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Para que los seres humanos podamos actuar en el mundo necesitamos certeza. Sin embargo, es casi imposible actuar solamente desde la certeza, pues la realidad está atravesada por una multiplicidad de aspectos que no siempre logramos considerar en nuestra acción, por una multiplicidad de otras personas que también actúan sobre ella y la transforman, la persona misma no puede asegurar que lo que es hoy será mañana y siempre; en una palabra, no podemos nunca tener una certeza absoluta e innegable simple y sencillamente porque el mundo, y nosotros mismos estamos cambiando constantemente. En un contexto así es indispensable que surja la duda.
Para la filosofía, la duda ha sido uno de los aspectos más importantes para la construcción de un conocimiento cada vez más exacto. Desde la Antigüedad Clásica (con los escépticos), pasando por la Modernidad (Descartes), hasta el idealismo alemán (Hegel) es posible encontrar reflexiones significativas sobre este punto.
La importancia de la duda en el proceso del conocimiento es reconocida, incluso, por pensadores como Lenin. En Materialismo y empiriocriticismo, este autor sostiene que en “… todos los dominios de la ciencia hay que razonar con dialéctica… no suponer jamás que nuestro conocimiento es acabado e inmutable, sino indagar de qué manera el conocimiento nace de la ignorancia, de qué manera el conocimiento incompleto e inexacto llega a ser más completo y más exacto” (1979; pág. 105). Los “filósofos” contra los que Lenin discute en esta obra sostenían que el conocimiento que tenemos de las cosas mostraba fielmente lo que la cosa era, de tal manera que se cerraba la posibilidad de perfeccionar nuestro conocimiento de la realidad. Así, por ejemplo, con esos “pensadores” se puede defender que lo que hasta ahora conocemos del litio es un conocimiento perfecto, pues es efectivamente lo que el litio es, cerrando, por tanto, la opción de que en un futuro se descubran nuevas propiedades, características y funciones de este elemento.
A esta posición dogmática, Lenin antepone una actitud dispuesta a aprender, no partir nunca de la presuposición de que se sabe todo y de que lo que se conoce es perfecto. La ausencia de duda significaría, efectivamente, que se posee el conocimiento verdadero, exacto, total de cualquier fenómeno. Sin embargo, esta pretensión es imposible, pues el mismo movimiento de las cosas, el desarrollo del conocimiento humano y de las nuevas herramientas que creamos como humanidad, nos indica constantemente que lo que sabemos del mundo necesita ser precisado. Las cosas se transforman, por lo que nuestro conocimiento sobre ellas debe necesariamente transformarse.
Otro gran pensador, Marx, tenía clara la cuestión. En una entrevista hecha por sus hijas Laura y Jenny Marx, le preguntaron cuál era su lema favorito y él respondió: “Hay que dudar de todo”. En este lema se expresa la misma motivación de la que Lenin habló: alcanzar un conocimiento cada vez más exacto, más completo, más verdadero de las cosas. Quien desea transformar el mundo no puede creer que lo conoce todo y que todo lo conoce a la perfección, pues la realidad, en su constante transformación, nos obliga a contraponer lo que sabemos de las cosas con lo que las cosas efectivamente son. La actividad transformadora nos obliga a dudar de lo establecido, pues sólo examinándolo con detenimiento podemos comprenderlo y transformarlo. No se trata de vivir en la eterna duda, sino de hacer de la duda un motor para conocer nuestro presente y transformarlo.
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Escrito por Jenny Acosta
Maestra en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana.