenciones que no llegan; se queja del hambre, del frío, de la imposibilidad de garantizar un techo a su familia y en versos de extraordinaria crudeza describe la situación del pueblo pobre de París, en contraste con la opulencia de la corte. 

Para empeñar o vender nada más tengo, 

a tantas cosas tuve que responder 

y tanto hacer 

(que cuanto he hecho hay que rehacer) 

que si quisiera todo contarlo 

largo sería. 

De mí el amigo de Job Dios hizo, 

que de una vez me arrancó todo 

lo que tenía. 

Mi ojo derecho que más veía 

ya no ve cómo sigue el camino 

ni conducirme. 

Ay, qué dolor doliente y duro 

que a mediodía sea noche oscura 

para mis ojos. 

Ahora no tengo cuanto yo quiero, 

pero doliente y así sufriendo 

profundamente 

ya que en miseria extrema estoy. 

(…) 

Por causa de un niño mi mujer gime, 

mi caballo contra la empalizada 

se quebró una pata 

y para amamantar la nodriza exige 

que le dé más dinero y así me deja 

sin piel ni abrigo 

para no oír al niño en casa. 

Que el Buen Dios que lo trajo al mundo 

le dé alimento, 

que le conceda su subsistencia 

y que mis penas a mí me alivie 

para ayudarlo, 

que la pobreza no me lastime 

y que su pan pueda encontrar 

mejor que yo. 

Aunque yo tiemble nada yo puedo, 

ahora en mi casa nada yo tengo 

y ni siquiera para el invierno 

fuego yo tengo. 

Solo pensarlo me hace temblar 

puesto que en casa ahora no tengo 

ni algunos leños 

para encenderlos en el invierno. 

Nadie acosado nunca así estuvo 

como lo estoy. 

El alquiler exige el propietario 

que se lo pague. 

Casi todo vendí en mi casa, 

para encima echarme nada tengo 

en el invierno. 

Duras y amargas son mis palabras, 

tanto han cambiado después de un año 

todos mis versos. 

No entiendo cómo no me enloquezco, 

cuando lo pienso, inútil es. 

Cuando despierto, 

la piel teñirme, negro me pone 

despertar; y no sé si duermo o velo. 

O si yo pienso 

en cómo hacer para gastar menos, 

pasar el tiempo: ésta es la vida 

que ahora llevo. 

De mi dinero nada me queda 

y de mi casa ya me he mudado. 

Ya que he yacido 

tres largos meses y a nadie he visto. 

Y mi mujer, que un niño tuvo, 

durante un mes 

entero casi rozó la muerte, 

mientras yacía yo por mi lado 

en la otra cama 

donde delicia poca encontraba. 

Nunca he tenido menos placer 

que entonces tuve, 

ya que perdía mucho dinero 

y se amenguaba el cuerpo mío 

hasta el final. 

Solos no saben venir los males, 

lo que tenía que suceder 

me sucedió.


Escrito por Tania Zapata Ortega

Correctora de estilo y editora.


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