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Destacado luchador por la causa de los oprimidos del mundo, la vida del poeta y periodista peruano Gustavo Valcárcel Velasco (Arequipa, 1921-Lima, 1990) está ligada indisolublemente a las luchas libertarias de los pueblos latinoamericanos en la segunda mitad del Siglo XX.
Interno desde los seis años en el Colegio Salesiano de Lima, al que consideraría una “prisión camuflada de colegio” (*) la inhumana educación “religiosa”, los abusos y aberraciones presenciados ahí alimentarían su futuro ateísmo, su rebeldía anticlerical y su rechazo al adoctrinamiento fascistoide en las escuelas católicas.
En 1939 ingresó a la Universidad de San Carlos, pero su paso fugaz por la Escuela de Ciencias terminó cuando fue expulsado por encabezar una protesta estudiantil contra un “obtuso profesor de anatomía”; para fortuna de la literatura peruana y mundial cambió la medicina por las letras, carrera que tampoco terminaría al abrazar la lucha política en un Perú en plena efervescencia en la que el poeta se sumergió, asumiendo su destino de perseguido, preso político y “transterrado”, como Alfonso Reyes definiría la condición de Valcárcel y muchos luchadores más, exiliados en México en los duros tiempos de las dictaduras militares latinoamericanas.
De su etapa estudiantil data la amistad con los fundadores de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), el ingreso a este partido y su prolongada militancia, disuelta durante su exilio mexicano por desacuerdos teóricos, entre los que destacan su admiración por la gran obra de la Unión Soviética, la China comunista y sus convicciones marxistas.
A los 18 años sufriría el primero de numerosos episodios de prisión política; y en 1940, capturado en una redada contra el aprismo, fue sometido a tortura física y psicológica que inspiraría, años más tarde, La prisión, desgarradora novela escrita desde México en 1951, que pronto se convertiría en un libro de culto con el que los luchadores sociales excarcelados se sintieron identificados de inmediato.
Preso por cuarta ocasión (según sus memorias), fue torturado para obligarlo a revelar el sitio en que se imprimía La Tribuna, periódico aprista; habiéndose negado a hablar, fue confinado por 11 días en una estrechísima, oscura y pestilente mazmorra, tormento que resistió con valentía.
Los primeros versos de este gran poeta revolucionario aparecieron en los Cuadernos Trimestrales de Poesía, revista literaria bajo la dirección de Guillermo Carnero Hoke; en el Número 7, correspondiente al mes de mayo de 1943, se publicó el poema José Olaya, dedicado “Al señor Luis A. de Souza Ferreira” y que enaltece la figura del indígena José Silverio Olaya Balandra, mártir –en el Siglo XIX– del movimiento independentista del Perú; delatada su labor de mensajero de los insurrectos, fue preso y sometido a espantosa tortura frente a su propia madre para que delatara a los patriotas y después colgado –ante su heroico silencio– cerca de la plaza mayor de Lima. El poeta se refiere a él como “yunga milenario”, “pescador padre del pueblo” en una conmovedora elegía que hoy publicamos en esta Tribuna.
¡Pescadores, silencio
que está muriendo Olaya!
Ahóganse sus ojos en las sombras,
sus manos sin uñas enrojecen la tierra
palpando la idea turbia de la muerte,
i no encuentra ribera
para dejar su cuerpo entre las olas
que van a morir a la isla encantada.
¡Pescadores, silencio!
Un gemido asciende hasta sus labios,
nadan sus brazos del abismo a la muerte
y está solo con su secreto adentro
hundiéndose en la inercia del polvo para siempre.
¡José Olaya ha muerto!
Pescadores, ¡silencio!
Tu piel oscurecida,
tus mensajes marinos,
tus uñas desgarradas,
tu martirio,
tu muerte.
Todo lo recuerdan los olanes de espuma,
los caracoles i vientos que te gimieron cien años,
las arenas difuntas en las playas de entonces
i el crepúsculo diario que tañe bajo el mar.
Todo, José Olaya,
desde tu costa hasta el istmo que te separa del mundo.
Hoy
la nostalgia coralina,
los arrecifes, las algas i los peces
descubren tu silencio más oceánico
para vencer tu insomnio de plomos y fusiles.
Entre neblinas y mareas,
entre músculos de viento perfumado,
te va cercando el sueño,
te besará las sienes i llevará tu sombra
a las aguas santas del lucero.
Duerme en paz, nocturno capitán,
i sueña con tu tierra, que ya murió Rodil.
Yunga milenario,
pescador padre del pueblo,
por ti doblan las brisas en el puerto,
por ti paz i silencio entre las rocas;
lloran los musgos agobiados de pena,
pensamientos de nubes te recuerdan
i en Chorrillos de noche,
por ti es más triste cada vez el mar
como el Real Felipe que recibió tu sangre.
* A quien guste conocer más, recomendamos el siguiente blog, a cargo de la esposa e hijos del poeta: http://gustavoyvioletavalcarcel.blogspot.com/2009/02/biografia-y-obra-de-gustavo-valcarcel.htm
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Escrito por Tania Zapata Ortega
Correctora de estilo y editora.