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Ghassan Zaqtan
Novelista, poeta, editor y autor de 10 colecciones de poesía. Activista en defensa de Palestina ante la invasión de Israel apoyada por el imperialismo norteamericano.
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Novelista, poeta, editor y autor de 10 colecciones de poesía. Nació en Beit Jala, cerca de Belén, y vivió en Jordania, Beirut, Damasco y Túnez. Fue finalista del Premio Neustadt 2016. Publicó los poemarios Early Morning (1980), Ordering Descriptions: Selected Poems (1998), y Like a Straw Bird It Follows Me (2012). Fue editor de la revista literaria de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Es un poeta y activista de la defensa de Palestina ante la invasión de Israel apoyada por el imperialismo norteamericano. En una entrevista con Jeffrey Brown de PBS, señaló: “para este lugar incierto, para la vida incierta que tenemos en esta área, tenemos que proteger nuestra historia personal. Un pueblo completo ha perdido su futuro, ha perdido el lugar, ha perdido su lugar. Y, obviamente, la poesía es una de las formas más expresivas para llegar a la gente”.

Como partidario de la resistencia palestina, ha editado Bayader, la revista literaria de la Organización para la Liberación de Palestina, así como la revista de poesía Al-Soua´ra y la página literaria del periódico de Ramallah, Al-Ayyam. Director fundador de la Casa de la Poesía en la ciudad cisjordana de Ramallah y director general del Departamento de Literatura y Publicaciones del Ministerio de Cultura Palestino. Actualmente vive en Ramallah.

 

Aquella vida

Voy a ver cómo murieron

yendo hacia los escombros,

yendo para verlos ahí

tranquilos sobre la colina de la intervención.

 

Querido Narciso de miércoles, qué hora es,

qué muerte es ésta

qué planeta en la mano de la viuda,

¿cinco o tres?

 

Su vestido florecía,

nosotros éramos

flores abandonadas sobre su vestido.

 

Queridos umbrales de las mujeres, cuánto es una vida,

qué tiempo es un río,

cuántas dagas hay en la sangre

de la arremolinante tormenta,

¿tres o cinco?

 

Dejamos que la ciudad jugara

y guardamos enrollados nuestros amplios velos.

 

Voy a ver cómo murieron,

yendo hacia los escombros,

yendo para ver su muerte,

colinas del norte,

viento que se levanta del sur,

voy a llamarlos por sus nombres.

 

Muerte colectiva

La tarde no arribó sin su oscuridad,

dormimos sin techo pero cubiertos

y ningún superviviente vino en la noche

para contarnos sobre la muerte de los otros.

Los caminos siguieron silbando

y el lugar estaba retocado con los asesinados

que venían desde el cuartel vecino,

cuyos gritos escapaban hacia nosotros.

Nosotros vimos y escuchamos

a los muertos caminar sobre el aire

amarrados por el hilo de su conmoción,

su susurro halando de nuestros cuerpos

afuera de nuestras mantas de paja.

Una reluciente cuchilla

caía una y otra vez sobre los caminos.

Las mujeres daban a luz solo a aquellos que morían

y no lo harían más.

 

¿Creerán ellos?

¿Perdonarán los niños a la generación

pisoteada por caballos de guerra, exilio y preparación para la

[partida?

 

¿Pensarán en nosotros tal como fuimos:

emboscados en los barrancos

nos sacudíamos los celos

y marcábamos árboles en la superficie de la tierra

para sentarnos debajo.

Nosotros, los peleadores facciosos,

quienes disipaban las nubes de guerra con sus carros

y nos agrupábamos alrededor de nuestro eterno asedio

o atrapábamos a los muertos

como repentina fruta que cae sobre la tierra baldía?

 

¿Perdonarán los niños aquello que fuimos:

pastores de misiles y maestros del exilio y la caótica

[celebración

siempre que una guerra vecina nos hacía un ademán

nosotros nos levantábamos

para levantar en sus galones un lugar

bueno para el amor y la residencia?

 

El bombardeo raramente descansaba

los lanzadores de misiles raramente regresaban sin daño

[alguno

nosotros raramente recogíamos flores para los muertos o seguíamos

con nuestras vidas.

Si tan solo aquel verano nos hubiese

dado un poco de espacio del tiempo

antes de nuestra demente partida.

 

Potros negros

El muerto enemigo

piensa en mí sin piedad alguna en el sueño eterno,

fantasmas ascienden por las escaleras de la casa, doblando

[en las esquinas

los fantasmas que yo levanté de los caminos

recolectando los pecados al rededor de los cuellos de la gente.

 

El pecado cuelga en la garganta como un lastre;

es ahí donde crío a mis fantasmas y los alimento;

los fantasmas que flotan como negros potros en mis sueños.

 

Con el vigor de los muertos, las últimas canciones de blues

[se elevan

mientras me reflejo en los celos.

La puerta está combada hacia afuera, el aliento se desliza por sus fisuras,

el aliento del río,

el aliento de los ebrios, el aliento

de la mujer que despierta en su pasado en un parque público.

 

Cuando duermo

veo a un potro apacentando el pasto,

cuando me quedo dormido,

el potro vigila mis sueños

 

En mi mesa en Ramallah

hay cartas sin terminar

y fotos de viejos amigos,

el manuscrito de un joven poeta de Gaza,

un reloj de arena

y líneas de inicio que aletean en mi cabeza como alas.

 

Quiero memorizarte como a aquella canción de primer año.

La cual recuerdo

completa y

sin error alguno

el ceceo, el inclinar la cabeza, fuera de tono;

los pequeños pies golpeteando el concreto con tantas ansias,

las palmas abiertas golpeando las bancas.

 

Todos ellos murieron en la guerra;

mis amigos y compañeros de clase,

sus pequeños pies

sus ansiosas manos… aún golpean los pisos de cada cuarto,

golpean las mesas;

y aún golpean el pavimento, las espaldas de los transeúntes,

sus hombros.

a donde quiera que voy

los veo

los escucho.

 

Oscuridad

La oscuridad tiene un hueco

con suficiente espacio para una mano

negra, con cinco dedos y un brazo.

La oscuridad tiene una casa,

atormentada por los muertos,

donde vuelve a enterrar sus secretos en los ladrillos.

La oscuridad mata a las voces

que vocalizan desde las rocas,

ahogándose en las ortigas en el fondo del pozo.

Y un lamento,

un duro grito de protesta,

se alza desde el oscuro corazón de la madera.


Escrito por Redacción


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