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La crisis social en Estados Unidos y la debilidad del imperio
EE. UU. está dejando de ser el país de oportunidades que nos pintaban; la gran potencia empobrece a su propio pueblo, comparte cada vez menos con sus ciudadanos y los explota más.
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Podría pensarse que siendo Estados Unidos (EE. UU.) la economía más grande (un PIB de 25 billones de dólares), su población estaría satisfecha en todas sus necesidades, educada, sana y feliz. Mas no es así, pues no importa solo cuánta riqueza se produce, sino quién se la apropia; y en el modelo neoliberal se ha acumulado aceleradamente en unas cuantas fortunas, quedando el pueblo empobrecido y enfermo.

La revista digital Barriozona Magazine (publicada por el Instituto Hispano de Asuntos Sociales de Arizona), en su artículo Problemas sociales en Estados Unidos, dos de mayo de 2020, dice: “El número de personas en pobreza en 2020 fue de 37.2 millones, aproximadamente 3.3 millones más que en 2019”. Y destaca el problema de los homeless, indigentes, sin vivienda: “Se estima que 580,466 personas en Estados Unidos experimentan la falta de vivienda (...) aproximadamente 17 personas sin hogar por cada 10,000…”. Casi la mitad están en California, “la quinta economía del planeta”, pero ya se ve que no en beneficio de sus habitantes. El mismo medio explica, en otra edición, que esto obedece a “… los altos costos de las viviendas, los bajos salarios…”.

En materia de salud: “Los altos costos de la atención médica han causado que el sistema de salud de EE. UU. cueste el doble por persona en comparación con cualquier otro país desarrollado”. Y los alimentos y bebidas chatarra (fuente de fantásticas ganancias empresariales) colocan al país en el primer lugar mundial en obesidad: “La tasa de obesidad en adultos supera el 42 por ciento; el más alto jamás registrado (…) Las tasas de obesidad infantil también están aumentando según los últimos datos, que muestran que el 19.3 por ciento de los jóvenes estadounidenses, de dos a 19 años, tienen obesidad. A mediados de la década de 1970, el 5.5 por ciento de los jóvenes tenía obesidad” (Trust for America´s Health).

El país fue número uno en muertes por Covid-19: 1.1 millones, y la esperanza de vida cayó de 79 a 76.1 años desde 2019, el nivel más bajo desde 1996. Según los CDC (Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades) influyen fuertemente enfermedades cardiovasculares, hepáticas, cirrosis y suicidio. Y es que la atención médica es “un lujo que no todos pueden cubrir”, como encabeza El Tiempo Latino su nota del siete de abril de 2022, citando un estudio de Commonwealth Fund: “Estados Unidos ocupó el último puesto en una lista de 11 países con altos ingresos referente a los servicios de atención médica y equidad (…) 30 millones de personas no cuentan con cobertura médica”; 50 por ciento de los más pobres tuvieron problemas de acceso a la salud; resultado: por cada 100 mil habitantes ocurren 265 muertes evitables. Y el problema aqueja al doble a las minorías raciales que a los blancos.

En educación, “… evaluaciones internacionales de matemáticas y ciencias indican que los estudiantes de EE. UU. continúan clasificándose a la mitad del grupo y detrás de muchas otras naciones industriales avanzadas” (Barriozona). Además, los estudiantes universitarios se ven obligados a adquirir créditos de usura, endeudándose por años. La violencia, desde los videojuegos, forma parte de una cultura fomentada por el sistema, como preparación mental de jóvenes dispuestos a ir a matar a cualquier parte del mundo. Pero propicia también los tiroteos masivos: en veinte años hubo 345, con un saldo de más de mil 24 muertos (BBC News, FBI, 26 de mayo de 2022), favorecidos por el jugoso mercado de armas, el mercado de la muerte: 48 por ciento de los adultos vive en un hogar donde hay armas (Gallup). Este mercado halla gran demanda también en México, donde ayuda a instigar delincuencia y crimen.

Por otra parte, “Estados Unidos encarcela a más personas que cualquier otro lugar del mundo. Según un informe de 2018 de la Oficina de Estadísticas de Justicia, casi 2.2 millones de adultos fueron retenidos en las cárceles y prisiones a finales de 2016 (…) por cada 100 mil personas que residen en el país, aproximadamente 655 de ellas estaban tras las rejas” (Barriozona), destacadamente de minorías raciales. Brutalidad y asesinatos policiacos, principalmente contra la población de raza negra, son cotidianos, mas la protesta social es inocua: no está articulada políticamente, y, sin continuidad, se reduce a simple catarsis social, sin impacto en la estructura económica y política ni en el marco legal que le sirve de manto protector.

Aumentan drogadicción y padecimientos mentales. El consumo de mariguana es ya legal en 19 estados. Y el problema se agrava con los opioides: “El 90% de los adultos estadounidenses considera que hay una crisis de salud mental en el país, según encuesta de CNN/KFF” (cinco de octubre de 2022): “… los estadounidenses situaron la epidemia de opioides cerca de la cima, con más de dos tercios de personas que la identificaron como una crisis (…) los CDC muestran que las muertes por sobredosis de drogas alcanzaron niveles récord en 2021 (...) Las principales fuentes de estrés para un tercio o más de los adultos son las finanzas personales (…) estar demasiado ocupados o no poder tomarse tiempo libre en el trabajo, no poder pagar…”. Según los CDC: “… casi 107,000 estadounidenses murieron como resultado de una sobredosis en 2021, lo cual supone un aumento del 16 por ciento si se compara con las casi 92 mil personas que perdieron la vida por esta causa en 2020” (RT, 23 de enero). The New York Times, 29 de abril de 2022, publica: “Y en el caso de las personas de 10 a 24 años, las tasas de suicidio (…) se dispararon casi un 60 por ciento en 2018 (…) la máxima autoridad sanitaria de Estados Unidos advirtió de una crisis de salud mental ‘devastadora’ entre los adolescentes”.

La crisis social es, pues, general, y la causa no es la falta de riqueza, sino su acaparamiento, y que cuantiosos recursos públicos se destinan a sostener el poderío mundial del imperio. “Estados Unidos supera a todos los demás países del mundo en sus fuerzas armadas. El gobierno proyectó un presupuesto de aproximadamente $700 mil millones para gastos militares en 2018 (…) la estrategia de ‘primacía’, que exige que el ejército de EE. UU. participe activamente en todas las áreas del mundo simultáneamente” (Barriozona). Hoy a Ucrania se envían ingentes recursos para atizar la guerra contra Rusia, en lugar de atender las necesidades sociales: solo en mayo pasado, el Senado aprobó ¡un paquete más! de “ayuda” por 40 mil millones de dólares, ¡y ahora los tanques!, más lo que se acumule.

En suma, EE. UU. está dejando de ser el país de oportunidades que nos pintaban, y va hundiéndose en una crisis cuyas raíces estructurales están en el guerrerismo para imponer el poder mundial del imperio, el abandono de los más pobres en la aplicación del gasto público, y en la acelerada concentración de la riqueza, consustancial al neoliberalismo. Así la gran potencia, paradójicamente, empobrece a su propio pueblo, tendencia que se ha acelerado en las últimas décadas, pues tradicionalmente, en la época dorada del imperio, se repartía entre las masas algo de lo saqueado en otros países para mantenerlas contentas y contar con su aquiescencia e incluso su orgullosa determinación de ir a la guerra a pelear por el interés de los magnates. Pero las cosas han cambiado; y ahora el imperio comparte cada vez menos con sus ciudadanos y los explota más; consecuentemente, como reacción, decae la voluntad de la juventud para enrolarse en el ejército e ir a morir a otras tierras. Mas no basta: algún día los jóvenes, y las masas trabajadoras norteamericanas en general, deberán despertar de su letargo, organizarse políticamente de manera independiente y luchar por sus propios intereses. Mejorarán así su vida y contribuirán al progreso de la humanidad toda. 


Escrito por Abel Pérez Zamorano

Doctor en Economía por la London School of Economics. Profesor-investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.


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