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La escena está enmarcada por un bosque frondoso, mantiene un significado familiar y apacible, pero a su vez connota un lugar de sombras, aunque evidentemente no es un lugar caótico, ni tiene por tema la desorientación; muy al contrario: reina la armonía de acuerdo con cada uno de sus componentes. Pero no olvidemos que es una escena ensombrecida, que el bosque la circunscribe con recios árboles y que, pese a esto, la luz se filtra por un escenario trasero en el que se ve el cielo. Así, la escena completa está cubierta y a la vez tenuemente iluminada.
La intensidad con que pisan el suelo revela el ritmo del cuadro: quienes están del lado derecho inclinan el pie hacia la punta; es decir, tienden a pisar el suelo y esta acción culmina con un personaje frontal que se asienta con firmeza: Flora. En cambio, los personajes del lado izquierdo tienden a levantar el vuelo y sus figuras están suspenso. Se trata de un ritmo que desciende y asciende y que logra modularse en las dos mitades del cuadro, confiriendo movilidad a la escena sobre un fondo inmóvil.
Dentro del movimiento del cuadro se encuentra Venus, Afrodita, situada en el centro, imponiendo orden, armonía y ritmo. Su porte muestra una matrona romana más que una diosa del amor. Es Venus cubierta de velos, con toga y sandalias, no con vestidos desplegados; con un atuendo recogido que la protege de la intemperie; el arbusto que tiene por aureola en lugar de resplandecerla, irradia de una sombra que parece dignificar su figura. Venus es el personaje central de la escena y da sentido a ésta; mas se halla discretamente en un segundo plano, deja que se destaquen figuras más avasalladoras como la de Flora, que tiene los pies firmes sobre el suelo y esparce flores, o incluso por las Gracias, que se ubican en la parte delantera izquierda y despiertan la atención con sus danzas, sutiles miradas, suspensiones y enroscamientos.
Aunque el pie izquierdo de Venus esté ligeramente suspendido en el aire, esta Venus es terrestre, asentada en la naturaleza. Nos hallamos ante su dimensión sensible y productiva; de fertilidad, de primavera. Advertimos, entonces, una correlación con Armonía, la figura mitológica que asume las características de sus padres, Marte y Venus, al moderar el salvajismo del padre y la pasión impulsiva de la madre; como si en su unión, la violencia y la pasión hicieran un acorde armónico y de allí, justamente, resultara Armonía.
De este modo, vemos a una Venus mundana, imitando al amor profano, presentándose como suele hacerlo: discreta y acopiada. Hay orden y armonía en el cuadro, y eso es lo que transpira. Es una conjunción bien realizada entre las partes y el todo; la composición en su conjunto se mantiene por la justa proporción de sus elementos y Venus marca dicho ritmo.
Todo el cuadro es una alegoría de la belleza; Botticelli hace una buena copia de la belleza espiritual en su perspectiva mundana. Es un escenario completamente modificado en comparación con su Nacimiento de Venus, en el que la belleza no está completamente constituida ni en su esplendor, ni en su despliegue; allí está la belleza in statu nascendi, soleada por la vida primigenia. En ese sentido, la Alegoría de la primavera es un emblema del amor productivo, de la belleza en su dimensión terrena floreciente; toda la escena es un canto a la fertilidad.
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Escrito por Betzy Bravo García
Investigadora del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales. Ganadora del Segundo Certamen Internacional de Ensayo Filosófico. Investiga la ontología marxista, la política educativa actual y el marxismo en el México contemporáneo.