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Poesía
Gioconda Belli
Un marcado acento erótico impregna buena parte de su obra, aunque también denota una gran preocupación por los cambios políticos de su patria.


Poetisa y novelista nicaragüense; nació el nueve de diciembre de 1948. En su juventud cursó estudios universitarios de Publicidad y Periodismo en Estados Unidos, país al cual viaja con mucha frecuencia desde hace más de veinte años. Se exilió en México y Costa Rica durante la dictadura de Somoza. Su lucha por derrocar al régimen opresivo de su país no terminó ahí, ya que más tarde se unió al Frente Sandinista de Liberación Nacional, al igual que otros tantos intelectuales de la época. Esto la llevó a participar en una larga serie de actividades clandestinas, que fueron desde la entrega de correspondencia al transporte de armas. Junto a Ernesto Cardenal y Claribel Alegría, inició la renovación de la poesía en su país. Un marcado acento erótico impregna buena parte de su obra, aunque también denota una gran preocupación por los cambios políticos de su patria. Su producción literaria suele dividirse en tres etapas, en las que abordó desde la novela y el cuento infantil hasta la poesía revolucionaria. Algunos de sus volúmenes de poesía son: Sobre la grama (1972); Línea de fuego (1978); Truenos y arco iris (1982); Amor insurrecto (1984, Antología); De la costilla de Eva (1986); Poesía reunida (1989); El ojo de la mujer (1991, Antología); Apogeo (1997); Fuego soy apartado y espada puesta lejos (2006); En la avanzada juventud (2013). 

 

 

Esta nostalgia

Este sueño que vivo,

esta nostalgia con nombre y apellido,

este huracán encerrado tambaleando mis huesos,

lamentando su paso por mi sangre...

No puedo abandonar el tiempo y sus rincones,

el valle de mis días

está lleno de sombras innombrables,

voy a la soledad como alma en pena,

desacatada de todas las razones,

heroína de batallas perdidas,

de cántaros sin agua.

Me hundo en el cuerpo.

Me desangro en las venas,

me bato contra el viento,

contra la piel que untada está a la mía.

Qué haré con mi castillo de fantasmas,

las estrellas fugaces que me cercan

mientras el sol deslumbra

 y no puedo mirar más que su disco

–redondo y amarillo–

la estela de su oro lamiéndome las manos,

surcándome las noches,

desviviéndome,

haciéndome desastres...

Me entregaré a los huracanes

para pasar de lejos por esa luz ardiendo.

Estoy muriéndome de frío.

Huelga

Quiero una huelga donde vayamos todos. 

Una huelga de brazos, piernas, de cabellos,

una huelga naciendo en cada cuerpo.

Quiero una huelga de obreros de palomas,

de choferes de flores,

de técnicos de niños,

de médicos de mujeres.

Quiero una huelga grande,

que hasta el amor alcance.

Una huelga donde todo se detenga,

el reloj, las fábricas,

el plantel, los colegios,

el bus, los hospitales,

la carretera los puertos.

Una huelga de ojos, de manos y de besos.

Una huelga donde respirar no sea permitido,

una huelga donde nazca el silencio

para oír los pasos del tirano que se marcha.

Petición

Vestíme de amor

que estoy desnuda;

que estoy como ciudad

–deshabitada–

sorda de ruidos,

tiritando de trinos,

reseca hoja quebradiza de marzo.

Rodéame de gozo

que no nací para estar triste

y la tristeza me queda floja

como ropa que no me pertenece.

Quiero encenderme de nuevo

olvidarme del sabor salado de las lágrimas

–los huecos en los lirios,

la golondrina muerta en el balcón–.

Volver a refrescarme de brisa risa,

reventada ola

mar sobre las peñas de mi infancia,

astro en las manos,

linterna eterna del camino hacia el espejo

donde volver a mirarme

de cuerpo entero,

protegida

tomada de la mano,

de la luz,

de grama verde y volcanes;

lleno mi pelo de gorriones,

dedos reventando en mariposas

el aire enredado en mis dientes,

retornando a su orden

de universo habitado por centauros.

Vestíme de amor

que estoy desnuda.

Ahora vamos envueltos en consignas hermosas

Las mañanas cambiaron su signo conocido.

Ahora el agua, su tibieza, su magia soñolienta

es diferente.

Ahora oigo desde que mi piel conoce que es de día,

cantos de tiempos clandestinos

sonando audaces, altos desde la mesa de noche

y me levanto y salgo y veo “compas” atareados

lustrando sus botas o alistándose para el día

bajo el sol.

Ya no hay oscuridad, ni barricadas,

ni abuso del espejo retrovisor

para ver si me siguen.

Ahora mi aire de siempre es más mi aire

y este olor a tierra mojada y los lagos allá

y las montañas

pareciera que han vuelto a posarse en su lugar,

a enraizarse, a sembrarse de nuevo.

Ya no huele a quemado,

y no es la muerte una conocida presencia

esperando a la vuelta de cualquier esquina.

He recuperado mis flores amarillas

y estos malinches de mayo son más rojos

y se desparraman de gozo

reventados contra el rojinegro de las banderas.

Ahora vamos envueltos en consignas hermosas,

desafiando pobrezas,

esgrimiendo voluntades contra malos augurios

y esta sonrisa cubre el horizonte,

se grita en valles y lagunas,

lava lágrimas y se protege con nuevos fusiles.

Ya se unió la Historia al paso triunfal de los guerreros

y yo invento palabras con qué cantar,

nuevas formas de amar,

vuelvo a ser, soy otra vez, por fin otra vez,

soy.

Algunos poetas

Como libros abiertos,

llenos de citas,

llegan a las reuniones

dejando caer nombres, obras y fechas

como trofeos,

esgrimiendo la lógica

hasta el final de las consecuencias.

Así quieren hacernos a su modo

algunos poetas,

siguiendo la vieja tradición paternalista

tratan de adoptarnos

a falta de poder apresar

el viento, la fruta prohibida,

la misteriosa fertilidad

de nuestros poemas.


Escrito por Redacción


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