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A lo largo de su historia, el arte mexicano ha tenido episodios en los que se observa una conexión profunda, casi orgánica, entre la creación artística y la práctica revolucionaria. Podemos mencionar como ejemplos de esta unión los casos del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores (SOTPE); el de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios (LEAR) y el del Taller de Gráfica Popular (T.G.P.). Sin embargo, en esta ocasión solo analizaremos el primer ejemplo.
El SOTPE fue fundado en 1924 y dio a conocer su formación en la 7º edición del periódico El Machete publicado mediante un manifiesto. El principal promotor de la fundación fue David Alfaro Siqueiros, aunque también destacan miembros de mucha importancia como Diego Rivera, Xavier Guerrero, José Clemente Orozco, Fermín Revueltas, Ramón Alva, Germán Cueto y Carlos Mérida.
El manifiesto expone claramente que el principio que guiará sus trabajos será el de ayudar a la educación política del pueblo mexicano. Además de este objetivo, se proponen recuperar el arte indígena mexicano a fin de que ocupe el lugar que domina el arte burgués en la atención del pueblo. Sus trabajos se guiarán por tres postulados: el primero consistirá en intentar el destierro del sentimiento individualista de sus creaciones, poniendo en su lugar no solo el sentimiento colectivo, sino también la expresión colectiva; es decir, en vez de utilizar el formato de pintura tradicional, en óleo y en tela, buscarán el uso de materiales que permitan que sus trabajos se aprecien en todos lados (este propósito permite entender por qué dichos artistas realizaron principalmente murales).
Su segunda proclama consistió en despreciar toda manifestación artística que no tuviera sus bases en el sentir popular, ya que las creaciones individualistas o burguesas contribuían a la deformación de la conciencia del pueblo. En el tercer punto explican que su arte debe estar pensando como propaganda ideológica para contribuir a la educación del pueblo en el proceso de transición de la vieja sociedad a la nueva; es decir, proponen la visión del arte como instrumento de concientización política.
Si bien no puede negarse la importancia política y estética que los integrantes de este grupo tuvieron para la historia nacional, es necesario advertir que sus consideraciones acerca del arte deben tomarse con precaución. Es verdad que el arte de sus días y el de los nuestros se caracterizan por ensalzar excesivamente al individuo; también es verdad que los formatos tradicionales del arte pueden contribuir a la elitización del mismo; y también es legítimo buscar que el arte sirva como ayuda en la politización del pueblo. Sin embargo, reducir las expresiones artísticas al sentimiento colectivo es un error casi tan grave como reducirlas al individualista. El ser humano solo puede existir como individuo gracias a su contexto social; sin embargo, él no es solo conjunto social, sino también un sujeto individual; olvidar esta consideración puede llevarnos a grandes errores.
En los Manuscritos económico filosóficos de 1844, Carlos Marx denuncia los intentos de algunos grupos por pretender colectivizarlo todo, incluso los sentimientos, negando la personalidad de los individuos, y aclarando que estas concepciones se quedan en la mera negación de su antecedente inmediato, en este caso el individualismo y, por eso mismo, no logran superarlo ni absorber los progresos positivos que el momento anterior trajo consigo. Ésta puede ser una crítica destinada a algunos grupos de artistas de ayer, como es el caso del SOTPE, o actuales, que han buscado la unidad entre la actividad política y la artística, pero que no han sabido tomar una postura dialéctica en la que se recuperen todos los elementos necesarios para el cambio posterior.
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El teatro, un arte que debe despertar al pueblo
Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.