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La afirmación de Henry Kissinger “puede ser peligroso ser enemigo de Estados Unidos, pero ser amigo de Estados Unidos es fatal” retoma su vigencia con el gobierno de Joe Biden. Esto es evidente, por ejemplo, en el caso de la guerra entre Ucrania y Rusia y la postura que han debido tomar los amigos de Estados Unidos frente a la misma, yendo incluso en contravía de sus necesidades internas. También es notorio que la política exterior de Biden busca reconstruir un sistema internacional similar al de la Guerra Fría, de alianzas y enemigos donde “los enemigos de mis amigos son mis enemigos”.
Lo que está sucediendo respecto a la postura de los países de América Latina frente a la Cumbre de las Américas, que se celebrará en Los Ángeles del 6 al 10 de junio, pone en evidencia que en los cálculos de Biden ha faltado incluir un factor definitivo: el sistema internacional ha cambiado y el rol de Estados Unidos en él también, lo que significa que las características que podían hacer que ese sistema de alianzas funcionara, ya no son las mismas.
Comenzando por el mismo Estados Unidos: en una relación costo-beneficio, durante los últimos gobiernos se ha hecho evidente el poco interés que Estados Unidos tiene en lo que antes se denominaba su “patio trasero”. El gobierno de Donald Trump fue determinante en esta realización, no solo por las propuestas como el muro que planeaba construir, sino también con la actitud de indiferencia frente a la región. Se esperaba que en el gobierno Biden esta actitud cambiara; sin embargo, no solo se han mantenido muy fuertes las declaraciones y políticas contra la migración latina, sino que además no ha disimulado la visión utilitarista y de doble moral que tiene de América Latina, viéndola como una ficha más en la guerra que ha declarado contra China, con el objetivo de mantenerse como el poder hegemónico del sistema internacional.
En este contexto, muchos países de la región están viendo más costos que beneficios en la relación, sobre todo si se tiene en cuenta que efectivamente China se ha vuelto el segundo socio más importante de la región, con toda su disposición en invertir y cooperar en pro del desarrollo de los países, con formas no coercitivas de relacionamiento, dándole a los países de América Latina una alternativa.
El gobierno Biden sigue creyendo que puede continuar con sus tradicionales métodos coercitivos para manipular la región. En esa línea fue que decidió no invitar a la cumbre a Cuba, Nicaragua y Venezuela, bajo el argumento de que no respetan los derechos humanos ni la democracia. Sin embargo, Colombia, el país con uno de los más altos índices de violación a los derechos humanos de la región, sí fue invitado. ¿La razón? Colombia es un consolidado aliado de Estados Unidos. El mensaje detrás de esta actitud del gobierno de Biden no fue bien recibido por varios países latinoamericanos, comenzando por México. El presidente Andrés Manuel López Obrador manifestó que a la Cumbre de las Américas deben invitarse a todos los países de la región, no solo a los aliados de Estados Unidos.
¿Un boicot a la Cumbre?
Es la primera vez, desde que se inauguró la Cumbre de las Américas en Miami en 1994, que Estados Unidos vuelve a ser el anfitrión. Varios funcionarios a cargo de la organización del evento han intentado desviar la atención del tema de los invitados, para ponerla en los resultados que se espera tener con el evento. Incluso, un funcionario de forma anónima le dijo a la BBC que finalmente el anfitrión tiene derecho a decidir a quién invita y a quién no, de manera que los invitados deberían sentirse honrados, en lugar de criticar el evento.
Pero no son pocos los países de América Latina que se han manifestado en contra de la exclusión que está haciendo Estados Unidos. Además de Andrés Manuel López Obrador de México, Fernández de Argentina y Arce de Bolivia también manifestaron su inconformidad. Arce dijo que una “Cumbre de las Américas sin todos los países del continente, no es una Cumbre de las Américas”. Mientras países como Chile y Argentina criticaron la decisión, pero igual confirmaron su asistencia al evento, otros como México, Bolivia, Honduras, El Salvador y Guatemala, decidieron no asistir a pesar de estar invitados. Eso significa que, sumando a Venezuela, Nicaragua y Cuba, por ahora 8 países no estarán presentes.
Estados Unidos dijo que está revisando la posibilidad de invitar funcionarios de estos países, pero estamos hablando del evento de más alto nivel de la región, de manera que no es lo mismo tener un viceministro o un canciller que tener un presidente. Aun así, la ausencia de estos países, más allá de marcar un precedente y mostrar una América Latina que no está dispuesta a aceptar las condiciones impuestas por Estados Unidos tan fácilmente, no detendrá la realización de la cumbre.
El costo de las ausencias
Andrés Manuel López Obrador dijo abiertamente que tiene claro que no asistir a la cumbre no va a significar un daño a las relaciones bilaterales entre México y Estados Unidos, mientras que dejar pasar una exclusión de algunos países de la región a un evento tan importante, sí tiene costos muy grandes para la autonomía de América Latina. De la misma manera piensan los dirigentes de los demás países.
La preocupación de los funcionarios de Estados Unidos encargados del evento va más allá, pues los temas a tratar son precisamente temas delicados que afectan a toda la región, como el tema migratorio, económico y de desarrollo, además de los temas tradicionales de la cumbre, como la promoción de la democracia, la inclusión social y la competitividad comercial de la región. Pero es precisamente esta preocupación la que indigna a los dirigentes de los países que han decidido no asistir, pues de estos temas no se puede excluir a ningún país de América Latina, mucho menos por una manipulación de poder del anfitrión.
La Cumbre de las Américas se llevará a cabo y probablemente algunos de los acuerdos que surjan de la reunión serán después comunicados de forma bilateral a los países ausentes. De manera que más allá del evento, lo que es muy importante resaltar de esta situación es la evidencia de la disminución de la capacidad de influencia de Estados Unidos, así como una postura cada vez más independiente de los países latinoamericanos respecto al discurso de enemigos y alianzas propuesto por este país.
En un momento en el que el gobierno Biden tiene como estrategia de contención del desarrollo de China la promoción de esa visión dicotómica de guerra fría, una América Latina más inclinada al no alineamiento activo, abierta a continuar profundizando las relaciones estratégicas con China y otros países sin caer en esa dinámica excluyente, no solo nos muestra países que están poniendo sus intereses por encima de los de Estados Unidos, sino también una región que busca cada vez más su autonomía. Esto es lo que menos le conviene al gobierno Biden en este momento, pero es lo mejor que podría hacer América Latina si quiere romper sus lazos de dependencia.
*Lina Luna es sinóloga e internacionalista y docente investigadora de la Universidad Externado de Colombia.
Escrito por Lina Luna*
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